EL CORREO 02/11/14
J. M. RUIZ SOROA
· Los que proponen a diario iniciativas ciudadanas sobre la independencia rechazan que se plantee con la RGI
Estoy seguro de que, como nos dicen políticos y sociólogos competentes, Euskadi ha montado un sistema de ayudas sociales a los necesitados que no tiene parangón ni en España ni en el mundo mundial, un sistema del que debemos estar orgullosos los vascos (¿de qué no debemos estar orgullosos en este nuestro paisito?). Pero, desde luego, de lo que no podemos presumir es de nuestra capacidad para el debate público en temas sensibles como es, precisamente, ese de las ayudas y los inmigrantes. Porque lo que contemplamos desde hace meses, más que un debate, es una pelea a pedradas o un intercambio goyesco de garrotazos. Un fangal decía el alcalde de Bilbao. Y de esto quería hablar un poco, porque el espectáculo está alcanzando tintes surrealistas.
Del fondo del asunto sólo puedo decir que me fío más de la opinión de Imanol Zubero que de los políticos y los opinadores espontáneos. Primero porque es un experto en el tema, y segundo porque lo que dice es razonado y razonable. Toda medida de intervención social del gobierno provoca inevitablemente efectos colaterales imprevistos y, sobre todo, genera disfunciones y agravios comparativos en otros colectivos. Sobre ello se puede hablar y discutir, pues la mejora de todo sistema de ayuda social incluye el racionalizarlo e integrarlo en esquemas más generales.
Y vayamos con las pedradas, que es lo que motiva este artículo.
Lo primero que llama la atención es la exacta y perfecta correlación que existe entre quienes dicen ahora que sobre el tema de la renta de inserción no cabe ni siquiera discutir porque es un derecho irrenunciable, por lo que Maroto y compañía son unos fascistas populistas, y quienes hasta hace poco decían que con ETA y sus mantenedores había que dialogar. Resulta que toda una cohorte de nacionalistas, izquierdistas y demás progresistas bienintencionados nos han estado machacando el cerebro durante decenios con la necesidad de dialogar con los violentos, «dialogar a calzón quitado y sin límites». Bueno, pues ahora en cambio dicen los antiguos paladines del diálogo que con ciertas iniciativas (que todavía no han matado ni propuesto eliminar físicamente a nadie, que yo sepa) no cabe ni siquiera hablar. ¿Me lo explican?
Resulta también que cuando Maroto y compañía proponen una iniciativa ciudadana de recogida de firmas para modificar el sistema vigente se alza un coro de voces políticas que protestan indignadas. ¿Cómo se atreve a llevar a la ciudadanía un tema tan sensible y que puede romper la paz social? Esto se dice en un país en el que desde hace decenios se proponen por esos mismos políticos, un día sí y uno no, iniciativas ciudadanas para votar sobre la independencia o para modificar la Constitución, un país en que se celebran como conquistas de la democracia participativa cualesquiera intentos de modificar la legalidad constitucional a golpe de democratismo simplón, en el que se aplaude la próxima consulta catalana. La paz social. De nuevo, ¿me lo explican otra vez?
Si Maroto y compañía, la famosa banda de fascistas xenófobos, dice que los magrebíes abusan de las ayudas sociales, se corre a criminalizarlos y hasta el Fiscal inicia raudo procedimientos penales. Y todo el mundo político aplaude que la ley les persiga por incitar al odio racial y a la discriminación. ¡Faltaba más¡ Lo extraño es que esto suceda en el país en que la aplicación de la ley penal está generalmente muy mal considerada, en el que se reclama poder decir con libertad que los españoles nos roban y nos oprimen, en el que cualquier limitación se tacha de «criminalizar ideas», en el que diariamente escuchamos decir que el terrorismo nacionalista que mató a 900 personas estuvo justificado o, por lo menos, fue bienintencionado y noble, en el que se acusa al sistema penal de usar «cárceles de exterminio». Y no pasa nada, ni a los fiscales les tiemblan las orejas. ¿Me lo explican otra vez, a ver si lo entiendo?
Si los datos demuestran que, efectivamente, los magrebíes usan del sistema de ayudas sociales más, mucho más, que los chinos, ¿hay forma de enunciar este simple hecho sin incurrir en delitos nefandos de incitación al odio racial? Cierto que, probablemente, si lo usan más es porque lo necesitan más, así de sencillo. Pero el hecho está ahí. ¿Para qué se recoge como un dato oficial el de la nacionalidad de los perceptores si luego no puede mencionarse esa nacionalidad so pena de incurrir en delito de racismo? ¿Hablar del origen de las personas va a estar prohibido precisamente en el país inventado por un prócer que sólo hablaba precisamente de eso, y que hasta tiene estatuas en los parques? Sabino a los altares, Maroto a las mazmorras, por lo mismo. ¿Me lo explican otra vez?
Pero la banda de Maroto lo ha montado todo por un interés puramente electoralista, está revolviendo el asunto sólo para sacar unos votos. ¡Qué horror! Precisamente en un sistema en el que nadie actúa por electoralismo, en el que todos los partidos políticos se mueven sólo y siempre por sus ideales excelsos, en el que ni siquiera piensan en los votos cuando actúan. ¿De verdad lo dicen en serio?
Por último, si resulta que estamos a la cabeza del mundo mundial en ayudas sociales y en solidaridad con los necesitados, ¿no resulta curioso y sorprendente que lo hayamos conseguido gracias a nuestro particularísimo sistema de financiación, el Concierto-Cupo, que procura a Euskadi una capacidad de financiación pública doble que la de otras comunidades? Porque no pensarán ustedes que somos más solidarios por un particular rasgo genético. No. Somos guapos, pero no tanto. Somos más solidarios con los necesitados porque entre otras cosas tenemos muchos más fondos públicos para ello que el resto de españoles. Y resulta que tenemos estos fondos extra porque (¡oh casualidad!) no contribuimos a la solidaridad interterritorial española. Con lo cual resulta que, al final, podemos dar generosas ayudas a los inmigrantes que vienen a Euskadi (y soy el primero que está de acuerdo en hacerlo) exactamente porque no damos esas ayudas a los andaluces o extremeños que estaban más cerca cuando no había todavía inmigrantes, como sí se las daban y dan los catalanes o madrileños. Pero decimos (dicen): «solidaridad sí, discriminación no». ¿Me lo explican otra vez? Porque no acabo de entenderlo. Será por mi limitada capacidad de comprensión, claro.