El Confidencial 26/11/12
José Antonio Zarzalejos
Un análisis riguroso del resultado de las elecciones catalanas celebradas ayer lleva a considerar que, más allá del fracaso de CiU y de su líder Artur Mas, lo que ha descarrilado es el llamado proceso secesionista de Cataluña. Cuando el presidente en funciones de la Generalitat reclamaba, incluso, “votos prestados” para lograr una mayoría “excepcional” e “indestructible”, lo hacía porque sabía muy bien que ningún proceso separatista culmina con éxito si no es conducido por una fuerza política hegemónica. Y con ese propósito Mas quebró la legislatura, tras interpretar erróneamente, además del clamor de la Diada, la encarnadura de su propio partido, de sus intereses y de su implicación en la construcción económica, política y social de España desde hace más de treinta años. El líder de CiU erró prácticamente en todas las líneas de su análisis, hasta el punto de que el retorno a la realidad fue, anoche, brutal: la federación nacionalista fue la gran perdedora, dejándose en el camino nada menos que 12 escaños.
Se dice, de contrario, que la mayoría soberanista en el Parlamento catalán mantiene vivo el proceso de secesión y que se hará una consulta ejerciendo el derecho a decidir en 2014. En política dos y dos nunca son cuatro. CiU y ERC son como el agua y el aceite. Dos fuerzas heterogéneas, con valores distanciados en lo social, en lo ético y en lo económico, representantes de dos tradiciones disímiles y de dos culturas políticas enfrentadas. No en balde, ERC se unió a PSC y a ICV en dos tripartitos y combatió a CiU por tierra mar y aire. Ahora, una coalición entre ambos, un entendimiento parlamentario permanente, condenaría a los nacionalistas a estar subordinados a una formación política radical. Y si una parte importante del electorado burgués y conservador (también cristiano) de CiU ya huyó ayer del llamamiento secesionista de Mas, se distanciará sideralmente de la federación si sus líderes persisten en vincularse con ERC en una aventura de la que se han desenganchado ICV con un discurso social, el PSC con su federalismo y, por supuesto, el PP y Ciudadanos, formación esta que obtuvo un rotundo éxito.
Sin mayoría hegemónica, efectivamente “excepcional” e indestructible”, sin una “fuerza especial” que adorne un liderazgo personal, la secesión territorial no es factible.Sencillamente: no hay condiciones objetivas para que sea viable un planteamiento soberanista, secesionista o independentista. Y no las hay porque la perspectiva de CiU es diferente de la ERC y a la inversa. Y unos y otros entienden la patria catalana de manera distinta y en términos, además, no conciliables. Poco a poco se irá demostrando que Mas deberá regresar -en peores condiciones que en la anterior legislatura- a la geometría variable, que necesitará al PP, que precisará de la colaboración del Gobierno, que acaso se apoye puntualmente en el PSC porque con ambos partidos logra la mayoría absoluta además de con ERC. Mas gobernará, pero lo hará más condicionado que antes, con mayores servidumbres y menor autonomía, enjaulado en sus propias palabras. Y tendrá que desvestirse de un personaje que nunca interpretó ni con credibilidad ni con convicción: el del Moisés dirigiendo a los catalanes a la tierra prometida.
Cuando los partidos nacionalistas -lo hizo el PNV y también se confundió- creen llegado el momento de poner encima de la mesa su programa de máximos, creyendo interpretar la aclamación de la calle -suponiendo que tal aclamación es unívoca- y se confunden, amortizan su desiderátum -la independencia- por décadas. Y eso fue lo que ocurrió ayer en Cataluña. Que el error de cálculo de CiU y Más amortiza por muchos años la reclamación soberanista porque su planteamiento se ralentizará en la propia Cataluña al tener que pactarla, negociarla y modularla con otro partido-llave con el que no se comparte nada más que un difuso sentimiento de identidad nacional. Sin mayoría hegemónica, efectivamente “excepcional e indestructible”, sin una “fuerza especial” que adorne un liderazgo personal, la secesión territorial no es factible.
Es posible que, la misma ofuscación que llevó a Mas a la irracional decisión de confundir una manifestación con un mandato democrático -craso error-, aprovechando su clamor para obtener un poder de decisión del que no disponía, persista en Cataluña y fuera de ella algunas semanas más. Pero transcurrido el aturdimiento del ruido electoral y las falacias de las cuentas del Gran Capitán, se darán cuenta de que el yerro político ha sido de los que hacen historia.