- En cuanto a la colaboración de los analfabetos de la cultura, los almodóvares, los subvencionados del feísmo y demás, no deseo su censura ni su cancelación, que es lo que ellos practican con quien no comparte, al menos, fingimientos
Aquí se juntan un pueblo que no sabe historia con un Gobierno que tampoco, al punto de creer posible la sustitución de tantos hechos, de la complejidad, por un cómic en blanco y negro. Lo ven posible porque no auscultan a la inmensa clase media, por precaución y por no perder la ilusión. Asumen como un incómodo misterio la razón por la cual Sánchez no puede salir a la calle. Así que su termómetro, o su barómetro, se lo aplican a su cámara de eco: academia y «cultura». La mayoría de historiadores siguen el guion del cómic por terror. Los menos creen en la causa, son partisanos de tarima, extemporáneos milicianos privados de su arma que siguen en la docencia porque de algo hay que vivir, pero cuya vocación ha sido siempre la violencia. Han tenido que conformarse con violentar las obras de colegas más honrados y con justificar, cuando no auxiliar de formas latentes, a bandas terroristas. Ahora bien, los otros historiadores académicos, si no es por terror a la cancelación, ¿por qué iban a seguir inflando, qué sé yo, las cifras mortales de Guernica? ¿Por qué iban a seguir desinflando, qué se yo, las cifras mortales del genocidio católico, o su propia naturaleza de genocidio, cuando los hechos encajan de forma tan precisa en la definición canónica?
En cuanto a la colaboración de los analfabetos de la cultura, los almodóvares, los subvencionados del feísmo y demás, no deseo su censura ni su cancelación, que es lo que ellos practican con quien no comparte, al menos, fingimientos. Cuando un régimen dura demasiado, caso del sanchismo, sus beneficiarios pasan a creer realmente en el mundo que se han pintado. Dentro de él viven tan cómodos como para no avergonzarse por seguir dando lecciones de civilidad cuando te ha pillado Hacienda con el carrito del helao. ¡Vaya carrito, Peeeedro! Sucede que las muestras públicas de superioridad moral y las muequitas de indignación con la derecha son obligadas en la promoción de cada nueva película. Simplemente. Por eso sus periódicas denuncias del otro, que representa el mal, las suele emitir –en ese tono suyo entre el vahído y la regañina– en Venecia.
Comprendamos la necesidad de los profes que no quieren ser cancelados, la de los periodistas que no quieren ser despedidos. No nos ensuciaríamos como ellos, pero primum vivere. Comprendamos incluso el negocio de Almodóvar, su vacua estética, sentimentalismo y horterada en proporciones variables. A veces conviene un sucedáneo de ética, como ahora. Por supuesto, irá en el sentido contrario al del bien y al de la vida. Y prolongará siempre y en todo caso la guerra civil para tocar la fibra romántica del inglés, del neoyorquino y del resto de (in)culturas donde nuestra matanza fratricida fue taaan romántica… ¿O los brigadistas solo buscaban la experiencia de matar sin consecuencias? A eso vino Orwell, como él mismo reconoció. Se puede ser un genio y un canalla. Aunque es la exaltación del mediocre canalla lo que define al sanchismo.