PEDRO CHACÓN-EL CORREO

  • El listado de víctimas vascas entre 1936 y 1945 exhala querencia por atribuir a los sublevados toda la responsabilidad de lo que pasó
uchos dirigentes siguen sin querer ver la diferencia sustancial entre las víctimas por conflictos de hace un siglo y las de hace apenas un decenio. Y no solo eso, sino que algunos incluso le quieren dar la vuelta completa a la tortilla. Porque se pretende hasta exculpar la exaltación del victimario de hace un decenio, debido a que ya no actúa, como dice el vicepresidente del Gobierno, olvidándose para la ocasión que Hitler lleva mucho más tiempo sin actuar, casi ochenta años, y Franco casi cincuenta. En este mundo al revés, hace unos días el Gobierno vasco, a través de su instituto de memoria histórica Gogora y con presencia de la consejera del ramo, nos ofreció un nuevo producto de su factoría de pretendidas verdades inmutables en la que se ha convertido la llamada «memoria histórica», disciplina político-ideológica que nos asaltó hace unos quince años para intentar convencernos de que era posible una historia de verdad, avalada por los gobiernos. Cuando la única historia que realmente nos puede interesar es la que huye como de la peste de la influencia de los gobiernos y de su pretendido aval.

Se trata de un listado de las víctimas vascas de entre 1936 y 1945, con el que se pretende honrar a aquellas personas que quedaron sin reconocimiento entonces. Lo cual está muy bien, pero a condición de que no se tergiverse la historia, que es análisis, confrontación de pareceres y, sobre todo, vida, truncada o pujante, pero vida, movimiento, todo lo contrario de un listado de nombres puestos unos detrás de otros, por muy documentados que estén, y que más bien parecen colecciones de entomólogo, con su punto de obsesión y de parálisis.

No obstante, alguna cosa buena puede tener este listado como, por ejemplo, la constatación de que las víctimas del bombardeo de Gernika fueron las que fueron. Porque es que todos los años, con dicho motivo, nos sale el historiador avalado de turno con lo de que fueron varios miles las víctimas de aquella tragedia. Ahora ya podremos decir que incluso desde un medio gubernamental vasco se restringen a una cantidad fija y ajustada a los hechos.

El listado, como es de suponer, exhala esa querencia indisimulable de la memoria histórica por atribuir a los sublevados -léase a los ancestros ideológicos de la actual derecha- toda la responsabilidad de lo que pasó, cuando sabemos de sobra que, si Francia y Gran Bretaña hubieran apoyado al Gobierno de la República, Franco no habría podido ni siquiera coger el avión que le llevó de Canarias a Marruecos. Desde que Gran Bretaña se hizo con Gibraltar a principios del siglo XVIII, España no cuenta para nada en el escenario internacional y todo lo que ocurra en su interior, incluidas muy principalmente la victoria de Franco en la Guerra Civil y la prolongación de su dictadura, se debe al consentimiento de las potencias dominantes.

Tengo curiosidad por saber cómo se computa en este listado el trasiego de combatientes que se dio de un bando a otro durante la ofensiva de Bizkaia y hasta la rendición de Santoña, cuando los mandos de los sublevados les dieron a las tropas republicanas la opción de sumarse a sus filas, cosa que muchos de ellos hicieron, como es sabido, para salvar el pellejo. En cuanto al número desigual de víctimas en combate, las guerras, eso sí, tienen como consecuencia clara que las gana el que más mata. No se ha conocido guerra en la historia donde el que gane mate menos que el que pierde. Vamos, sería un ejercicio bastante interesante el de poder rebatir esta afirmación.

Pero la cuestión clave de este listado es que mezcla dos periodos muy distintos, la Guerra Civil con la inmediata posguerra. Y la razón es muy sencilla y para nada inocente, ya que con ello se rompe el equilibrio de víctimas que se dio en el ámbito vasco entre las retaguardias de ambos bandos durante la Guerra Civil, donde los bombardeos nacionales eran de sobra compensados con los linchamientos carcelarios y las ejecuciones sumarias del bando republicano. Añadiendo el periodo de 1939 a 1945 ese equilibrio se rompe por dos vías. Una, la represión de los vencedores y otra, más letal si cabe, la intensa hambruna, fatal en sus consecuencias, particularmente sentidas en las cárceles, donde moría gente por puro abandono y desabastecimiento y por enfermedades sin medios de curación, en una proporción mucho más intensa que lo que ya ocurría fuera de los recintos carcelarios.

Ese contexto combinado de represión y hambruna de los primeros años cuarenta, en un país arrasado por una guerra civil y cortados todos sus suministros del exterior, es el que explica esos más de dos mil muertos en cautividad atribuibles al bando nacional, que suponen el grueso de la diferencia en el listado entre ambos bandos. Y eso solo nos lo puede decir la historia, no la memoria.