Casimiro García-Abadillo, EL MUNDO 03/12/12
El escenario político tras las elecciones del 25-N no puede ser más complicado para Artur Mas. De todas las combinaciones posibles, ha resultado la peor de todas para el presidente de la Generalitat. La alianza a la que le obliga la pérdida de 12 escaños de CiU le hace imposible cumplir los dos objetivos que, según reafirmó en su comparecencia del pasado viernes, serán prioritarios para su nuevo Gobierno: austeridad y consulta soberanista.
Mas apostó tan fuerte por el independentismo que ahora sólo puede aspirar al logro de la «estabilidad, fortaleza y seriedad» de su Gobierno agarrándose a los 21 escaños de ERC, aunque el fin y los medios supongan una evidente contradicción.
Oriol Junqueras no va a aceptar la aprobación de unos presupuestos con nuevos y duros recortes sólo a cambio de la promesa de convocar una consulta en esta legislatura. Ya en su día, ERC pactó con CiU (tras las autonómicas de 1980) y los republicanos comprobaron lo caro que les salía el apoyo a su competidor nacionalista. El partido se hundió electoralmente y no resucitó hasta 20 años después, ya en tiempos del iconoclasta Carod Rovira.
Junqueras sabe que ERC puede ganar mucho más en la oposición que en el Gobierno y, por tanto, dejará que Mas se vaya achicharrando poco a poco.
Incluso en la hipótesis improbable de que ERC decidiera apoyar formalmente las políticas de austeridad de CiU, Mas no podría dormir tranquilo. Como dice un dirigente del PSC escaldado por la amarga experiencia del tripartito, «ERC hace de oposición tanto fuera como dentro del Gobierno».
Y a Mas no le vale de nada que ERC le apoye en sus políticas nacionales (como la convocatoria del referéndum) si no respalda sus medidas de ajuste. En esta legislatura, la «geometría variable» es inviable.
Cataluña se encuentra en una situación financiera insostenible, dependiendo totalmente del Fondo de Liquidez Autonómico (FLA) para sobrevivir. No es una exageración. Sin la ayuda del fondo, el año que viene la Generalitat no podrá pagar las nóminas a sus funcionarios. Si ahora ya es imposible para Mas acudir a los mercados para obtener créditos, imagínense lo que sucederá cuando los bancos y los fondos de inversión comprueben que el único socio estable posible del presidente de la Generalitat es nada menos que ERC.
Pero los problemas a los que va a tener que enfrentarse el líder de CiU no sólo tienen su origen en la dificultad para formar gobierno, sino en la estabilidad de la propia coalición, que internamente ya ha comenzado a plantearse la conveniencia de su relevo a medio plazo.
Horas después de que Artur Mas dijera ante los medios de comunicación que no se arrepentía de haber convocado elecciones anticipadas, el líder de Unió (13 escaños), Josep Antoni Duran Lleida, afirmaba en su blog que la coalición interpretó mal la manifestación del 11 de septiembre. Y el sábado en el Consell Nacional del partido fue aún más lejos al afirmar que CiU había dejado «huérfanos a miles de catalanistas no independentistas».
Duran, que ahora aboga por recomponer puentes con el PP, no va a propiciar un acuerdo con ERC, partido en las antípodas de sus presupuestos ideológicos.
Tampoco el mundo económico catalán, que mayoritariamente ha permanecido en silencio antes de las elecciones, quiere que se mantenga la tensión independentista.
Alguno de los cabeza de serie del mundo económico de Cataluña (como Isidro Fainé) han recomendado ya a Mas una «vuelta a la normalidad». Es decir, a la gestión de la economía sin sobresaltos.
¿Cuál es la posición del Gobierno respecto a Mas? ¿Sirvió de algo la conversación con Mariano Rajoy?
En Moncloa no albergan ninguna esperanza respecto a una rectificación sustancial en la postura del presidente de la Generalitat. No habrá medidas de represalia, pero el Gobierno tampoco aplicará a Cataluña una vara de medir distinta a la del resto de las autonomías.
Según una fuente del Gobierno, «la Generalitat recibirá la ayuda del FLA pero siempre y cuando cumpla con sus compromisos de reducción del déficit». Por tanto, Mas va a tener que calcular muy bien sus pasos, porque se puede encontrar sin liquidez si cede demasiado a las peticiones de ERC para obtener su apoyo en el Parlament.
Mas se ha metido en un laberinto del que le va a ser muy difícil salir. En el Gobierno se da por seguro que el líder de CiU no va a tener más remedio que convocar elecciones anticipadas, a más tardar en 2014. «Naturalmente», apunta la fuente, «en ese supuesto, el líder de CiU ya no sería Mas».
La opción de las nuevas elecciones es vista también como la más probable por los dirigentes del PSC. «Aunque Mas es muy soberbio y le va a costar reconocer que no puede gobernar, al final tendrá que rendirse a la evidencia», señala un dirigente socialista.
El PSC es precisamente el partido con el que le gustaría pactar a Duran Lleida. Pero el partido liderado por Pere Navarro lo tiene muy claro: «Esa opción no nos la planteamos ni de broma». La forma de comportarse de los Mossos en el caso del número dos del PSC, Daniel Fernández, es interpretada por los socialistas como «una venganza» de Puig por la denuncia de la corrupción que se hizo durante la campaña electoral.
Un Mas abrasado por la imposibilidad de gobernar (aunque él piense que Cataluña es como Holanda), llevaría necesariamente al relevo en el liderazgo de CiU.
Los círculos influyentes del partido (incluido su padre) apuestan por Oriol Pujol. Sin embargo, el secretario general de Convergència es tan responsable como Mas del batacazo electoral y, además, puede verse afectado por alguno de los sumarios que investigan la corrupción de su partido.
Lo que se dibuja en el horizonte, tras la batalla del 25-N, es un ahondamiento de la crisis de CiU, nuevos comicios, una mayor fragmentación del mapa político y el aparcamiento del reto secesionista.
Casimiro García-Abadillo, EL MUNDO 03/12/12