JORGE BUSTOS-El Mundo
A LAS DOS de la tarde de ayer Moncloa distribuyó una foto del encuentro entre Sánchez y Casado que resulta letal para la verosimilitud de la farsa cainita que ambos llevaban ensayando diez meses y cuyo estreno, el último domingo de abril, logró la suspensión de la incredulidad de gran número de abstencionistas. La obra llevaba por título No pasarán esta vez, y versionaba un famoso drama de los años 30 con Pedro Sánchez en el papel de galán antifascista. Un público impresionable que no pisaba el cine desde la Transición se tragó el montaje entero, y las consecuencias se advierten en la inocultable satisfacción con que posa el laureado protagonista. En la foto, Sánchez sonríe como el gato que acaba de comerse al canario y Casado sale de espaldas, aunque no cuesta imaginar que también está sonriendo, porque Casado sonríe cuando ataca, cuando defiende y cuando persigue el empate, que es lo que hace desde que tiene 66 escaños. Pero lo interesante de la foto es la sonrisa de Sánchez, que proclama un relajamiento poscoital, la clase de expresión que no puede impostarse y que solo aflora tras un esfuerzo sudoroso de representación con final feliz. Sánchez ha encarnado al fin la sonrisa del destino que le auguró Iglesias cuando ejercía de profeta ceñudo.
Ocurre que al espectador que seguía entusiasmado la telenovela guerracivilista –hasta el punto de elegir bando– se le ha quedado cara de tonto con la brusca caída del telón. Porque se suponía que no había telón. Que estábamos jugándonos la democracia, amenazada bien por el fascismo bien por la felonía. Nuestro fan habría necesitado que los actores se tomaran más tiempo y algo de pudor antes de quitarse las caretas. Comprendemos que Casado encuentre alivio en Moncloa –valor ciertamente seguro– viniendo de una Génova erizada de conspiradores; es más, no me sorprendería que ambos epítomes del bipartidismo se aliasen contra Rivera, que no es el tipo de adversario que le arranca sonrisas sinceras a Pedro Sánchez. Pero un líder de la oposición que se siente tal no se deja dar el abrazo del oso que le desactiva como alternativa a dos semanas de unas elecciones. Y mucho menos acepta lecciones sobre cómo «normalizar las relaciones entre líderes» de quien trae las uñas romas de cavar trincheras, autor del no es no al «indecente» Rajoy. De Sánchez a uno solo le admiraría ya un retorno a la moderación felipista; pero de Casado, que se confesó dispuesto a achicharrarse en sus primeros cien días de gobierno por el calado de las reformas que pensaba emprender, uno sí esperaba que no se conformase con el ministerio de la oposición en los primeros diez.