En el principio de todo, el PSC: Maragall y su Estatut

Si hay algo que vienen acreditando los nacionalistas con ejemplar pertinacia es que son insaciables. El minimalismo cuya invención se atribuye a Mies van der Rohe gracias a un admirable eslogan (menos es más) no va con ellos. Ellos siempre quieren el plato lleno y le ponen cartolas para que quepa más y tienen mayor querencia por otra sentencia que se atribuye al arquitecto alemán: “Dios está en los detalles”.

Claro que el momento y la oportunidad tienen su importancia. Siempre he considerado que el nacionalismo vasco incruento era más pragmático, más realista y que no se empeñaba en negociar quimeras soberanistas. Lo que reclamaba en este terreno lo hacía con la boca pequeña, lo que importaba era la pasta, una reivindicación atendible que no comprometía acuerdos de futuro, mientras conquistas de otro género se convertían en permanentes. Con el separatismo catalán también pasó lo mismo durante los 23 años que gobernó Jordi Pujol. Él se limitaba a pasar la barretina al final de cada año y no se metía en dibujos hasta que Pasqual Maragall tuvo el capricho de montar un nuevo Estatuto que él no había pedido nunca. Hasta entonces, porque ningún nacionalista puede tolerar que haya alguien con un nivel reivindicativo más alto que el suyo.

Algo así le ha pasado a Puigdemont con las conquistas  de Junqueras. Había que superarlo y en esto se han pasado de frenada con la introducción del ‘lawfare’ en el acuerdo, la judicialización de la política, que llamará ‘prevaricación’ a toda condena de cualquier delito perpetrado por un nacionalista; la justicia lo habrá perseguido por sus convicciones nacionalistas. Luego está el 100% de los impuestos, que en el caso de los vascos significará una extensión del concierto. La prueba de que se han pasado es que todas las asociaciones judiciales, también Jueces para la Democracia; todas las de fiscales, también la Unión Progresista de Fiscales han salido a rechazar el bodrio. Y los inspectores de Hacienda. Se espera un comunicado enérgico de los bedeles de institutos de enseñanza media.

Llegados a este punto debe uno confesar su error de cálculo. Tenía escrito que ante este desbarajuste, uno ya solo confiaba en Puigdemont. Está tan loco que en sus reclamaciones acabaría chocando con la realidad y al okupa de la Moncloa no le quedaría más remedio que plantarse. El error es que Sánchez está peor que el golpista y no hay reclamación por disparatada que sea que no esté dispuesto a atender por esos siete votos de Junts, esos cinco del PNV, sin saber aún qué ha prometido a EH Bildu para ganarse el apoyo de los seis votos batasunos, ni las cláusulas secretas de esos acuerdos a cencerros tapados con el PNV, ERC y Junts. Al final, más será menos.