Alvaro Nieto-Vozpópuli
Señalar a un periodista con nombre y apellidos aprovechando la condición de vicepresidente del Gobierno es una maniobra inaceptable en una democracia. Pablo Iglesias ha superado todos los límites
Matonismo: conducta de quien quiere imponer su voluntad por la amenaza o el terror (RAE).
Uno de los pecados que cometen algunos miembros del Partido Socialista es pensar que todo lo que representa Podemos tiene que ver con la modernidad, y que por eso es bueno que ambos partidos colaboren e incluso que el primero se parezca cada vez más al segundo.
Esa actitud denota un complejo de inferioridad un tanto absurdo, pues los socialistas de toda la vida, esos a los que nadie ha regalado nada y que se han hecho a sí mismos, no tienen por qué envidiar ni imitar a un partido cuyos modos son de lo más rancio que existe actualmente en la democracia española.
De hecho, en los últimos días tanto Pablo Iglesias como algunos dirigentes de su partido están enseñando con demasiada frecuencia el pelo de la dehesa, su verdadero rostro. Van de guais y tolerantes, pero en realidad no soportan a alguien que piense diferente y tienen una marcada tendencia por reducir a escombros al discrepante.
El ejemplo del ‘caso Dina’
Una muestra de ello se vio la semana pasada, cuando el vicepresidente Iglesias quiso reaccionar ante la polémica desatada por el ‘caso Dina’, un chusco asunto que no sería más que una anécdota si no fuera porque fue utilizado por su partido en las elecciones de abril de 2019 para resucitar en las encuestas con el argumento de que unas supuestas cloacas del Estado les estaban persiguiendo.
Iglesias quería dar su versión del asunto después de varios días de silencio, por lo que intentó ser entrevistado el jueves en su programa fetiche, Los desayunos de TVE. Sin embargo, desde la televisión pública le tuvieron que negar la conversación porque en periodo electoral (hay comicios el 12-J en Galicia y País Vasco) las apariciones de políticos en ese programa están reguladas por la ley electoral. Así que Iglesias ‘decidió’ comparecer en Radio Nacional de España (RNE) al día siguiente.
Aparte del insoportable paternalismo con el que Iglesias habló de su exasistente en Bruselas, Dina Bousselham, el vicepresidente usó la entrevista para lanzar un ataque frontal contra diversos periodistas. Les llamó «tipejos» y «gentuza» por haber publicado en su día parte del contenido del teléfono móvil de su excolaboradora. Nombró a tres medios de comunicación (El Mundo, El Confidencial y OK Diario) supuestamente relacionados con lo que él llama «las cloacas del Estado» e incluso citó con sus apellidos a algunos de sus periodistas.
Si algún político se siente perjudicado por el trabajo de un periodista, lo que tiene que hacer es usar los instrumentos previstos por el Estado de Derecho, no insultarle
Señalar desde las instituciones a periodistas con nombres y apellidos, aprovechar el cargo, valerse de una entrevista en horario de máxima audiencia y utilizar la radio pública para ello es una maniobra más propia de otras épocas y de otros regímenes.
Los periodistas pueden hacer mejor o peor su trabajo, pero si a algún político le parece mal o se siente perjudicado por ello, lo que tiene que hacer es usar los instrumentos previstos por el Estado de Derecho: primero exigir al medio una rectificación y, si se considera insuficiente, presentar una demanda ante los tribunales. Pero lo que no se puede hacer es alentar una campaña de linchamiento contra nadie, y menos valiéndose de un cargo público.
Comportamiento inaceptable
Lo de Iglesias el viernes en RNE fue muy grave, un burdo intento por amedrentar a periodistas díscolos. Pero, lamentablemente, es una práctica habitual en su partido. Sin ir más lejos, hace unos días el profesor Juan Carlos Monedero señalaba en Twitter a José María Olmo, que es uno de los periodistas que están desvelando información relevante sobre el ‘caso Dina’. Y el portavoz de Podemos en el Congreso, Pablo Echenique, aprovechó este mismo sábado, sin duda animado por el comportamiento de su jefe el día anterior, para despotricar contra Vicente Vallés.
Nada de esto es nuevo, pero es la primera vez que se hace desde el Gobierno o desde uno de los partidos que forman parte del Consejo de Ministros. Conviene recordar que, por poner sólo dos ejemplos, en enero de 2015 el propio Iglesias llamó en reiteradas ocasiones «pantuflo» a un periodista en un programa de televisión y que en marzo de 2017 la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) tuvo que amparar a varios profesionales por el «acoso» sufrido por parte de los dirigentes del partido morado.
Podemos, como cualquier partido político que se precie, no soporta que la prensa publique información perjudicial para sus intereses, pero la diferencia es que, mientras otros se quejan de forma más o menos velada o directamente se aguantan, ellos montan campañas para amenazar a los profesionales, con el objetivo de evitar que reincidan en sus conductas ‘inapropiadas’.
¿Se puede criticar el ejercicio periodístico desde la política? Por supuesto, pero con el mismo cuidado con el que se suelen comentar las decisiones judiciales, porque la Justicia y el Periodismo son contrapoderes esenciales en una democracia y no hay que olvidar que están ahí para evitar los abusos. Los que critican por sistema a jueces y periodistas vivirían felices en una dictadura.
El miedo es libre, pero permanecer callados mientras se señala a periodistas es dar por buena una maniobra gansteril incompatible con una democracia europea
Esa tendencia de señalar a periodistas molestos se está poniendo de moda en la política española y la estamos viendo también en Vox, partido que incluso mantiene un veto sobre varios medios de comunicación. Sin embargo, resulta curioso que los mismos que ponen el grito en el cielo cuando el partido de Santiago Abascal carga contra determinados periodistas no alcen también la voz cuando alguien con muchísimo más poder e influencia hace lo mismo, como es el caso del vicepresidente del Gobierno.
Han pasado ya tres días y todavía estamos esperando un comunicado de alguna asociación de la prensa criticando las palabras de Iglesias, no sólo las de Echenique. Tampoco se ha visto demasiada beligerancia en los medios de comunicación, ni siquiera en algunos de los citados expresamente. Ese silencio es muy preocupante. El miedo es libre, por supuesto, pero permanecer callados mientras se señala a periodistas que no escriben al dictado del político de turno es dar por buena una maniobra gansteril incompatible con una democracia europea. Da igual cómo se llame el político o quiénes sean las víctimas de sus ataques. O paramos esto o los próximos seremos nosotros.