EL ECONOMISTA 15/03/17
JOAQUÍN LEGUINA
Ahora que el «inquieto» Ayuntamiento de Madrid ha intentado quitar el nombre de Max Aub a una de sus salas teatrales, creo pertinente recordar brevemente al autor socialista. Un autor que se negó a vivir a golpe de consigna, aunque ello le costó muchos disgustos.
Las novelas que componen el Laberinto mágico demuestran que Max Aub se propuso trasladar en su obra al lector la emoción de lo ya vivido. Privado por el franquismo de su público natural, es decir, del lector español, tuvo que pelear en dos frentes. Contra Franco y su censura y contra quienes, desde el estalinismo, pretendían marcarle el camino. Es más, su actitud crítica hacia los comunistas le trajo no pocos desencuentros y distancias con personas, exiliadas como él, a las que había querido mucho y a las que siguió queriendo a pesar de todos los pesares. Sus diarios están plagados de referencias y reflexiones a este respecto.
Crítico con la política norteamericana de la época, nunca quiso oír los cantos de sirena, por ejemplo, de las agencias culturales convenientemente engrasadas por el Departamento de Estado, y se encontró entre la espada y la pared. Pero no se trataba tan solo de su difícil posición política, el asunto tenía también que ver con su oficio, con su propia vida de escritor.
Así, dirigiéndose a los comunistas, escribió: «Ahí está la obra política de vuestros escritores. ¿Qué vale? Bien poco… Los grandes cantos civiles de nuestro mundo no fueron escritos por consigna ni son consecuencia de limaduras de comités, centrales o no. Ahí reside, a mi juicio, una de las grandes equivocaciones de la política comunista».
«La imposibilidad de entenderse con los comunistas reside en que, para ellos, todo es política; es decir, movible, inseguro, sujeto a rectificación si viene al caso. No les importa más que el poder. Muy poco lo demás», sostenía. ¿No será por eso por lo que han querido quitar el nombre de Max Aub a la sala?