Eduardo San Martín, ABC 06/11/12
Artur Mas y CiU no necesitan la mayoría absoluta el 25 de noviembre para lanzar su proyecto secesionista. En el parlamento recién disuelto disponían de escaños suficientes para progresar en cualquier itinerario soberanista. A los sesenta y dos asientos propios sumaban los diez de Esquerra, que se los habían ofrecido con ese propósito, y los cuatro de Solidaritat. Lo cual proporcionaba al nacionalismo catalán coaligado un cómodo colchón de ocho diputados con que precipitarse a la aventura. Y a esos cabría añadir, al menos en los estadios preparatorios del viaje (derecho a decidir, referéndum y otros artefactos del repertorio), los diez comunistas ecológicos de ICV. En total, algo más del sesenta por ciento del Parlament.
De forma que, si el movimiento cimarrón en que Mas y sus jóvenes turcos han convertido al moderantismo nacionalista (si es que ambos términos son compatibles) no precisa de una mayoría absoluta para el propósito con el que presenta ante el electorado, ¿para qué la quiere entonces? Una pregunta a la que no va a responder el candidato Mas, pero que deberían formularse los ciudadanos de Cataluña antes de elegir, no vaya a ser que, además de que les engañen sobre el origen de sus miserias, utilicen sus votos para mantenerles en la inopia política y condenarles a una mayor indigencia económica.
Todo ciudadano debería sospechar de un partido que reclama una «mayoría excepcional» para alcanzar un propósito, incluida la independencia. ¿O es que a ese fin la unanimidad sí es imprescindible? La Historia enseña a donde conduce una acumulación «excepcional» de poder en torno a objetivos identitarios. También la asimilación del todo/nación con una de sus partes. Sonará mal a los pulcros oídos de CiU, pero en ciencia política ese fenómeno tiene un nombre muy poco agradable.
Eduardo San Martín, ABC 06/11/12