Media hora

ABC 21/11/16
IGNACIO CAMACHO

· La política actual ha abolido las oraciones subordinadas, y por tanto las ideas complejas. El pensamiento estratégico

EN su desdeñosa diatriba del jueves pasado contra Pedro Sánchez, Felipe González dijo que era incapaz de hablar durante media hora sobre España. Un modo de referirse a su trivialidad intelectual, a la carencia de proyecto, a la ausencia de una idea de país. Pero acaso sin pretenderlo, el veterano patriarca socialista hizo mucho más que una crítica ad hominem: trazó un retrato genérico de la actual clase dirigente. De la política moderna en sí misma. De una escena pública en la que no sólo nadie es capaz de hablar media hora sobre nada, sino que además está mal visto hacerlo. Y en la que si alguien lo hiciese no sería escuchado. Quedaría como un pelma, un pestiño indigesto, un fatuo. Un charlatán cargante, un auténtico coñazo.

La política-twitter no necesita discursos, ni profundidad ni razonamientos. Es mera fraseología de consumo fácil, retórica superficial destinada a alimentar el espectáculo. El debate público ha abolido las oraciones subordinadas, y por lo tanto –Ortega dixit– las ideas complejas, sustituidas por consignas de renglón y medio. Por eso Sánchez no tenía asesores ideológicos ni se apoyaba en especialistas técnicos; construía sus intervenciones con ayuda de publicistas. No sólo él. La mayoría de los políticos españoles carecen de la enjundia necesaria para disertar a solas durante un almuerzo. Se desfondan en el primer plato y antes de que se sirva el segundo ya están contando cotilleos. Se mueven en la táctica, en la anécdota, en la finta. En el propio Gobierno no hay más de tres ministros con visión panorámica; en la oposición es probable que ni eso. El más locuaz de los líderes, Pablo Iglesias, puede pasarse hablando mucho más de media hora, pero sólo como tributo facundo a su ego. No es formación lo que les falta, aunque en algunos casos también, sino la arquitectura mental del pensamiento estratégico.

En ese páramo de banalidad, del que en gran medida son cómplices los medios, triunfan la antipolítica y la posverdad porque se han impuesto el presentismo, el eslogan, la propaganda. La posmodernidad ha convertido la conversación política en logomaquia vacía, en mero parloteo. González, que gusta de escucharse a sí mismo, identifica el liderazgo con las luces largas y el sentido de Estado de su propio tiempo. Cuando en televisión triunfaba «La clave» en vez de las tertulias de alborotados reproches huecos. Su crítica es nostálgica, anacrónica. Propia de un universo analógico que está siendo barrido por la volatilidad digital; una época en que las palabras servían para desarrollar conceptos. Un tío que pase hoy media hora, incluso quince minutos, hablando de su proyecto de sociedad o su idea de nación es un petardo insoportable, un tostón; el plasta perfecto. Lo tiene que contar en una sola frase, dos a lo sumo, y cortas: su enemigo no es la mediocridad, ni la intrascendencia, sino el aburrimiento.