Ignacio Varela-El Confidencial
- Esta no es una guerra fronteriza entre dos países lejanos: es un conflicto global cuya evolución marcará la historia para mucho tiempo y que versa principalmente sobre Europa
Estamos ante la situación más peligrosa para el mundo en lo que llevamos de siglo. La frontera entre Rusia y Ucrania es potencialmente tan explosiva como la de Berlín durante la guerra fría, y esta vez los tanques del matón la han traspasado. El presidente Biden no exagera cuando dice que las consecuencias del desafío de Putin a la estabilidad mundial, respaldado por el amigo chino (de otro modo no se habría atrevido), pueden ser catastróficas.
Conviene no engañarse al respecto: España, como el resto de Europa, está en el ojo del huracán. Esta no es una guerra fronteriza entre dos países lejanos: es un conflicto global cuya evolución marcará la historia para mucho tiempo y que versa principalmente sobre Europa. España no es testigo de esta guerra, es parte de ella: y no solo por los valores en juego -que son los de la democracia frente a la autocracia-, sino por intereses mucho más inmediatos y materiales. Si el conflicto no se reconduce pronto o Putin triunfa en su designio imperialista, la sacudida económica resultante puede ser del nivel de la de la pandemia, y la Unión Europea quedará hecha un pingajo.
Así pues, más nos vale revisar los ejes de nuestra política doméstica para adaptarla a la magnitud del desafío. Si España quiere estar a la altura de las circunstancias y merecer la confianza de nuestros aliados en esta batalla existencial, tiene que dejar atrás las carajadas polarizadoras y empezar de una vez a comportarse como un país adulto. Necesitamos un Gobierno en plenitud y una oposición en plenitud. Necesitamos, a ambos lados de la trinchera política, un compromiso incondicional y sin reservas mentales con la causa común de parar este desastre por la única vía posible, que es frenar al matón imperialista. Necesitamos, esta vez de verdad, una firme voluntad de concertación política y toneladas de lealtad institucional. Quien no esté en condiciones de contribuir a ello o pretenda escenificar alguna clase de equidistancia entre la civilización y la barbarie debe ser privado de cualquier posibilidad de condicionar las decisiones políticas. Si ello implica revisar alianzas, suprimir algunas líneas rojas y trazar otras, hágase, cueste lo que cueste y nos cueste lo que nos cueste.
No podía haber elegido el Partido Popular peor momento que este para abrirse en canal y descabezarse. Dentro de todo, hubo suerte: si la solución de su crisis interna se hubiera retrasado 24 horas o Putin hubiera iniciado la guerra un día antes, el partido de la oposición estaría hoy despatarrado en la mesa de operaciones, sin líder y sin alternativa de liderazgo.
Parece que el pescado interno está vendido con una fórmula prendida con alfileres, pero respetuosa de la institucionalidad partidaria: Pablo Casado permanecerá en su puesto hasta el congreso extraordinario y entonces lo sustituirá Alberto Núñez Feijóo. Lógicamente, durante el período transitorio tendrán que compartir la toma de decisiones. Pero, al menos, en las próximas semanas el Gobierno sabrá qué teléfono debe marcar para comunicarse con el primer partido de la oposición. No duden de que esa línea de diálogo va a ser más necesaria de lo que ha sido nunca en las últimas décadas.
El PP no puede refugiarse en el burladero de su interinidad para escaquearse en este momento crucial. Esto es infinitamente más trascendente que gobernar con o sin Vox en Castilla y León, hacer listas para el congreso de abril o repartirse los papeles entre sus dos líderes de referencia, Feijóo y Ayuso. Incluso debilitar a Sánchez es tarea que puede y debe esperar. Con todas las limitaciones del caso, el PP tiene un presidente en ejercicio, que es Pablo Casado, y uno ‘in pectore’ que es Alberto Núñéz Feijóo. Si quieren empezar a recuperar una parte de la millonada de votantes que perdieron en unas semanas de insania, esta es la ocasión de demostrar que han recobrado la cordura. No es tan difícil: que miren a sus correligionarios europeos que están en la oposición (por ejemplo, la CDU alemana) y hagan lo mismo que ellos.
En cuanto al Gobierno: no es posible afrontar esta situación con la hipoteca de una colección de socios de los que no se sabe de qué lado están (o se sospecha fundadamente que están del otro lado). Ya no basta con seguir haciendo equilibrios en el alambre y enfatizar que las decisiones de política exterior las toma el presidente del Gobierno. Ayer mismo apareció un comunicado de Izquierda Unida (cuyo máximo responsable se sienta en el Consejo de Ministros) en el que, tras condenar para la galería la invasión de Ucrania, rubricaba todo el programa de Putin, incluidas la disolución de la OTAN y la desmilitarización del Estado soberano de Ucrania (es decir, su rendición y entrega al vecino agresor). Las declaraciones al respecto de los nacionalistas -con la excepción del PNV- transpiran fervorina nacionalpopulista y antioccidental. Y la imagen de Yolanda Díaz, militante destacada del Partido Comunista de España, en el Consejo de Seguridad Nacional, puede producir en las cancillerías occidentales cualquier cosa menos confianza. Lo diré de una vez: quienes estén al frente de los servicios de inteligencia de cualquier país de la OTAN mirarán con mucho cuidado la información que se facilita a un gobierno con esas compañías.
Por una vez, es fácil compartir íntegramente la declaración de este presidente. Pero le falta pasar la prueba del algodón: transcriban esa declaración en sus propios términos y preséntenla en el Congreso. Quien no esté en condiciones de votar a favor (nada de regateos ni de abstenciones tácticas, por favor) no debería seguir formando parte de la mayoría de gobierno. Y si ello crea problemas de estabilidad al Gobierno, la oposición responsable debe apuntalarlo, al menos mientras dure esta emergencia.
“Putin no va solo contra Ucrania, va contra la estabilidad de Europa y el orden pacífico internacional” (Ursula von der Leyen). “Estas son las horas más oscuras de Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. No es una cuestión de bloques o de juegos diplomáticos de poder, es una cuestión de vida o muerte para el futuro de nuestra comunidad global” (Josep Borrell).
Si nos creemos esas palabras (yo me las creo), toca actuar en consecuencia fuera de España, pero también dentro de ella. Si esta vez tampoco es posible, nunca lo será. Y las palabras de Sánchez serán, como de costumbre, pompas de jabón.