GUILLERMO DUPUY, EL CONFIDENCIAL – 06/06/14
· El presidente del Gobierno, en un acto de valentía política sin precedentes, se ha atrevido a advertir a CiU de que «no es momento de política pequeña», en referencia a la lógica abstención de los nacionalistas en la votación de la ley que regulará la sucesión de Don Juan Carlos. Será que Rajoy debe de creer que todos son de su condición, pues sólo quien es capaz de dar gato por liebre como lo ha hecho este Gobierno del PP puede aspirar a que una formación como CiU, inmersa en pleno proceso separatista, vaya a respaldar ahora la sucesión a la Corona, símbolo de la unidad y permanencia de la nación española.
Rajoy carece, por otra parte, de total legitimidad para reprochar a nadie su «política pequeña». ¿O es que acaso Rajoy hizo política con mayúsculas cuando trató de simple «algarabía» los inicios del proceso secesionista? ¿Acaso es una muestra de política con mayúsculas tratar de contentar al chantajista de Mas con un privilegiado pacto fiscal con semillas de Hacienda propia, tal y como Rajoy ofreció a la Generalidad poco tiempo después? ¿Es acaso una muestra de política con mayúsculas situar a los gobernantes de la Generalidad por encima de la ley, que en nuestro país tipifica los delitos de desobediencia, prevaricación, usurpación de atribuciones y malversación de fondos públicos? ¿Lo es acaso premiarlos con una financiación extraordinaria a cargo de los Fondos de Liquidez Autonómica, no sea que el carísimo, además de ilegal, proceso de construcción nacional lleve a la bancarrota a la Administración autonómica catalana?.
Los nacionalistas son ciertamente muy hipócritas cuando desvirtúan a su favor el papel de arbitraje y moderación que debe desempeñar el monarca. Si Juan Carlos I merece una crítica en su papel de árbitro ha sido precisamente por las veces en que no ha pitado fuera de juego y ha hecho la vista gorda ante los nacionalistas que se saltaban las reglas que establece nuestra Constitución.
Este compadreo, este «hablando se entiende la gente», que nada tiene de encomiable arbitraje, lejos de moderar, ha contribuido a radicalizar todavía más a los nacionalistas. Intermediar para buscar una solución que satisfaga a las partes en conflicto, cuando el conflicto para una de ellas es la existencia misma de la nación española, en la que se asienta el entero edificio constitucional, no es función de un rey sino una vía segura para acabar con la monarquía parlamentaria.
Lo preocupante, por tanto, no es que CiU dé la espalda a la Corona. Lo preocupante sería que los separatistas vieran en ella algo tan útil para sus propósitos como para respaldar la proclamación de Felipe VI.
Con todo, y por bueno que sea, no habrá rey –ni debe haberlo– capaz de sofocar por sí solo lo que no es capaz de sofocar la hipocresía y debilidad de quienes nosotros elegimos como nuestros gobernantes.
GUILLERMO DUPUY, EL CONFIDENCIAL – 06/06/14