Vavid Gistau- ABC
La petición de un mediador sirve para crearle al editorialista del NYT una atmósfera donde sólo el Rey, y por añadidura España, generan tensión
DESPUÉS de que el Rey no dejara margen para muñir componendas como cuando operaba el borboneo, Puigdemont salió con su peinado de Famobil a declararse enojadísimo por la escasa voluntad de arbitrio. Parece ser que el Rey decepcionó a una serie de catalanes independentistas instalados en la convicción infantil de que ni las peores gamberradas hacen que se extravíe el amor de la figura paterna, siempre dispuesta a trincharle un novillo al hijo pródigo (Parábola del Estado Asimétrico). Inmediatamente después, por el independentismo comenzó a propagarse la petición de un mediador –incluso Manolo el del Bombo fue consultado a este respecto en una televisión nacional, no sé si para que él dirija las conversaciones en caso de que el Papa no pueda–, de igual forma que salieron a la calle personas que pedían diálogo y amor –«Parlem»– con unos carteles emparentados con los de «Abrazos gratis». Esto es una montaña rusa de emociones. Pasamos de las hogueras de neumáticos en las autopistas y los repugnantes escraches a policías, a guardias civiles y a sus hijos en el colegio a notarnos de pronto una carencia afectiva como para encomendar la solución del «conflicto» a Isabel Gemio cuando presentaba «Lo que necesitas es amor».
Puigdemont y Junqueras, y mucho menos la horda de radicales que marcha con ellos, no nos van a decepcionar a estas alturas, cercano el desenlace, con un vértigo en el cual la petición de un mediador vendría a ser un «sujetadme que me independizo». No. Ni aunque comiencen a marcharse los bancos veo posible ese anti-clímax. Se trata de otra cosa. El independentismo, como antaño el guardiolismo, dicho sea de paso, aspira a vencer sin dejar de ser víctima. Pretende ser ganador y disfrutar al mismo tiempo de las prerrogativas narcisistas del perdedor romántico. Sólo así se entiende que Puigdemont y Junqueras se finjan unos ingenuos irradiadores de amor y unos demócratas represaliados mientras a su alrededor ya comenzaron a usarse el escrache y el repudio como elementos de ajuste social. A la narrativa independentista le conviene agarrar a un Rey sólido en la exposición de sus principios y de la legalidad que también a él le obliga para convertirlo en un antidisturbios coronado con el cual empiezan todas las incomprensiones y las hostilidades. Cuentan, además, con la colaboración de la extrema izquierda de Podemos para afianzar esta impresión y para sabotear una toma de conciencia nacional ante la cual la socialdemocracia sigue remisa, asustada por falsos folclores franquistas como si ella misma no fuera uno de los agentes fundacionales de lo que aquí se defiende. La petición del mediador es la guinda de todo esto. El término mediador remite a los conflictos bélicos, a la presencia de cadáveres como los que el independentismo parece añorar en su relato del 1-O. La petición de un mediador sirve para crearle al editorialista del una atmósfera donde sólo el Rey, y por añadidura España, generan tensión e incertidumbre de porvenir.