Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Abril no ha sido un buen mes para la economía española. A los resultados de la EPA del primer trimestre, que muestran una desagradable destrucción de empleo y el consiguiente aumento del paro, se le unió un nuevo récord de deuda pública -esto ya no es noticia- y ayer un aumento de la inflación, paliada por un descenso de la subyacente. Por contra, el déficit público se reduce, aunque lamentablemente no lo hace por un recorte de los gastos, ni siquiera por un aumento de la actividad, sino por un aumento de los impuestos. Esto agrada mucho a la vicepresidenta segunda, que ayer no tardó ni un segundo en reclamar ‘más madera’ una vez deshojada la margarita de la continuidad de Pedro Sánchez, pero es incómodo para el conjunto de la ciudadanía que la soporta.
En el barullo impositivo hay de todo, desde las subidas del IVA que afectan al consumo de los hogares, hasta el incremento de las cotizaciones que castigan al trabajo. Tampoco es buena la resistencia de los precios, que obligan al BCE a retrasar (de momento eso) las esperadas y deseadas bajadas de los tipos de interés.
Pero me alejo de la crítica, no vaya a ser que me recluyan en la perrera que acogerá a la jauría una vez que ya ha quedado claro que criticar al Gobierno es retrógrado y antidemocrático, algo que es necesario mantener hoy controlado y quizás mañana reprimido.
No sé, pero por si acaso me voy a Europa que es un ámbito más difuso y lejano. Hoy entran en vigor las nuevas reglas fiscales. Supuestamente son más estrictas y rigurosas y condicionarán las actuaciones de los gobiernos, en especial de aquellos países que, como el nuestro, están dentro de esa categoría tan descriptiva como ‘déficit excesivo’. ¿Ha visto algún signo de preocupación en cualquiera de esos gobiernos? ¿algún propósito de enmienda? No, claro. La UE ha dejado de asustar, pues todos sabemos que una vez abierta la puerta a las excepciones nacionales y admitida la discusión ‘bilateral’ no se hará nada, ni se impondrá ningún comportamiento ni ninguna medida de ortodoxia que suponga un ‘esfuerzo excesivo’ para nadie.
Menos aún cuando las instituciones europeas se encuentran en pleno baile preelectoral. Han adquirido vida propia y han mimetizado los mismos ‘tics’ que han infectado las administraciones nacionales. Ahora se trata de captar voluntades, sumar votos y no desairar a nadie. Hasta que no haya circunscripciones de ámbito supranacional no habrá espíritu supranacional y Europa seguirá siendo una suma confusa de 27 naciones. O más, que ahora hay elecciones en Cataluña…