Francesc de Carreras-El Confidencial
- Este artículo pretende plantear dos cuestiones principales: primera, ¿podía haberse evitado la guerra?; segunda, ¿qué se debe hacer tras el inevitable armisticio?
«Más vale prevenir que curar» es un antiguo y popular refrán de uso universal propio de personas prudentes y sabias. Se suele aplicar a las actividades humanas pero también puede utilizarse en otros muchos contextos, por ejemplo, en el de las relaciones internacionales. En concreto, como ya sospecha el lector, vamos a tratar en este artículo de la guerra de Ucrania o, mejor, a propósito de la guerra de Ucrania.
Demos por sentado que la brutal invasión rusa a su vecino es absolutamente condenable por ser contraria al derecho internacional y a los más elementales principios de convivencia entre estados y pueblos. Es tan obvio que no haría falta decirlo, pero como parece que según lo que opines te condenan a tomar partido por uno u otro bando, y no se admiten los matices, aclarémoslo desde un principio: Rusia es la agresora y Ucrania la agredida. Pero con ello no se acaba el tema ni mucho menos.
Este artículo, precisamente, pretende plantear dos cuestiones más: primera, ¿podía haberse evitado la guerra?; segunda, ¿qué se debe hacer tras el inevitable armisticio? No pretendo dar respuestas taxativas, sino, simplemente, alguna reflexión histórica en torno a hipotéticas respuestas.
El final de la URSS no fue provocado por una guerra, aunque supuso la descomposición de uno de los dos bloques de la «guerra fría»
Previamente, además, debe hacerse la siguiente consideración general. Cuando se desintegró la URSS en 1991, no hubo ningún plan estratégico general —más allá de acuerdos puntuales— para instaurar un nuevo orden en aquel enorme territorio. Algo muy distinto había sucedido en otros momentos de la historia moderna y contemporánea. Como ejemplos más evidentes ahí están la Paz de Westfalia de 1648, el Congreso de Viena de 1815, el Tratado de Versalles en 1919 o las Conferencias de Yalta y Postdam en 1945. Recomponer fronteras y fijarlas en pactos escritos, con mayor o menor fortuna, fue su objetivo principal tras largos años de sangrientos enfrentamientos.
Ciertamente, el final de la URSS no fue provocado por una guerra, aunque supuso la descomposición de uno de los dos bloques protagonistas de la «guerra fría». Objetivamente, había una necesidad imperiosa de establecer un nuevo orden y regularlo, al menos en sus líneas generales. Pero no se hizo y esta carencia tuvo graves consecuencias: Yugoslavia, Chechenia, Georgia, Crimea y ahora Ucrania.
Pero vayamos a la primera pregunta: ¿podía haberse evitado la guerra? Con tiempo y con perspectivas de futuro, también con verdaderos estadistas, sin duda. Quizás quien más se había empeñado en ello fue Alemania que, siguiendo la política que inició Willy Brand de apertura al Este, la llamada ‘Öspolitik’, dio lugar hace tiempo a varios acuerdos multilaterales, especialmente económicos y, recientemente, a la creación del gasoducto Old Stream II, hoy terminado aunque sin haber entrado en funcionamiento, que comunica directamente Rusia con Alemania por el Báltico, suministrando energía al centro y al este de Europa y que demuestra la necesidad de cooperación mutua entre Rusia y los países de la Unión Europea. Sin embargo, al fallar esta cooperación en otros ámbitos, especialmente en el militar, se ha ido creando el caldo de cultivo que ha dado lugar al trágico enfrentamiento bélico actual.
Keynes intuyó con profético acierto que, inevitablemente, antes de veinte años, se produciría una nueva conflagración mundial
En este punto cabe recordar el libro ‘Las consecuencias económicas de la paz’ escrito en 1919 por el gran economista John Maynard Keynes, cuando todavía no era mundialmente famoso, pero como alto funcionario británico participaba en el equipo negociador de su país en la Conferencia de Versalles que puso fin a la I Guerra Mundial. Al prever que las condiciones que estaban negociando las potencias vencedoras conduciría a una nueva catástrofe, Keynes dimitió de su cargo y dejó testimonio de su posición en el libro citado.
En él sostuvo que el tratado que estaba en proceso de elaboración iba a imponer unas condiciones punitivas excesivamente duras a Alemania que impedirían su prosperidad económica, crearían un grave malestar social y reforzarían las tradicionales tendencias nacionalistas y militaristas germanas, las que representaron después Hitler y los nazis.
Keynes intuyó con profético acierto que, inevitablemente, antes de veinte años, se produciría una nueva conflagración mundial.
Aprendida la lección demasiado tarde, en 1945 el comportamiento de los vencedores de la II Guerra Mundial fue muy distinto: el plan Marshall ayudó a la reconstrucción económica de Europa, también de Alemania. Y, sobre todo, ahí enlazamos con otro ejemplo histórico que nos puede servir para reflexionar sobre la segunda pregunta: ¿qué hacer el día después de acordar un armisticio? Y ahí es inevitable referirse a Jean Monnet y los inicios de la unidad europea.
Monnet fue el gran artífice de una idea distinta que, a la postre, resultaría la única realista y factible: el método funcionalista
Los proyectos de unión europea eran antiguos, pero dicha unidad se pretendía fundar en la identidad cultural común o, especialmente después de 1945, en la creación de un Estado federal europeo. Sin embargo, las dificultades eran muchas, derivadas especialmente de un hecho: los estados europeos no estaban dispuestos a ceder soberanía.
Monnet fue el gran artífice de una idea distinta que, a la postre, resultaría la única realista y factible: el método funcionalista. Dedujo de la historia reciente que la causa fundamental de las guerras europeas estaba centrada en la rivalidad entre Alemania y Francia. Sin embargo, advirtió que entre estos dos grandes países existía un interés económico común, la creación de una gran industria siderúrgica, cuyos componentes esenciales eran el hierro y el carbón. Precisamente, Alemania era rica en minas de hierro y Francia en yacimientos de carbón. ¿Por qué no asociarlas sus empresas para que cooperaran entre sí?
De ahí surgió en 1951 el tratado de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), preludio del Tratado de Roma de 1957 que creó la Comunidad Económica Europea e inició el Mercado Común. Adenauer, De Gasperi y Schumann fueron los grandes protagonistas, Monnet estaba situado en un segundo plano, aunque fuera decisivo. Nunca más, ni por asomo, hubo riesgo de guerra entre los estados europeos occidentales. Por el contrario, la cooperación económica, además de paz, produjo también libertad, democracia y bienestar.
Rusia no es el enemigo a batir, sino el amigo a integrar. Hay que aprender de la historia
Esta experiencia histórica debería ser tenida en cuenta en el momento del cese el fuego. El aislamiento, el bloqueo y el castigo, solo pueden conducir a la involución, a fortalecer, como en la Alemania de entreguerras, las fuerzas nacionalistas y militaristas, cuyo ejemplo actual más notorio es Putin. Una política de cooperación mutua debe ser el hilo conductor de las negociaciones cuando la guerra acabe.
Aprendamos de Keynes y de Monnet, dos grandes inteligencias estratégicas y pragmáticas. Rusia no es el enemigo a batir, sino el amigo a integrar. Hay que aprender de la historia. Más vale prevenir que curar.