Javier Zarzalejos-El Correo
El Gobierno intenta banalizar sus errores de gestión de la pandemia y la grave situación del país con mensajes propios de un manual de autoayuda
Había que ver al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la rueda de prensa posterior a la conferencia de presidentes que se celebró en San Millán de la Cogolla el pasado 31 de julio. Si se quitaba el sonido de la televisión, su gesticulación se acercaba a la de un auxiliar de vuelo explicando las instrucciones de seguridad del avión. Puños cerrados cuando se refería a la dureza de la crisis (se acababan de conocer los datos del PIB del segundo semestre), palmas abiertas y brazos proyectados hacia delante para remarcar su mensaje de que lo peor había pasado y que empezaba la recuperación. Tono casi de confidencia para buscar la complicidad con el público y exhibición de actitudes conciliadoras tan cuidadosamente estudiadas que solo pueden ser inauténticas. Y todo ello, envuelto en el «salimos más fuertes» que el Gobierno difundió en una de las campañas más insólitas de propaganda con cargo a fondos públicos.
De nuevo, no es verdad. No es verdad que salimos más fuertes, ni más unidos, ni más influyentes en Europa. Y no sólo porque estemos afrontando un rebrote de la pandemia que todavía no se sabe por qué sitúa todos los indicadores negativos de España muy por delante de los demás países europeos de referencia. No salimos más fuertes y no sólo porque se han hundido las esperanzas que el sector turístico tenía depositadas en el verano para aliviar su desastre. Tampoco, con ser grave, por el hecho de que la vuelta al colegio, el acontecimiento de referencia para el regreso a la normalidad de millones de familias, no es más que un enorme motivo de incertidumbre, que puede hacer difícilmente sostenible la conciliación laboral y amenaza con agrandar una preocupante brecha en la trayectoria académica de los estudiantes.
Esa grotesca ocurrencia del «salimos más fuertes» sólo ilustra retrospectivamente la banalización de una mala gestión de la crisis que se ha querido encubrir con un despliegue propagandístico en el que Sánchez ha protagonizado el papel central hasta la saturación. La evolución de la pandemia -insisto en que se necesita encontrar una explicación para el enorme diferencial negativo de España respecto a su entorno- y una contracción de la economía del 22,1% durante el primer semestre no deberían permitir que sucumbiéramos a los mensajes oficiales que parecen sacados de un manual de autoyuda.
La causa fundamental del debilitamiento de nuestro país que impide trazar un rumbo compartido con la necesaria proyección de futuro es esencialmente institucional y política. Se requieren acuerdos para una década, cuando el objetivo del Gobierno es sacar unos Presupuestos desconocidos para el próximo año. Se requieren reformas que impulsen el cambio de un modelo productivo que pone de manifiesto sus limitaciones, y de lo único de lo que oye hablar en las instancias oficiales -pacto con Bildu incluido- es de cómo, cuando y hasta dónde se deroga la reforma laboral promovida por el Gobierno del PP. Se necesitan verdaderas actitudes de acuerdo, pero desde el Partido Socialista la prioridad que se transmite es insistir en lo saludable de su coalición con Unidas Podemos que aporta ese caótico extremismo de izquierda populista, en las antípodas de la cultura política del consenso. La pandemia está sometiendo a la estructura del Estado a un estrés sin precedentes, y entretanto las polémicas competenciales difuminan la responsabilidad de cada instancia administrativa y política, sin contar con el espectáculo independentista en Cataluña, que empieza a sonrojar incluso a no pocos de sus partidarios.
La dirección política del país que corresponde al Gobierno de Sánchez se ha revelado oportunista y divisiva, y no hay expectativas de que eso cambie. Si acaso, hay que esperar que insista en atribuir a los demás sus propias responsabilidades, reforzar -si eso es posible- la gestión propagandística de la crisis y presionar al PP para que se preste a adherirse a los Presupuestos que quiera proponer; por supuesto, sin atisbo de reconocer en el primer partido de la oposición su condición de interlocutor necesario para definir las reformas que España requiere de manera apremiante.
En esta situación, iniciativas como la moción de censura que Vox se dispone a presentar no hacen mas que agravar el estado de irrealidad en la que se mueve la política española, a la que no faltan episodios para distraerse y distraernos. «Españoles, ¡a las cosas!», pedía Ortega. No es mala exhortación, sobre todo si esas cosas son las cosas de comer.