José Alejandro Vara-Vozpópuli

Inmunidad de rebaño, pico ascendente, mascarillas obligatorias, urgencias saturadas, contagios masivos, vacunas aceleradas, geles y jabones. Para completar la estampa de la nostalgia vírica, ya sólo faltan los aplausos del balcón y las epístolas de don Simón. A Illa no lo esperen, que se fue a su tierra a ejercer de monaguillo del caudillín Aragonès. ¿Alguien ha visto por ahí a la actual ministra del ramo? Se llama Mónica García (Madrid, 49). Es médico como la vicepresidenta uno Emejota Montero. Es hija de comunista profesional como la vicepresidenta dos Yolanda Díaz. Estudió en un colegio de El Viso, la zona más cuqui del Madrid Central y pasó luego al insti más pijeras del barrio más cayetano. Izquierda caviar de Sabina Pérignon. Procesionó en la cofradía de las batas blancas contra Esperanza Aguirre y se doctoró en el máster del progreso calificando de ‘mongola’ y ‘sinvergüenza’ a Isabel Díaz Ayuso en un pleno parlamentario. Antes, desde su escaño, le había disparado a la cabeza apuntando con una mano metamorfoseada en ansioso pistolón.

Desde el pasado 21 de diciembre, víspera de la Lotería, tiene su agenda tan despejada de compromisos como la cabeza de Patxi de neuronas. Sabido es que los sindicalistas son rigurosos cumplidores de la holganza así como fervorosos militantes del langostino. Su lema electoral, cuando concurría en la carrera por un sillón de la Asamblea, era ‘Médica y madre’, lo que evolucionó hacia ‘Mema’ en lo de Fede, dada su pertinaz querencia a incurrir en el agravio torpe y el ridículo gritón.

Desde el 21 de noviembre exhibe en su carta de presentación una Eme más (médica, madre y ministra) al asumir la cartera de Sanidad, con tan escasa entrega que la intempestiva irrupción de una ola de gripe sumada a un remake de la pandemia la ha pillado fuera de juego, de su sitio, de su cometido y de su presencia. Hay incluso quien la echa de menos. ¿Alguien vio a la ministra? ¿Se sabe algo de ella?

Presionada quizás por los insistentes reproches, accedió a colgar un vídeo en el que recordaba que, por si alguien lo dudada, su departamento «siempre va a estar dispuesto a apoyar, coordinar y evaluar las políticas que afectan a la salud de los y las ciudadanas»

Con los hospitales de toda España entre la saturación y el colapso, con las urgencias desbordadas, con una cierta alarma social y con algo de angustia navideña, la triple Eme de la pú-bli-ca (pronúnciese así, enfáticamente, please) no ha tenido a bien mostrarse en carne mortal para calmar los ánimos, transmitir confianza, explicar medidas y demás trámites que se despliegan en estos casos críticos. Días atrás perpetró un tuit en el que animaba al personal a cuidar la ventilación casera, a los empresarios a ser generosos en las bajas laborales y a los gobiernos autonómicos a reforzar las plantillas sanitarias. Es decir, repartía responsabilidades a todo el mundo mientras ella se lavaba las manos, algo muy apropiado en estos casos infecciosos. Este viernes, presionada quizás por los reproches insistentes, accedió a colgar un vídeo en el que recordaba que, por si alguien lo dudada, su departamento «siempre va a estar dispuesto a apoyar, coordinar y evaluar las políticas que afectan a la salud de los y las ciudadanas». E insistía en la exaltación de las mascarillas, de las que hace dos años renegaba.

Se dirá que el Ministerio de Sanidad tiene menos competencias sobre la salud que un camillero en prácticas. Pero una de dos, o se suprime el negociado y así colabora en el enorme esfuerzo de ahorro presupuestario que lleva ahora a cabo Pedro Sánchez, en encomiable sacrifico incluso personal (554 millones en propaganda este año, récord histórico) o, al menos, que haga como que hace. Sanidad tan sólo tiene responsabilidades ejecutivas en Ceuta y Melilla, donde padecen una huelga de batas blancas desde hace nueve meses y Madrid, ni caso. Melilla acaba de reclamar la responsabilidad de la gestión ante ‘a inoperancia’ absoluta de la dama las tres Emes. La aludida, ni mú.

La bipandemia desborda las urgencias

Todos los consejeros de Sanidad, en estas horas de urgencias, han reclamado reuniones de coordinación, de información, de cooperación intrarregional para abordar esta bipandemia. ‘Coordinar esfuerzos’, según la jerga al uso. Tan alto ha sido el grito, tan estentóreo el reclamo, que, finalmente la combativa exsindicalista abandonó su galbana navideña y se aprestó a convocar una sesión telemática con los reclamantes autonómicos para acallar las voces y los lamentos. «En noviembre tenían que haberse adoptado estas medidas», denuncia la consejera de la Comunidad de Madrid, porque ya se percibían loas señales de la inminente oleada.

La ministra estaba en babia, o en la tumbona, y los voceros de Moncloa se centraban en cacarear tontunas sobre la performance del pelele de Ferraz, a las que se acaba de sumar la fiscalía de Álvaro Ortiz, ejemplarmente condecorado con la acusación de ‘desvío de poder’ por el Supremo. Por tanto, después de dieciocho días de plácido eclipse, la triple Eme, huérfana de soluciones y remedios, lo más probable es que vuelva a las andadas y recurra a su argumento favorito, esto es, señalar con su índice pistolero a Ayuso, única actividad política de cierta relevancia que hasta ahora ha desempeñado, mientras la fiebre viral sube al Pao, como en el filme de Buñuel, y desborda las dependencias hospitalarias de media España.