ABC 26/11/12
IGNACIO CAMACHO
El autoproclamado Moisés ha bajado del Sinaí electoral con
las tablas rotas. Nunca un catalán hizo tan mal negocio
EN el autoasignado papel de Moisés del pueblocautivo, Artur Mas ha resultado un protagonista muy deficiente que ha bajado del Sinaí electoral con las tablas rotas en pedazos. Su empeño de ungirse como líder del presunto destino manifiesto de Cataluña y conducator de un proceso de transición nacional ha terminado en un descalabro notable, en un ridículo histórico. El alocado llamamiento a la independencia sólo ha servido para movilizar a los adversarios de la secesión y potenciar a los independentistas de patanegra; puestos a elegir, los partidarios de la ruptura han preferido el original a la copia sobrevenida. Como punto de inflexión constituyente de una soberanía propia las elecciones de ayer arrojan un balance escaso, insuficiente y dividido. Y como plebiscito personalista suponen un rotundo fracaso. Rara vez un catalán hizo tan mal negocio.
Como en política nadie reconoce los fiascos ni los desengaños, el presidente de la Generalitat puede sentir la tentación de camuflar el suyo con una lectura ventajista de los resultados que apuntale su designio en un bloque soberanista mayoritario. Para ello tendrá que echarse en brazos del independentismo radical al que él mismo ha alimentado y dado alas con tanta insensatez como grave error de cálculo. Por ese camino, empero, sólo puede prolongar una huida hacia al abismo: ERC lo utilizará como ariete para incrementar la tensión entre Cataluña y el resto de España y luego lo abandonará en el primer recodo con la complicidad de los talibanes de CiU, ese intrigante círculo pretoriano que desde hoy empezará la conspiración contra un liderazgo demediado por su ambición irresponsable.
Revocado como guía del proyecto de secesión, a Mas sólo le queda la salida razonable de templar las gaitas de su aventurerismo anclándose en alianzas con fuerzas constitucionales para volver al trabajo del que nunca debió tratar de evadirse: el de sacar a Cataluña de la crisis y estabilizar su maltrecha estructura social y económica. Para ello necesita, le guste poco o mucho, a la España que enjuga sus deudas, paga sus pensiones y avala sus abrasados bonos. En ese marco de convivencia leal tiene derecho a reclamar mejoras y negociarlas dentro de las reglas del juego. Si insiste en la ruptura está condenado: se alejará de sus bases mesocráticas y llevará a la sociedad catalana al desgarro de un conflicto interior irreversible.
En este memorable batacazo de la rauxa separatista merece una mención la resistencia del constitucionalismo. Pese al arranque tardío de su respuesta, la Cataluña integradora ha aguantado el tipo; en parte gracias al vigoroso braceo de esos Ciudadanos que han contrapesado las pérdidas del PSC. La posición de los socialistas se ha vuelto estratégica pese a su retroceso. Pueden tener en sus manos la reconstrucción de la izquierda española o su disipación definitiva en la diáspora identitaria.