DAVID GISTAU – ABC – 08/09/15
· Esta deprimente carta de Mas debería hacer recapacitar por fin a los que creen que en Cataluña faltó pedagogía.
Me acuerdo de una escena de «El cónsul honorario», la novela de Graham Greene. Para no ejecutar a un diplomático secuestrado, sus captores exigen que unas personalidades se adhieran a un manifiesto. Fijan una hora límite. Cuando ésta va a cumplirse, el manifiesto no sale. Un escritor tiene reparos acerca de cómo está escrito y se niega a firmarlo: sus escrúpulos sintácticos, así como el prestigio de su firma, son más poderosos que la urgencia de la vida en peligro. Esta parodia del intelectual siempre me pareció una útil advertencia para quien pretenda escribir: contra el dominio del ingenio sobre la idea, de la vanidad sobre lo que es necesario decir.
Visto así, quedarían absueltos de su delito de lesa sintaxis y contumacia refranera Artur Mas y los otros firmantes del artículo independentista por cuyo bajo nivel «El País» pidió perdón con un editorial a sus lectores. Cómo demorar el cumplimiento del destino de la patria por una pasadita rápida por el corrector o por la revisión de alguien con dos dedos de frente.
A esta idea puede oponerse otra. La que alude a todas las ocasiones, desde Pericles junto a la pira funeraria de los atenienses hasta las promesas de sudor de Churchill, en que la sintaxis hizo mayor e inolvidable el acontecimiento. «Buscad la verdad y cuidad la sintaxis», ésas fueron las obligaciones que hace poco Pedro J. Ramírez impuso a su tropa de paracaidistas, tan inminente el salto que hasta sincronizaron los relojes como en las viejas películas bélicas de Samuel Fuller. La verdad y la sintaxis en una misma unidad de sentido.
El desatino formal del artículo delata algo del discurso independentista que ya sabíamos: subordina la inteligencia al sentimiento, lo cual es incluso más ofensivo que subordinar la ley al sentimiento. Sólo esto explica que un jefe de gobierno con una visión estatuaria de sí mismo y con un complejo grave de herramienta del destino carezca por completo de pudor y de sentido del ridículo cuando propaga, sintaxis aparte, un engendro que daría vergüenza aunque se tratara de la carta de amor de un adolescente tonto despechado por una ruptura. Topicazos infantiles y abstracciones sentimentales que no resistirían sin volatilizarse el roce con una ínfima exigencia intelectual. Y de los cuales lo peor, lo más falaz, es insistir en que Cataluña no sólo tiene un pasado disociado del de España. Sino que éste se basa en la paciencia y la generosidad con las que un ente caracterizado por su amor a la libertad –otra vez el narcisismo orgánico– resistió las predaciones de otro malvado y exportador de dictaduras en su misma naturaleza.
Esta deprimente carta de Mas, que no es la excepción de un discurso, sino su rutina, debería hacer recapacitar por fin a los que creen que en Cataluña faltó pedagogía o un relato que hiciera contrapeso al del odio oficial a España. Con la gente que se traga esto, que es la misma que acepta la catalanización delirante de la historia, la sintaxis nada puede hacer. Ni la verdad.
DAVID GISTAU – ABC – 08/09/15