Juan Ramón Rallo-El Confidencial

Una rebaja de los impuestos conduce a que los agentes económicos decidan incrementar su oferta de bienes y servicios, redundando todo ello en un mayor PIB

Un argumento bastante utilizado para defender las reducciones de impuestos desde un punto de vista económico es el de que “bajar impuestos aumenta la recaudación”. Y aunque desde un punto de vista teórico resulta posible que esto suceda, la mayoría de países (entre ellos España) no se encuentra actualmente a la derecha sino a la izquierda de la llamada ‘curva de Laffer‘: es decir, que bajando impuestos no se incrementa la recaudación porque el tipo impositivo disminuye relativamente más de lo que aumentan las bases imponibles. Sin embargo, ese no debería ser el argumento económico crucial para defender una rebaja fiscal: y es que la cuestión verdaderamente relevante es que bajando impuestos se consigue incrementar la base imponible agregada de la economía, esto es, se consigue incrementar la actividad económica general (no lo suficiente como para que el efecto neto de la rebaja fiscal sea positivo para la recaudación del fisco, pero en todo caso sí se incrementa la actividad económica general).

¿Y por qué bajar impuestos incrementa la actividad económica? Más allá de los efectos sobre la demanda agregada que pudiera acarrear (sobre todo si se canaliza vía déficit), recortar impuestos tiene repercusiones sobre la oferta. Los impuestos (sobre el consumo, sobre el trabajo o sobre el capital) generan lo que en economía se conoce como pérdidas irrecuperables de eficiencia, es decir, los agentes económicos (los oferentes de trabajo, capital o mercancías) modifican su comportamiento al ser penalizados con un impuesto restringiendo su oferta de bienes o servicios (los trabajadores reducen su oferta de horas de trabajo, los capitalistas reducen su oferta de capital y los productores reducen su oferta de mercancías), redundando todo ello en un menor PIB. ‘A contrario sensu’, una rebaja de los impuestos conduce a que los agentes económicos decidan incrementar su oferta de bienes y servicios, redundando todo ello en un mayor PIB.

En su momento, de hecho, ya tuvimos ocasión de exponer que una de las principales hipótesis sobre por qué el número medio de horas trabajadas en Europa era inferior al de EEUU consistía en los menores tipos marginales del IRPF al otro lado del Atlántico: dado que la cuña fiscal en EEUU es sustancialmente más baja que en la mayor parte de Europa, los trabajadores estadounidenses cuentan con incentivos para prolongar más sus jornadas laborales que los europeos. Sin embargo, este razonamiento puede resultar poco intuitivo para muchos ciudadanos: de acuerdo con su experiencia vital, el horario dentro de un centro de trabajo es relativamente fijo y no existen opciones de modificarlo. Esto es, aunque ahora mismo bajaran enérgicamente los impuestos en España, muchos trabajadores no sabrían cómo incrementar el número de horas que trabajan dentro de sus empresas.

La objeción tiene cierto sentido porque, en efecto, en muchas ocupaciones no es posible modificar la jornada a demanda del trabajador. Pero el canal por el que dentro de un país aumentan las horas trabajadas tras una rebaja impositiva no tiene por qué ser necesariamente el de una extensión de la jornada laboral de los trabajadores ya ocupados a jornada completa. Existen al menos otras tres vías para incrementar el número total de horas trabajadas: primero, personas inactivas que deciden comenzar a trabajar; segundo, personas a media jornada que deciden dar el salto a jornada completa, y tercero, personas que pasan a tener más de un empleo.

Y, justamente, esto último es lo que parece ser que ocurrió en Alemania tras la reforma impositiva de 2003. En un reciente ‘paper’, la economista Alisa Tazhitdinova constata que, tras la reforma fiscal alemana de 2003 en la que se eximió del deber de pagar impuestos sobre las rentas obtenidas en un segundo empleo cuyo salario fuera inferior a 400 euros al mes (‘minijobs‘), el porcentaje de trabajadores con un segundo empleo pasó del 2,3% en 2003 al 5% en 2005 y al 7% en 2010, todo lo cual condujo a un incremento en el número agregado de horas trabajadas (no se trata de que los trabajadores redujeran su jornada en su empleo principal para complementarlo con un segundo empleo parcialmente exento de tributar). Por cada minoración del 1% en la carga tributaria que recaía sobre los 400 primeros euros de un segundo empleo, el porcentaje de trabajadores con un segundo empleo se incrementó en hasta un 2,06% en el largo plazo. Una muy elevada elasticidad que pone de manifiesto los fuertes desincentivos fiscales que existen hoy contra el trabajo por culpa de los impuestos sobre la renta.

En definitiva, preferir el tiempo de ocio al de trabajo no es una decisión en absoluto criticable siempre que sea una decisión voluntaria. Si, en cambio, muchas personas preferirían trabajar durante más horas (para ingresar mayores salarios a fin de mes) pero no lo hacen porque el Estado parasita agresivamente sus salarios, entonces nos encontramos ante un proceso que no solo empobrece a los damnificados contribuyentes, sino al conjunto de la economía en forma de una menor producción agregada. Si buscamos impulsar el crecimiento económico vía reducción de pérdidas irrecuperables de eficiencia, disminuir los impuestos es una opción totalmente válida.