ABC 13/09/15
SALVADOR SOSTRES
· La figura que representa mejor al independentismo catalán es, en realidad, «una botella vacía»
Lo más aproximado que puede decirse de Artur Mas es que no existe. Es simplemente un cuerpo vestido por su mujer que dice y hace lo que por detrás le apunta David Madí, la única inteligencia política de Cataluña y que eligió a Mas con el objetivo de darle forma hasta conseguir el producto que el presidente de la Generalitat es ahora y que representa, en este también detalladamente previsto escenario político que hoy vivimos. Mas es una botella que Madí ha ido llenando con el uso.
· Nacionalismo En los inicios de su andadura política, Artur Mas llegó a admitir que la independencia le daba «pereza»
David Madí i Cendrós (Barcelona, 1971) es nieto de Joan Baptista Cendrós, fundador de Òmnium Cultural, inventor del aftershave Floïd. Así como su abuelo –ya en aquellos años independentista– fue el antagonista del federalista Tarradellas, que siempre tuvo una idea de España, Madí fue el antagonista del pujolismo –nacionalista– y como su abuelo siempre fue independentista. Militó en la Crida a la Solidaritat, donde conoció a Jordi Sánchez, actual presidente de Òmnium, y en la FNEC (Federació Nacional d’Estudiants de Catalunya), en lugar de pasar por las juventudes del partido.
Su único proyecto político era y es la independencia de Cataluña, pero le faltaba el hombre, el candidato para suceder a Pujol que, en el año 2000, tras ganar por los pelos sus últimas elecciones, anunció que no volvería a presentarse. Como joven promesa del partido, a pesar de sus discrepancias con el patriarca, había tenido en 1997 –junto con Oriol Pujol, Quico Homs y Germà Gordó– acceso a la jefatura de gabinete de un «conseller», y eligió a Artur Mas, entonces consejero de Economía.
Mas venía del grupo municipal de CiU en Barcelona, de haber sido la gota malaya del alcalde Maragall– al quese opuso de forma respetuosa pero implacable–. Artur Mas es la encarnación más perfecta de un exalumno de la escuela Aula, dirigida por Pere Ribera, un colegio con el mayor prestigio académico que acaba convirtiendo a sus alumnos en robots sin ninguna capacidad empática y con una facilidad asombrosa para la torpeza emocional y para amar la rectitud más como finalidad que como herramienta.
Madí se dio cuenta de que si nadie hacía nada por evitarlo Josep Antoni Duran i Lleida sería el elegido para suceder al líder convergente. Pujol nunca fue un entusiasta de Duran, pero creía que era el único con posibilidades de ganar a un creciente Maragall.
Una CiU liderada por Duran como candidato a la presidencia de la Generalitat habría perdido el matiz nacionalista para ganar intensidad democristiana, y ante la inminencia con que los hechos iban a precipitarse, Madí decidió que Mas era su hombre, aunque sólo fuera porque no tenía a otro. Madí admiraba la capacidad de trabajo y de sacrificio de su «conseller», y creyó que ya se ocuparía él le de darle el contenido político. El entonces consejero de Economía no tenía en aquella época ninguna idea concreta de Cataluña. Llegó a decirle a Arcadi Espada que la independencia le daba «pereza». Es decir, Mas no era ni siquiera nacionalista. La oportunidad era que Mas, por no ser, no era nada, y era escasa su articulación intelectual.
A las órdenes de Madí
Madí tuvo entonces –en el año 2000– una larga conversación con Mas, y le convenció de que la estrategia para derrotar a Duran en la carrera por ser el candidato de CiU, era mostrar «músculo nacional», para conmover de un lado a Pujol. El hombre de hojalata compró el plan, y, siendo él en todo metódico y disciplinado, ejecutó cada orden de su jefe de gabinete.
Madí, con el entusiasmo de sus 29 años, se dedicó a la fontanería para defender las opciones de su candidato. No lo tenía fácil. La vieja guardia convergente, entre ellos Macià Alavedra e incluso Lluís Prenafeta, para quien Mas había trabajado en la empresa Tippel, apostaron por Duran por considerarle un mejor candidato. Pero poco a poco, Madí fue moldeando a su candidato, gestionando con brillantez su proyección mediática; y logró desmoralizar a Duran poniéndole toda clase de trampas, haciendo circular rumores intencionados y convirtiendo cada cosa que el hombre intentaba hacer en algo turbio y que aparecía absolutamente desdibujado en los medios de comunicación.
Fue la primera «campaña electoral» de Madí, casi sin recursos. La ganó en 2001, cuando Pujol finalmente se decantó por Mas y le nombró conseller en Cap (consejero jefe), cediéndole todo el protagonismo. Madí tenía dos años para convertir a Mas en un líder capaz de derrotar a un Maragall que ya se veía presidente y daba las elecciones por ganadas.
Hay una conversación crucial entre Madí y Pujol en los días posteriores a la designación de Mas como candidato. El entonces presidente felicitó a Madí por su victoria, pero conociendo al joven y a su abuelo le quiso advertir de algo para él muy serio: «Yo he confiado en ti –le dijo–, pero tú tienes que prometerme que jamás le harás cruzar a Mas la línea roja de la independencia». Madí le respondió que la independencia era su único objetivo y que no descansaría hasta conseguirla. La confesión de Pujol, quince años después, tiene mucho que ver con aquella conversación: el presidente gozaba de la protección del Estado para que su familia pudiera hacer toda clase de negocios, a cambio de mantener el separatismo bajo mínimos. Lo que con Madí se le fue de las manos tuvo Pujol que pagarlo el año pasado, y para salvar a sus hijos de la cárcel confesó algo impreciso y puede que falso para dinamitar el proceso soberanista. Consiguió las dos cosas: el independentismo quedó tocado y sus hijos están empezando a ser desimputados.
Madí continuó esforzándose para que Mas encarnara un liderazgo cercano y moderno. Poco a poco, un candidato serio y con aspecto de responsable le iba ganando terreno al exalcalde bonachón e inspirado, pero también considerado peligroso por sus locuras, conocidas como «maragalladas».
· Elecciones Mas confundió la Diada de 2012 con la «voluntad del pueblo», lo que le condujo a un desastre electoral
El 16 de noviembre de 2003, después de una campaña electoral por la que Madí consiguió un reconocimiento unánime, Mas derrotó a Maragall (46 a 42), pero las izquierdas se unieron para crear el primer tripartito.
A partir de aquel momento la estrategia de Madí fue ridiculizar al PSC por quinquis e ineptos, y acusar a ERC de traidora por entregar la Generalitat a un partido «español». Convergència endureció su discurso soberanista y forzó a Maragall a aprobar en el Parlament un Estatut de máximos. Mas se apuntaba el tanto, Maragall entraba en contradicción con el PSOE y Esquerra quedaba descolocada.
Zapatero se había comprometido a apoyar el Estatuto que saliera del parlamento de Cataluña, pero sabía que lo que Mas le había colado a Maragall no podía ni siquiera planteárselo a José Bono o a Manuel Chaves. Intentó negociar con Mas para conseguir un texto más moderado algo que iba en contra de la opinión de Madí, Mas se fue a escondidas a La Moncloa. Zapatero y él acordaron rebajar el texto para que el PSOE pudiera asumirlo y que el PSC no presentara a Maragall, favoreciendo la investidura de Mas si CiU ganaba las elecciones.
Mas laminó el Estatut mucho más que el Tribunal Constitucional, pero Zapatero faltó a su promesa, y en noviembre de 2006, pese a que Mas ganó a Montilla (48 a 37), el tripartito se reeditó.
Tras esta inesperada derrota, Madí estableció la estrategia que culminará el próximo 27 de septiembre. Se dio cuenta de que Cataluña era un país demasiado pequeño para que el catalanismo político estuviera dividido y enfrentado, y para unirlo se inventó el concepto de «derecho a decidir» –que como todo el mundo sabe (Madí el primero) no existe– y la herramienta, al principio muy parodiada, de la «gran casa del catalanismo», para poder hacer política en favor de la independencia de Cataluña más allá de las limitaciones de los partidos.
Llegada a la Generalitat
Mas presentó esta refundación conceptual de CiU el 20 de noviembre en el Palacio de Congresos. Convergència amplió su base electoral, Esquerra quedó desprestigiada por el tripartito, y Mas ganó en 2010 con 62 diputados y pudo, por fin, ser presidente. Madí dejó la política, con el objetivo cumplido de haber puesto a su hombre en la Generalitat, y dejando una hoja de ruta precisa: dedicar los dos primeros años a tomar las medidas necesarias para salir de la crisis y los dos siguientes a reclamar un pacto fiscal para Cataluña, con la convicción de que el Estado lo negaría, para llegar a 2014 y presentarse a las elecciones con la promesa de un referendo sobre las condiciones económicas que Cataluña necesita y empezar así a forzar las costuras de España.
Pero una vez más el hombre sin empatía se precipitó y confundió la manifestación de la Diada de 2012 con «la voluntad de un pueblo», y en contra del consejo de Madí, con quien hablaba regularmente, adelantó las elecciones pensando que alcanzaría la mayoría absoluta (68) y que después le desmintió una dura realidad que le dejó con 50.
Mas se alió con la renovada ERC de Oriol Junqueras, que a costa del imprudente anticipo había pasado de 10 a 21 diputados. Se pusieron de acuerdo para convocar un referendo sobre la independencia. Con Madí retirado, el presidente convirtió a Quico Homs en su hombre de confianza y Convergència, sin rumbo ni inteligencia, se dejó arrastrar por Esquerra. Junqueras mandaba en las encuestas y CiU se hundía en su falta de estrategia.
Aunque para algunos Mas celebró el pasado 9 de noviembre un referendo secesionista, él fue quien lo desactivó políticamente para convertirlo en una pachanga participativa. Algo por lo que Junqueras se sintió estafado. El odio y desprecio que pasó a sentir por Mas hacía prácticamente imposible cualquier acuerdo, y CiU se exponía a acudir a las elecciones y perder entre 10 y 15 escaños.
Un Mas acorralado y sin opciones, y con un Quico Homs superado en su limitación eminente, volvió a recurrir a Madí, cada vez más indignado al ver cómo su partitura tenía unos intérpretes tan mediocres. Madí fue veloz y expeditivo. Puso a su amigo Jordi Sánchez al frente de la ANC–saltándoselo todo, hasta la democracia– y hostigó a ERC y Junqueras de tal modo que los republicanos acabaron sucumbiendo y Madí le consiguió a su hombre la tan deseada candidatura ( Junts pel Sí), para que Convergència pueda refundarse basandose en la causa independentista y se libre de ser castigada por la corrupción.
Mas ha tenido que aceptar la humillación de no encabezar la lista, y si Junts pel Sí no obtiene un buen resultado, las izquierdas están preparadas para unirse y dejarle a un lado. Son riesgos que ni David Madí puede controlar, en un país cada vez más inconsistente y del que cada vez es más fácil burlarse con falsas promesas de todo tipo.