EL MUNDO 16/11/14
· Convencido de que sale reforzado del 9-N, el presidente de la Generalitat quiere atraer a ERC a una candidatura encabezada sin siglas, liderada por él y que incluya a miembros de la sociedad civil
¿Cuántas veces se ha dado a Artur Mas por muerto para la política? Al menos dos: después de las elecciones de 2012 –cuando reclamó una mayoría absoluta y perdió 12 diputados– y el pasado octubre, cuando renunció a convocar la consulta soberanista con el formato que habían pactado los partidos que la apoyaban. Pero el presidente de la Generalitat ha demostrado que, si Jordi Pujol lo nombró heredero seguramente por su bisoñez, hoy se ha convertido en un político duro como una roca, un superviviente al que podrían aplicarse los versos irónicos de El mentiroso de Cornielle: «Los muertos que vos matáis gozan de buena salud».
Después del 9-N, Mas sigue en pie y ya prepara su próximo paso. El presidente de la Generalitat hizo una apuesta de riesgo con el simulacro de consulta, y, en términos de consumo interno catalán, ha salido reforzado. La jornada se celebró sin incidentes, y movilizó a todo el independentismo: si hay que hacer caso de los números de la Generalitat –no hay otros–, votaron 2,3 millones de personas, y 1,8 millones apoyaron la ruptura.
Al margen de que sólo participara algo más de un tercio del censo, y de que la opción independentista la eligiera menos de un 30% de los llamados a las urnas, en Convergència están eufóricos porque esos números permiten volver a colocar a Mas en el tablero después de muchos meses fuera de juego. La dirección del partido nacionalista confía en que el cambio de tendencia se plasme en las próximas encuestas, y en que se confirme que el president ha detenido la fuga constante de voto hacia la Esquerra de Oriol Junqueras.
El mismo 9-N, cuando comprobó que la movilización era masiva entre los independentistas, Mas salió a aprovechar cada resquicio mediático para reclamar su autoría sobre el invento del «proceso participativo». Improvisó una rueda de prensa después de votar, en la que se proclamó responsable de la posible vulneración de las órdenes del Tribunal Constitucional: «Si la Fiscalía quiere conocer al responsable de abrir los colegios, soy yo».
Después, por la noche, salió hasta tres veces por televisión. Dos en TV3: lo entrevistaron en el informativo nocturno y después conectaron en directo con su valoración de los resultados, en una intervención que se alargó muchos minutos y en la que habló, como le gusta, en catalán, castellano, inglés y francés. También fue el invitado estrella del Salvados de La Sexta.
Pero, salvado el match-ball, Mas tiene por delante una ardua tarea. El 25 de noviembre, justo dos años después de las elecciones de 2012, presentará en público su hoja de ruta bajo el título Después del 9-N, tiempo de decidir, tiempo de sumar. Se trata de un encabezamiento ambiguo, que, como es costumbre en el presidente de la Generalitat, le deja abiertas varias puertas.
En la ejecutiva de Convergència de esta semana se pusieron sobre la mesa tres escenarios de futuro: la lista conjunta con ERC y la inmediata convocatoria de unas elecciones de cariz plebiscitario; la posibilidad de estirar la legislatura hasta 2016, probablemente con la ayuda del PSC (como quiere Unió); y la configuración de una candidatura encabezada por Mas en la que se integrarían miembros de la sociedad civil y saldos de otros partidos.
Esta última opción es de momento la preferida en la dirección, una vez que ha quedado claro que será difícil convencer a Junqueras –por no hablar de ICV y la CUP, que ya han descartado la idea– de conformar una candidatura única soberanista. La intención sería la de aprovechar el supuesto capital político de Mas para prescindir de las siglas de CiU –muy quemadas tras el caso Pujol– y formar una especie de lista del president para recuperar la iniciativa política en el campo soberanista.
Pero esta solución presenta también varios problemas. El principal: ¿qué va a pasar con Unió y con CiU? El socio democristiano de la federación ya ha dicho que no acepta una declaración de independencia y que, de hecho, apuesta por apurar la legislatura, cuyo fin natural es en 2016.
El PSC tampoco quiere elecciones. El líder de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, aprovechó las conversaciones para aprobar los Presupuestos de la Generalitat de 2015 –que el Govern llevará al Parlament en unas semanas– para brindarse de nuevo a Mas. «A los socialistas no se les llama sólo para aprobar las cuentas», dijo Iceta, ofreciéndose para una relación más estable.
Pero las fuentes consultadas tanto en el PSC como en CDC ven difícil una solución de este estilo. Lo probable es que Mas esté flirteando con esa idea para convencer a Junqueras, su gran enemigo en las encuestas, de que transija con una lista unitaria.
En Convergència no tienen prisa porque creen que, una vez consolidado el cambio de tendencia, Mas sólo puede engordar. Y por eso no están tampoco excesivamente preocupados por si finalmente llega una querella de la Fiscalía contra el president y Joana Ortega.
Mientras tanto, en el partido esperan también sin prisas la respuesta formal de Mariano Rajoy a la carta que Mas le envió el pasado martes, en la que instaba al presidente español a negociar la celebración de un «referéndum real» y, en cualquier caso, a establecer conversaciones para tratar de solucionar el laberinto catalán.
Las intenciones de Mas se conocerán en pocas semanas, según adelantó el conseller de Presidencia, Francesc Homs, el pasado viernes: «Antes de final de año tendremos que saber si orientamos las cosas hacia aquí o hacia allá. No se trata de ir pasando los días deshojando la margarita, sino de invertir un mínimo de tiempo necesario, un mes más o menos».
Con la inestimable ayuda de la izquierda que acudió a votar el 9-N, incluso con la de quienes votaron contra la secesión, Mas afronta ahora una nueva vida. Haya elecciones anticipadas o no, está claro que el presidente de la Generalitat seguirá siendo un protagonista de primer orden en la política catalana y española, para disgusto de La Moncloa.