La tentación a dejarnos llevar por la melancolía tiene solución; pronto van a desaparecer muchos obstáculos que complicaban nuestra existencia. Mitos y esencias ya están cayendo, a la vez que cae la Bolsa y nuestra reciente y momentánea opulencia. De ésta saldremos más sensatos. Más pobres, pero más sensatos.
Una vez que Obama ha salido elegido presidente, que Txeroki ya está en el trullo, que el Rey ha venido y Azkarraga no ha acudido, nos sumimos en la melancolía de este otoño triste, húmedo y frío que anuncia un duro invierno con una crisis galopante. Esperemos que la toma de posesión del primer presidente de color (insisto, color negro), hito histórico que ya hemos celebrado, nos espabile un poco y nos saque, aunque sea por un momento y con música de Bruce Springsteen de fondo, de la depresión. Meteorología y acontecimientos nos conducen a encarcelarnos en la rutina del país más aburrido, anclado en memorias más o menos históricas de doble filo y en los planes de Ibarretxe.
En el pasado, el otoño era para la poesía, más profunda y humana que la que inspiraba la primavera. Sin embargo, este otoño no da más que para epitafios, o al menos anuncia epitafios. Unos son bien recibidos. Lo de ETA está en franco desmoronamiento. A poco que se intente, veremos su agonía, y se lo pondremos muy pronto: «Aquí yace ETA». La condena, que parece eterna, a padecer al ilusionante líder que nos ha guiado estos últimos años de fracaso en fracaso puede ser que acabe a poco que nos animemos a solucionarlo yendo a votar, y así le podremos epitafio político.
Esperemos, también, que se ponga el epitafio pronto, pues mucho se está aprendiendo de los recientes errores, al cainismo mortífero que ha dominado la política en la anterior legislatura. Y estarán de acuerdo conmigo en que se ponga un gran epitafio a la frivolidad, pues las patrióticas palabras de nuestra ministra de Defensa ante el atentado que costó la vida a dos militares en Afganistán, calificándolos de defensores de nuestra libertad, demuestra que todo tiene enmienda, que se puede aprender mucho en poco tiempo, hasta acabar abrazando un discurso que pone nuestro sistema político sobre los mismos pedestales de republicanismo cívico que sostienen las democracias con solera europea.
¿Incluso podemos aprender de esta crisis? Podemos, y, además, no nos va quedar más remedio. Porque, a pesar de la fragilidad de la memoria humana -especialmente la de los españoles, la cual Unamuno se atrevía comparar con la de las gallinas, demasiadas cuestiones se van a tener que poner en entredicho y casi todos los mitos y prejuicios localistas y sectarios van a saltar por los aires si es que queremos comer y sobrevivir. Una de las primeras misiones de nuestra especie, buscar para comer y sobrevivir ante la naturaleza, es lo que la convirtió en humana.
Adiós, pues, a las tonterías de nuevos ricos, al todoterreno tuneado, a los viajes a Cancún y a la autodeterminación. Ahora hay que ser serios, y el presidente Rodríguez Zapatero así lo testifica cuando anuncia que «los socialdemócratas nos vamos a batir en buena lid para defender el necesario papel regulador y redistribuidor del Estado social que forma parte de nuestro ADN ideológico». Sospecho que la marcha centrífuga de la periferia va a tener que esperar a otra época de vacas gordas. Ahora toca Estado.
Observen que la tentación a dejarnos llevar por la melancolía tiene solución, pues van a desaparecer pronto muchos obstáculos que complicaban nuestra existencia. Mitos y esencias ya están cayendo a la vez que cae la Bolsa y nuestra reciente y momentánea opulencia, pero seguro que de esta saldremos más sensatos. Ya lo estamos empezando a ser. Más pobres, pero más sensatos.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 25/11/2008