Eduardo Uriarte-Editores
Aunque en tiempos remotos otros medios servían para promocionar publicitariamente al poder político, religión, monumentos, teatro en la Atenas clásica, canciones y peroratas de ciegos o juglares, etc., la influencia de la propaganda política se acrecienta con los modernos medios de comunicación, especialmente desde que apareciera la radio. Goebels fue el gran maestro en su utilización, no sólo para facilitar el acceso al poder del partido nazi (apoyado por un activismo y terrorismo callejero muy visible), sostener el estado totalitario que potenciara su líder, y amedrentar a todos los países democráticos que sobrevivían en Europa.
El gran maestro, sin duda, fue Goebels. Creó el mito de la superioridad alemana, la imagen de orden frente a la amenaza bolchevique ante a la molicie liberal, y desbordó su apariencia de invencibilidad ocupando las democracias vecinas, incluso Francia, hasta que Churchill demostrara que en gran medida era un mito propagandístico, que se le podía vencer. Sin embargo, dicho mito lo sostuvo la propaganda nazi porque tenía una parte de verdad, se sustentaba al menos parcialmente sobre la realidad, aspecto que suelen obviar los publicistas actuales ávidos de vender sus habilidades al cliente. Cosa que pueden hacer con facilidad, pues la influencia de los medios se ha convertido también en un mito, aunque esté comprobado que no hay propaganda que tenga éxito sin una base real. Veremos lo que le pasa a Sánchez con su promoción inmobiliaria cuando no ha construido un piso en cinco años de gobierno, o su actual preocupación por Doñana cuando veía las explotaciones agrarias en entredicho siempre que iba allí a descansar.
Sánchez es ese cliente que cree en las capacidades milagrosas de la propaganda, aunque en su caso sea incapaz de sostenerla sobre un mínimo de veracidad, de realidad. La estrategia de propaganda va dirigida a convertirle en un gran líder democrático frente a la derecha conservadora, la ultraderecha, los fachas, aunque para crear ficticiamente tal adversario tenga que perturbar las conciencias desenterrando los cadáveres de la guerra, deformar la historia con la Memoria Histórica y la Memoria Democrática y promover un odio hacia los no afectos ideado para cimentar el frentismo abandonado en la Transición y la Constitución. Porque la democracia fue posible tras la autocrítica y el abandono por parte de las izquierdas obreras de su cainismo frentista.
La estrategia propagandística diseñada desde la Moncloa es muy similar a la potenciada desde sus orígenes por el nacionalismo radical, el de ETA. Estrategia que tanto dolor y retroceso ha supuesto para Euskadi y Navarra, pero cuyo fomento del odio hacia “el otro”, su segregación, persecución y eliminación, tantos pingües resultados electorales han otorgado a sus promotores. La estrategia que intentan promover los publicistas de Sánchez, sus auténticos estrategas, es la misma ante una sociedad, la española, afortunadamente menos propicia a la enajenación emocional que las abonadas ideológicamente por el nacionalismo desde finales del XIX en Euskadi y Cataluña.
Esta propaganda tiende a crear un adversario similar a la derecha del treinta y seis, cuando fue esa derecha hoy denostada la que empezó a desmantelar la dictadura, resultado, entre otras causas, ante la acción revolucionaria y bolchevique de las izquierdas obreras durante la II República. Por el contrario, sin la derecha promotora de la Transición la ausencia del PSOE durante la dictadura se hubiera prolongado en la democracia. Una infamante ficción, la conversión del adversario en enemigo, que, similar a la seguida por los nacionalismos radicales, levantando emociones incontenibles, puede arrastrar muchas voluntades hasta el fanatismo, aunque el resultado a la postre sea calamitoso. ¡Pero qué importa si se ganan elecciones y se accede al poder!
La adopción de esta estrategia no deja inmune la convivencia democrática y afecta a los fundamentos del Estado de derecho. Una estrategia frentista supone la ruptura de la comunidad política, la ocupación totalitaria de los diferentes contrapoderes e instituciones del Estado, y la adopción de medidas de apariencia caprichosa -viraje en la política marroquí, por ejemplo-, sin explicación alguna debida a un Parlamento encadenado. Así mismo, supone la adopción de unas formas dignas de dictador, como el abuso de los medios del Estado, empezando por el Falcón, la negación a contestar las preguntas de la oposición, la conversión de toda intervención parlamentaria en sucesivas promesas de ofertas populistas para consumo de las masas, así como la aproximación a la opinión pública a través de platós con extras en videos producido desde la Moncloa. Como un dictador más.
No se extrañen los viejos compañeros socialistas de que este Gobierno a punto de estallar no acabe haciéndolo. No estaba pensado para gobernar, sino para promover la ruptura desde el poder, está fuera de la lógica democrática. Lo aguanta todo lo que en cánones democráticos hubiera supuesto crisis de Gobierno y adelanto electoral. Lo aguanta todo, porque, como en ETA, el fin justifica todo.