Nunca la intervención de los mediadores ha sido capaz de provocar el desistimiento de ETA. Seguramente ahora tampoco. Si ETA ha parado, ha sido por causas estructurales más profundas que tienen que ver con la debilidad de la organización terrorista inducida por la eficacia de la persecución legal y por la puesta fuera de la ley de su entorno político.
La paralización de la actividad terrorista de ETA ha provocado la repentina salida a la luz de innumerables asesores, mediadores, intermediarios, facilitadores, aguadores… todos dispuestos a reivindicar su papel en el catering de las conversaciones que habrían conducido a la tregua. Con tanta gente en la trastienda, sólo nos falta conocer quién daba la vez para poner un poco de orden.
La presencia de este tipo de protagonistas no es nueva. Durante décadas, individuos o grupos cargados de buenas intenciones han entrado en contacto con ETA y el Gobierno para favorecer conversaciones de paz. Los ha habido de todos los pelajes: unas veces religiosos (jesuitas, comunitarios de San Egidio, clero regular), otras enviados gubernamentales (franceses, argelinos o dominicanos), profesionales organizados de la mediación (Fundación Carter, Gernika Gogoratuz) o francotiradores (Adolfo Pérez Esquivel, Josep Lluis Carod-Rovira). Todo ello, sin mencionar a múltiples protagonistas locales, alguno de los cuales dejó la vida en el intento, como José María Portell.
Y nunca la intervención de estos mediadores ha sido capaz de provocar el desistimiento de ETA. Seguramente ahora tampoco. Si ETA ha parado -ya veremos si de manera definitiva o a plazo fijo-, ha sido por causas estructurales más profundas que tienen que ver con la debilidad de la organización terrorista inducida por la eficacia de la persecución legal y por la puesta fuera de la ley de su entorno político. Lo uno y lo otro han hecho que la violencia haya dejado de ser útil para los que la practican y para su causa, y de ahí que hubiera empezado a cuestionarse desde dentro, como revelaba el escrito de Francisco Múgica Garmendia, ‘Pakito’.
La labor de los mediadores, facilitadores y demás complementos se parece, en cierto modo, a las funerarias, que pueden convertir las exequias en un acto solemne y majestuoso, pero nunca son la causa de la muerte de su cliente. El hecho principal y realmente importante ocurre antes de su intervención. Ellos, funerarias y mediadores, se ocupan sólo de las apariencias.
Es importante tener clara la diferencia entre los factores que pueden conducir a ETA a la renuncia definitiva, por un lado, y la puesta en escena que se haga, por otro, para que el Estado no cometa el error de desmantelar esos instrumentos que le han dado ventaja antes de que la organización terrorista haya abandonado las armas sin subterfugios. En medio de la ola de euforia que invade a muchos, hay que tener la cabeza fría para no verse afectado por el síndrome de Estocolmo, creer que todo el mundo es bueno y renunciar a una buena defensa.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 3/4/2006