Tonia Etxarri-El Correo

Mañana, día de la Constitución, habrá más reproches que celebraciones. La efeméride, que durante más de cuarenta años (ahora cumple 46) logró ensamblar a los partidos mayoritarios que han ejecutado su alternancia en el Gobierno en un bloque sostenido en la defensa férrea de la Transición, está siendo utilizada como arma arrojadiza entre La Moncloa y la oposición. Hay muy poco que celebrar en los últimos seis años. Con el Gobierno de Pedro Sánchez y el de Isabel Díaz Ayuso tirándose las investigaciones y citas judiciales a la cabeza, con la revelación de secretos adjudicada al fiscal general del Estado, primer imputado de su rango en la historia de España, no está el ambiente para presumir de consensos democráticos.

En realidad, el consenso les suena a una historia pasada a los ‘químicos’ de La Moncloa que tienen a la popular Díaz Ayuso en su menú diario gubernamental. Que para eso están las comparecencias ante la prensa ¿no? En principio no debería ser así pero, desde que nos manda Sánchez se traspasa la línea gubernamental en beneficio de su partido desde la sede institucional para arremeter contra el PP. Lo de menos es que les multen por uso indebido de la sala de prensa de La Moncloa. Y le han cogido gusto al abuso. Ahora, con el fichaje de Ion Antolín, un ‘pata negra’ de la propaganda, como secretario de Estado, la oficina de ocurrencias dará mucho más que hablar. Su paso por la red X ordenando a periodistas que borrasen comentarios que perjudicaban al entorno de Sánchez o sosteniendo bulos que eran desmentidos por los afectados en cuestión de horas, ha dejado huella. Pero así está el ambiente.

Si la deslealtad al consenso constitucional se ha asentado en el actual Gobierno de España (el listado de preceptos vulnerados es ilimitado), ¿la invocación al espíritu de la Transición, tan propio de esta conmemoración, no conduce a otro camino que el del lamento?

En este país de la ley de Memoria Democrática, que se inventó Rodríguez Zapatero y la pasó a limpio Sánchez con la ayuda de Bildu, ha dejado de celebrarse el importante paso logrado con la Constitución que abrió la puerta al Estado de las autonomías. Con el empeño en reescribir la Historia con una visión vengativa, distinguiendo a las víctimas por el uniforme o sus banderas, no habrá concordia posible porque en la Bolsa gubernamental cotiza al alza el rebrote de los dos bandos, el desprecio al sometimiento a la ley y a la independencia de la Justicia (nunca desde el poder se había insultado a los jueces, como ahora) y el barniz de demócratas a quienes no lo fueron en tiempos de la Guerra Civil. Tampoco mejora la calidad y el rigor en sede parlamentaria, en donde el control de la oposición al Gobierno lo han convertido en un esperpento del que se avergonzaría el propio Valle-Inclán si levantara la cabeza. Porque más allá de lo grotesco, las ‘mordidas’, las apropiaciones de cátedras sin títulos y las manos quemadas en apuestas de fuego, prevalece la farsa. En esta Bohemia del 2024, ni siquiera hay luces.