EL CONFIDENCIAL 06/05/15
JOAN TAPIA
· La encuesta de ‘La Vanguardia’ confirma que CIU y ERC pierden la mayoría absoluta
¿Qué significa todo este embrollo? Pues sencillamente que Artur Mas no tiene mayoría para gobernar. Tiene, sí, una mayoría –basada en un pacto con ERC, la ANC y Òmnium– para ir a unas elecciones “plebiscitarias” el 27-S que deben llevar a la independencia de Cataluña 18 meses después. Mas argumenta que el acuerdo para el 27-S implica que ERC le dé apoyo parlamentario y ERC contesta que ya votó los presupuestos y que la hoja de ruta común no implica subordinación política a CiU. Oriol Junqueras ha dicho que si Artur Mas quiere más cohesión sólo tiene que aceptar el gobierno de coalición propuesto por ERC. Pero el Govern ha llegado a la conclusión que ERC sólo pone palos en las ruedas para marcar un perfil más izquierdista y ganar las elecciones del 27-S. ERC estaría así priorizando sus intereses electorales a la cohesión independentista, como ya se vio en su negativa a la lista unitaria.
En el fondo Mas creía que podía gobernar sin mayoría parlamentaria porque tenía mayoría para convocar unas elecciones para “la desconexión con España”. Y eso no funciona bien. Difícil papeleta que implica que tendrá un viacrucis hasta el 27-S. Y que si retrasa las elecciones deberá gobernar un año más sin mayoría parlamentaria. A no ser que busque nuevos pactos como el que Miquel Iceta le ofreció –no creo que ahora lo volviera a proponer– en el debate de política general (el de estado de la nación de Cataluña) en setiembre del 2014.
Mas ha descubierto que tiene mayoría parlamentaria para exigir la independencia pero no para cualquier acción de gobierno, y está ‘cabreado’
Pero Mas no sólo tiene problemas de gobernación, sino de estado de ánimo. Las encuestas de La Vanguardia del fin de semana han sido un jarro de agua fría para la moral independentista. Según Feedback, el instituto que hace las encuestas, CiU perdería 14 o 15 diputados y se quedaría en 35 o 36 diputados. Es algo más que los 31 o 32 que le daba el sondeo de El Periódico de hace unas semanas, pero es casi la mitad de los 62 que obtuvo en el 2010 cuando derrotó al tripartito.
Por su parte, ERC subiría sus diputados, pero menos de los que perdería CiU y pasaría de 21 a 26 o 27. En el mejor de los casos sumarían, pues, 63 escaños y no alcanzarían los 68 de la mayoría absoluta. Aunque el independentismo sí superaría los 68 diputados sumando las CUP, un grupo asambleario y revolucionario, estaríamos ante una mayoría difícilmente operativa y sería además un fracaso político sonado porque CiU tiene ahora 50 diputados y la suma con ERC es de 71, tres por encima de la mayoría absoluta.
Pero eso no era lo peor de la encuesta. Tres datos más eran otras tantas cargas de profundidad. Uno, en un referéndum, el 47,9% frente al 43,7% votaría contra la independencia, que perdería así por algo más de cuatro puntos, cuando en la encuesta de diciembre ganaba por un margen similar. Dos, el 49,2%, contra el 40% no suscribe tampoco la hoja de ruta pactada por Artur Mas y Oriol Junqueras.
El tercer dato es, quizás, el más significativo. La encuesta de El Periódico de hace unas semanas ya decía que CiU caía, ERC subía pero menos y, en votos, Ciudadanos era tras CiU el segundo partido catalán (17,8% frente a 17,3% de ERC). El sondeo de Feedback, que no es un instituto hostil porque hace muchas encuestas para CDC, eleva ahora esta distancia (19,1% contra 16,6%). Que tras el 9-N Ciudadanos sea el segundo partido catalán es algo que merece una reflexión. ¿Ha beneficiado finalmente “el procés” más a Ciudadanos –como reacción– que a cualquier otro partido?
Por otra parte, la encuesta municipal de La Vanguardia daba al alcalde convergente Xavier Trias como ganador, pero con una difícil gobernabilidad y colocaba a Ciudadanos como la tercera fuerza municipal. Es un aviso para la campaña de un alcalde que para ganar intenta desvincularse de la hoja de ruta independentista. Es difícil de creer que Ciudadanos, que no tiene ahora ni un solo concejal, puede pasar a ser el tercer grupo con 6 ediles. Pero aquí Albert Rivera también tiene un problema porque su candidata a la alcaldía barcelonesa, Carina Mejías, antigua diputada autonómica del PP, acaba de hacer unas declaraciones abogando por “obstaculizar” la manifestación independentista del 11 de setiembre que la ANC quiere realizar en la avenida Meridiana de Barcelona.
Mejías dijo que había que poner “todos los impedimentos posibles” a la manifestación y que “estos actos lo que hacen es exaltar un discurso de enfrentamiento entre barceloneses y catalanes y entre catalanes hacia el resto de los españoles poniendo en riesgo la pertenencia a Europa, y deben acabar erradicándose”. Naturalmente, todos los otros partidos (incluido Alberto Fernández, el candidato del PP) han criticado a Mejías basándose en que la libertad de expresión y manifestación es un derecho democrático fundamental.
La petición de su candidata a la alcaldía de Barcelona de “obstaculizar” la manifestación independentista pone a Rivera en una posición incómoda
Pero la salida de tono de Carina Mejías –que Albert Rivera ha cubierto de una forma más matizada– es un auténtico boomerang para Ciudadanos, que se presenta en toda España como una fuerza liberal, de radicalidad democrática y defensora del Estado de derecho. Y es bastante complicado presumir de estos valores abogando por “obstaculizar” el derecho de manifestación.
Aquí a Rivera se le plantean dos problemas diferentes. Ciudadanos es en Cataluña un partido algo bifronte. Por una parte es una reacción a cierto exceso de nacionalismo que Francesc de Carreras, uno de los intelectuales que lo promovieron, argumentó diciendo que “no hay buenos ni malos catalanes, sino ciudadanos con plenitud de derechos, piensen lo que piensen y con derecho a pensar lo que les dé la gana”. Pero por la otra hay también prevención, o incluso aversión, a la cultura catalana. O al menos así es percibido en amplios sectores de opinión. En los últimos tiempos Rivera ha suavizado puesto estas aristas pero la salida de tono de Mejías –rápidamente aprovechada ayer por el conseller Homs y que Rivera no ha desautorizado– puede perjudicarle.
Pero el segundo problema es la cohesión política interna. Albert Rivera, apoyado en el campo intelectual por Luis Garicano, quiere hacer de Ciudadanos una fuerza liberal de centro que pueda ser bisagra, como hizo durante años el liberal FDP alemán o ahora los Lib-Dem británicos. Pero ello exigirá una coherencia que puede ser difícil de mantener tras el 24-M en un partido improvisado, cuando los electos en las listas (forzosamente de aluvión) tengan inclinaciones y tentaciones diversas. En Madrid, Rivera decepcionará a muchos de sus votantes si no apoya a Esperanza Aguirre (liberal de derechas) contra la izquierda. Pero también enervará (a otros) si garantiza al PP la pervivencia en el poder. Alguien me decía hace poco que Rivera seduce ahora a muchos porque –fuera de Cataluña– no tiene compromisos de pasado, pero que tras el 24-M tanto él como los suyos tendrán muchas tentaciones de futuro. ¿Seguirá siendo entonces Ciudadanos un referente de política intachable o se transformará con rapidez en un nido de políticos ávidos de poder?
No está nada escrito y Rivera ha demostrado capacidad y ha sabido ilusionar a mucha gente huérfana de centrismo. Pero la forma en la que reaccionó ayer a la petición de “obstaculización” del derecho de manifestación por su candidata a la alcaldía de Barcelona indica que “necesita mejorar”. Los partidos de aluvión tienen su primer gran desafío con su primer triunfo relevante.