Miquel Giménez-Vozpópuli

Hay un culpable mucho peor que el separatismo violento y cerril, que el supremacismo racista o incluso que la ceguera institucional. Hablo del relativismo

Relativizar es un verbo que se conjuga mal en esta Cataluña borracha de odio, de niñatos que juegan a ser revolucionarios y de burguesitos que aprietan los dientes con los ojos inyectados en sangre mientras murmuran ‘apreteu, apreteu’. Los relativistas, con su aparente bonhomía, sus aires de superioridad moral un tanto blazé, su tonillo entre sabihondo y patético de fábula de Samaniego en la que los galgos ni son podencos ni son galgos, nos han jodido la vida pública. Mucho. El primer cornúpeta mental que carraspeó para decir luego con voz campanuda «Bueno, existe cierta violencia aislada, pero claro, hay que comprender…», añadiendo después una retahíla de imbecilidades de primero de sabio de barra de bar, debería ser encausado por delito de lesa inteligencia.

Porque uno puede relativizar con los aspectos tangenciales de la vida, pero hacerlo con lo que es lo medular, lo sustancial, la base de todo el edificio que venimos construyendo con mejor o peor fortuna desde Rousseau, es criminal. La violencia, y a fe de Dios que de eso hay mucha en Barcelona y en el resto de capitales catalanas, no admite relatividad alguna. O se está a favor y no se condena o se está en contra y se dice con toda la energía posible. Las medias tintas, tan cercanas a la pseudoizquierda en general y a la catalana en particular, solo sirven a quienes se creen imbuidos por el poder sobrenatural de hacer exactamente lo que les salga de los cojones sin tener en cuenta a nada ni a nadie.

Es el mismo relativismo que, cuando hablas del asesinato de Calvo Sotelo, no tarda ni medio segundo en arrojarte a la cabeza a Lorca, la matanza de Badajoz, los fusilados de Franco y, a poco que te descuides, incluso los de La Moncloa, como si una barbaridad pudiera eliminar a otras. Abrumar a quien discrepa con estadísticas de cadáveres víctimas del odio irracional nunca fue un método ni sano mentalmente ni bueno políticamente. Hay que relativizar, te dicen, porque no hay ni bueno ni malo, ni verdad ni mentira, ni blanco ni negro.

Ese es el mayor error, la de quienes, so pretexto de ser más buenos, más santos y más doctos que nadie, suprimen de un plumazo las más elementales nociones del Bien y del Mal»

Ese es el mayor error, la mayor traición a la libertad, la de quienes, so pretexto de ser más buenos, más santos y más doctos que nadie, suprimen de un plumazo las más elementales nociones del Bien y del Mal, así, en mayúsculas. De esa forma cobarde y pancista, evitan el compromiso de apoyar a una causa o a otra, de mojarse, de definir lo que son. De lo que se deduce que el relativismo es, a día de hoy, el mayor refugio de cobardes y miserables, de todos aquellos a los que les importa un higo que nos masacren al resto mientras ellos puedan seguir disfrutando de su vida cómoda y sin problemas.

Dicho lo cual, se comprenderá perfectamente que me cague en esa posturita de tertulia de salón de mesa camilla y tomando el té, parafraseando al gran Josep Pla, tertulias de miriñaques ideológicos con su canesú, donde más que hablar se regüelda y más que pensar se sestea.

Y hablando de todo un poco, ¿alguien sabe si Iceta tiene pensado construir un balneario en la sede del PSC? Por lo de las tertulias relativistas y por tomar las aguas socialistas, cosa que parece sentarles muy bien a quienes sostienen que aquí pasa poco o nada mientras cenan alegremente en reputados locales de restauración. Válgame Dios con el relativismo.