IGNACIO CAMACHO, ABC – 23/11/14
· El marianismo ha malversado en un trienio su gigantesca fuerza de poder y ha dejado crecer una tupida maleza política.
Al tercer año se disipó. La enorme, esperanzadora mayoría electoral cosechada por Rajoy en noviembre de 2011 es una entelequia al comienzo del último cuarto de la legislatura. Aún sirve como estabilizador político –el único en la UE– de un país desestructurado y el presidente se agarra a ella para afianzar su empeño de consolidación económica, pero la sociedad vive desde hace meses divorciada del proyecto que respaldó como salida del caos zapaterista.
El éxito del canto de sirena de Podemos revela un estado de ánimo social profundamente desesperanzado, en el que la decepción ha dado paso a un despecho lo bastante agitado para entregarse a la seducción inquietante del aventurerismo. Las expectativas de voto del PP están bajo mínimos, cercanas al índice rojo de la catástrofe; en la versión más optimista de las hipótesis, la que contempla el retorno de los electores más desencantados o apáticos, a duras penas alcanzaría el 35 por ciento.
El gran error de cálculo del marianismo ha sido el de fiar todo el éxito de su gestión a la economía. En ese esfuerzo unívoco ha malversado en un trienio la gigantesca fuerza de poder acumulada y ha dejado crecer a su alrededor una tupida maleza política. La recuperación ha tardado en llegar porque la quiebra era más difícil de estabilizar de lo previsto; el esfuerzo exigido a la nación, en especial a su clase media, la ha dejado agotada, exánime.
Los datos objetivos de avance no inmutan a una opinión pública desengañada por las promesas incumplidas, empobrecida por el deterioro de los servicios y exhausta por la devaluación de los salarios; ni siquiera el empleo creciente satisface a quienes lo encuentran debido a su calidad precaria. Se ha extendido un clima derrotista en el que la corrupción y el colapso institucional ejercen una presión destructiva. Centrado en el combate contra la recesión, el Gobierno ha fracasado de pleno en la reconstrucción de una pavorosa crisis política.
El resultado es una acumulación de problemas que el estilo presidencial no aborda con la diligencia que requieren los tiempos volátiles e impacientes de la nueva sociedad. Se ha producido una falta clara de sintonía. Para los jóvenes educados en el mundo digital, Rajoy es un dirigente analógico. Para los más maduros parece un hombre sobrepasado por los acontecimientos, rígido en el análisis y bloqueado en las soluciones. Las medidas de ajuste han recaído sobre todo en los sectores naturales de apoyo del centroderecha, empujándolos al desentendimiento.
Y la falta de recursos emocionales y comunicativos de este Gabinete ha abierto una brecha con su propio electorado que será difícil cerrar sólo con el miedo a la catarsis del populismo extremista. La herida es grave y sólo se puede curar con un bálsamo hasta el momento no disponible en la farmacia de La Moncloa: un sentido intangible, intuitivo, de la empatía política.
IGNACIO CAMACHO, ABC – 23/11/14