Antonio Rivera-El Correo

Catedrático de Historia Contemporánea de la UPV/EHU

  •  Ni al más agorero se le habría ocurrido imaginar que el vía crucis electoral de los socialistas fuera a comenzar en el gran granero de votos de Extremadura, que hoy pone las urnas

Hace unos pocos años ni al más agorero se le habría ocurrido imaginar que el vía crucis electoral socialista fuera a comenzar en el gran granero de votos que ha sido Extremadura. Sin embargo, la perspectiva de los resultados de esta noche es que el PSOE cosechará su peor votación en la región. A ello contribuirá sobremanera el ambiente general del país y, especialmente, la nula confianza que reporta su primer candidato. La siguiente elección autonómica prevista en Aragón reitera esta singularidad: la candidata vuelve a ser muy poco atractiva porque su proyección en tanto que ministra y portavoz gubernamental ha operado más en contra que en favor de su prestigio. Las previstas para más adelante en Andalucía o incluso en Valencia prometen más de lo mismo. Semejante elección suicida la vimos ya en ediciones anteriores en sitios como el ayuntamiento madrileño y en otras plazas exigentes, donde se presentaron candidatos o candidatas cuyo único mérito era la lealtad ciega al líder supremo, al puto amo.

Aquí radica la primera dificultad a que se enfrenta el PSOE: se ha conformado como un partido monárquico, con un dirigente indiscutible, y sin la vida interior suficiente como para que este se sienta en algo cuestionado cada vez que comete un error o un desafuero. La polarización ambiental hace el resto y todo contribuye a engendrar un interrogante aterrador: ¿cómo se podrá recuperar y reorganizar el partido cuando inevitablemente Pedro Sánchez pierda el poder? Las abundantes especulaciones al respecto de las últimas semanas -algunas formuladas como desiderátum o prudente alternativa, su sustitución- no resultan muy halagüeñas.

El partido está paralizado por su dependencia del Gobierno. Este, a su vez, se encuentra aturdido por lo que pasa en el partido -el ‘me too’ socialista- y por lo que algunos de sus afiliados han hecho aprovechando su posición en el ejecutivo. La parálisis se traslada también al consejo de ministros, dedicado en parte a apagar incendios y sin la concentración necesaria para aplicarse a tomar decisiones que reporten confianza entre su ciudadanía partidaria. Su socio se incomoda y amenaza, pero sin fuerza para ello, con lo que también se debilita en su competición menor por la hegemonía en la izquierda más radical: Podemos va recortando la distancia con Sumar, Izquierda Unida saca pecho y aquel proyecto unitario de Yolanda Díez se demuestra insolvente a cada paso. La tormenta perfecta se visualizará en sucesivas dosis conforme se repitan a cada poco elecciones regionales con el mismo resultado previsto en todos los casos.

Y, sin embargo, Sánchez hace balance anual obviando la realidad que todos percibimos, arrojando culpas al tendido y empeñándose en seguir a toda costa. Superó hace unos pocos meses el ecuador de la legislatura y solo se habla de cuándo no va a tener otro remedio que ponerle fin. Lo hacen sus contrarios desde el primer día de ella, o incluso antes, empecinados en seguir viendo como anomalía que gobierne la izquierda. Pero también lo ve así una parte de su base social y electoral, hastiada por un panorama donde los inequívocos avances en materia política, en asentamiento de derechos y en posicionamiento nacional e internacional ante debates relevantes, no equilibra los cuestionamientos de las bases del Estado de derecho, la reiteración de mentiras desde la presidencia y la entrega humillante ante compañeros de viaje que le piden el desguace del país que vivimos y hemos construido entre todos en estos decenios de democracia.

El PSOE se ha conformado como un partido monárquico, con un dirigente indiscutible

El gesto resistente ni siquiera es nuevo. No parece sino una repetición de ese arrastrarse que ya recorrieron González y Zapatero. El primero, huyendo también de una sucesión de corruptelas y escándalos que ensombreció una gestión histórica indiscutible. El segundo, cerrando los ojos ante una crisis internacional estructural que se llevó por delante todo tipo de gobiernos y que también cerró un mandato donde abundaron los éxitos, pero del que nos queda sobre todo el recuerdo de su inapelable derrota por mor de las circunstancias. En el caso de Sánchez, la parodia de la repetición de la historia -primero como tragedia, luego como farsa, Marx ‘dixit’- amenaza con debilitar seguridades que trascienden el tiempo de un gobernante y que ponen en peligro el suelo que soporta la cultura política común, la democrática, con sus instituciones y normas compartidas e indiscutibles.

Enfrente, las derechas, en sus momentos más sensatos, esperan quietas a ver pasar el cadáver de su enemigo, agotado por su desgaste y corroído al extremo por sus errores. Cierto que las elecciones se pierden más que se ganan, pero nuestras derechas patrias repiten a su vez una escalada al poder progresiva, desde los ayuntamientos o desde las regiones hasta La Moncloa, soportada más en el descalabro del oponente que en la pasión y confianza que suscitan sus propuestas y estrategias. Así pasó con Aznar, al que le costó dos vueltas superar al noqueado González, y así pasó con Rajoy, al que llevó al poder una crisis insuperable.

El balance de fin de año de Sánchez es por eso también y sobre todo el de un ciclo, lo que no significa que su final se vislumbre cercano. Todas las evidencias lo señalan, pero su enfermiza resiliencia se dispone a postergarlo ad infinitum. Lo que pueda romper mientras llega ese momento es lo que da más miedo, porque, cuando lleguen los otros y echen mano del desmontaje de garantías democráticas a que él ha acudido para sostenerse en el poder, ¿qué vamos a poder argumentar? Volverá entonces el ‘y tú más (o antes)’, pero con otro señor al frente del Gobierno.