Miquel Giménez-Vozpópuli
- Mucho cuidado con reírse, que con la ‘ley trans’ cada uno puede ser lo que quiera. En mi caso, reitero, pimiento
Cada uno es como es, cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere, cantaba Serrat. Estoy completamente de acuerdo con el vive y deja vivir. Así que no seré yo quien critique a nadie por ser lo que le pida el cuerpo y mucho menos por tener los mismos derechos y deberes ante la ley independientemente de cómo, con quién y de qué manera deshace las sábanas. De dieciocho para arriba y mutuo consentimiento que cada uno se las apañe. Sentado esto, como heterosexual – lo sé, lo sé, soy un anticuado – a veces siento una extraña sensación de ignorancia pareja a una extraña culpabilidad.
Servidor, que siempre ha defendido a travestis y transexuales, que ha estado en manifestaciones apoyando al colectivo de gais y lesbianas, que se crió en una casa en la que mi padre, el señor Miguel, era camarero en el cabaré Barcelona de Noche y yo veía entrar y salir a célebres “transformistas”, que así se llamaban entonces, creo que me he convertido en un mal bicho. Como se lo digo.
Todo viene tras haber leído el borrador de la ‘ley trans’ que está ahora dando vueltas como el alma de Garibay por el Congreso. Uno pensaba que garantizar el derecho a ser tratados todos los españoles como iguales, consagrado en nuestra Constitución, podía desarrollarse más habida cuenta que en el tiempo en que se redactó muchos aspectos todavía no eran de uso común o de uso abiertamente común o, si acaso, comúnmente usados.
¿Ley para que una persona transexual pueda opositar a una plaza de funcionario? Venga. ¿Articulado para que nadie, por más Drag Queen que sea, tenga que verse hostigada, acosada, maltratada o rechazada a la hora de pedir un trabajo? Adelante con los faroles. Si somos buenos para pagar impuestos, el Estado no tiene por qué meterse en la percepción que tengamos de nuestro cuerpo. Además, como creyente defiendo que todos somos Hijos de Dios y, por tanto, iguales ante sus ojos.
Pues bien, dudo que la nueva ley, insisto, a la que he dado una ojeada hasta que me ha entrado migraña, se ajuste al derecho a la diferencia y no vaya a destrozar el principio de igualdad. De paso, y en esto coincido con Lidia Falcón a la que nadie puede acusar de no defender lo derechos de las mujeres, veo en la ‘ley trans’ un retroceso porque, si ya no habrá dos sexos ¿dónde quedan las cuotas de mujeres en empresas, organizaciones, estamentos, donde las listas cremallera en política, dónde las políticas de género, donde las parcelas que más de un siglo de lucha feminista ha obtenido con esfuerzo titánico, cárcel y sangre?
Ya no existen dos géneros
Lo digo porque, aunque ustedes lo ignoren, en España ya no existen dos géneros. A día de hoy hay tantos que uno se confunde, como le pasaba a Dinio con la noche. Apunten nombres.
Las definiciones se las ahorro para no hacer de este billete la Espasa: lesbiana, gay, transexual, bisexual, polisexual (ojo, no se trata de un policía sexualizado), pansexual (tampoco se trata de un panadero rijoso), omnisexual, skoliosexual, demisexual, grisexual, asexual, poliamoroso, intersexual, agénero, género fluido, bigénero, trigénero, pangénero (remitimos a pansexual), andrógino, intergénero, non-conforming o persona de sexo no ajustado, homorromántico, birromántico, panromántico (ídem otros panes), arromántico y antrosexual. Igual hay más. La cosa es más sencilla que esta jeringonza pseudo podemita que busca, una vez más, dividir, trocear y convertir en un puzle con truco algo sin la menor complicación, como defendía el célebre Front d’Alliberament Gai de Catalunya (sí, tengo una edad): mismos derechos para todo el mundo. Lo tenía claro Ocaña, que nos abandonó demasiado pronto, lo tenían claro Armand de Fluviá i Jordi Petit, y lo teníamos claro quienes, siendo heterosexuales, entendimos que nadie es más que nadie.
Así que, aunque sea para no quedar como un diplodocus, me declaro persona de género pimiento de Padrón, que unos pican e outros non. Al fin y al cabo, leo que un señor se ha reclamado dálmata, pero no por mapa, si no por raza. Y, por ser pimiento, reivindico a tocarles los ídem a esa panda de ignaros que se ocupan de esas cosas mientras las colas del hambre se multiplican, el paro se ha desatado y estamos de muertos por el virus que forma parvas. Fallecer por un microbio que nadie sabe todavía cómo combatir o quedarte de la noche a la mañana sin un duro y en la calle tendría que ser la primera preocupación de alguien que se reclama de izquierdas. Ante la parca y la bancarrota todos somos iguales. Aunque al Gobierno le importe mi identidad de género, o sea, un pimiento. De Padrón, a ver si les arde la boca.