Hermann Tertsch, ABC 21/12/12
En manos de los ideólogos del separatismo izquierdista, Cataluña sería un pozo negro sin libertad.
EL presidente de la Generalidad, Artur Mas, no engaña. Pero no porque no quiera. Tampoco se engaña a sí mismo. Pero ya está condenado a la simulación permanente. Hasta su muerte política. Que tampoco está lejana. Ayer pretendía estar abriendo un proceso histórico, al final del cual una Cataluña independiente, libre de ataduras y problemas, con una sociedad feliz, satisfecha e inmensamente agradecida. Pero no tenía el día para abundar en la épica. Presentaba Mas las dificultades como obstáculos franqueables que en ningún caso impedirán la llegada a esa nueva calidad superior de existencia como un Estado independiente. Pero Mas no engaña. Aunque quiera. Él sabe bien que las posibilidades de que todo salga así son nulas. Y aunque muy mediocre personaje, no es tan obtuso como para no saberlo. Pero ya da igual, desde que se lanzó en triple salto a los engranajes. Triple salto mortal. Hoy está ya preso de quienes sí se lo creen, porque sí son lo necesariamente obtusos. Son los camisas negras de ERC con Junquera a la cabeza. Ellos se creen la aventura porque no hay escrúpulo ante el daño. Están dispuestos a asumir mucho, especialmente ajeno. Serán dolorosos pero inútiles.
Una sociedad moderna, como la catalana, la española y la europea, no va a asumir los costes de esa aventura. Que no se miden sólo en euros, siendo de vértigo las sumas que costaría y la pobreza que generaría. Sino también en profundos desequilibrios, en graves efectos de desestabilización, muy posible violencia, décadas de tensiones y desgarros. Y ante todo, la radical ruptura con todo el discurso europeo, con una virulenta reactivación del mensaje nacionalista en el continente, que amenazaría con llevarse por delante los logros de la UE de seis décadas. La voladura del proyecto europeo acabaría con las esperanzas de Europa de poder competir con las demás potencias existentes y emergentes en un mundo globalizado. Y se haría cierta la amenaza que tanto le gusta evocar a Merkel de que Europa se condenaría a una existencia marginal de estados fallidos. Porque perderíamos ese tren de la historia, el de la unión, modernidad y competitividad, que ahora con tanto esfuerzo y sacrificio, la UE intenta tomar.
Nadie va a permitir que la anacrónica aventura separatista —de las elites corruptas de una sociedad maleducada e intoxicada en una región española— ponga en peligro los objetivos y la estabilidad europeas. No va a permitir que, con los instrumentos más detestables del nacionalismo, convierta la región en el bajo vientre de Europa, en una infección permanente y supurante de los peores humores y venenos ideológicos. A Mas, ese error, ese fracaso de hombre, le salió mal todo. Y desde el 25M están muertos todos los sueños de conseguir una aceptación en Europa para un nuevo estado separatista en territorio español. En manos de los ideólogos del separatismo izquierdista, Cataluña sería un factor de desestabilización continuo.
Y un pozo negro sin libertad. Cuyo fracaso económico habrían de compensar sus líderes con permanente movilización ideológica. Que inevitablemente se traduciría en reivindicaciones territoriales y vocación expansionista y agresiva. Fenómenos siniestros así se han dado en los Balcanes. Pero Cataluña es demasiado grande y demasiado central para convertirse en un Montenegro, en el que su clase dirigente corrupta vive con apoyo de la mafia rusa una existencia sin sobresaltos. Cataluña, como parte vital de España y de Europa occidental, no puede huir hacia una existencia marginal, por mucho que algunos socialistas nacionalistas se sintieran tentados. El proyecto no sólo es perverso. Es imposible. La cuantía, en todo caso inmensa, del daño que van a generar, depende de cuándo reconozcan esta certeza sus protagonistas.
Hermann Tertsch, ABC 21/12/12