Medios de comunicación en la vida pública

EL ECONOMISTA 29/11/14
NICOLÁS REDONDO TERREROS, PRESI¡DENTE DE FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD

El origen de la democracia no se puede entender sin los periódicos, sin una comunicación que es a la vez individual y compartida, y que permite establecer un criterio sobre la información conocida; proceso que realizan al mismo tiempo multitud de ciudadanos sobre las mismas informaciones.

Así se dan las condiciones objetivas necesarias para que la democracia se convierta en imprescindible: la persona recibe información sobre lo que está ocurriendo y establece una posición que, siendo compartida por otras que han seguido el mismo proceso, obliga, cuando adquiere una densidad que desborda el ámbito individual, a darle un cauce público; es decir, a convertir la opinión del lector en relevante. Y justamente en el momento en el que las opiniones formadas adquieren importancia, se pueden hacer cambios en la vida pública y el súbdito empieza a convertirse en ciudadano.

El ejemplo de lo que sucedió en Francia en los primeros cincuenta años del siglo XIX nos muestra claramente este proceso. En 1824 había en París 47.000 suscriptores de periódicos, en 1836 se contaban 70.000 y en 1846 ya eran 200.000 los suscriptores. La fundación de La Presse por Emile de Girardin es considerada como el acta de nacimiento de la prensa moderna debido a algunas innovaciones: la inclusión de anuncios que permitía rebajar el precio del periódico a la mitad o la introducción de la novela por entregas.

Los primeros pasos de la opinión pública
La ampliación de la demanda obligaba a renovar todos los días los diarios, lo que se consigue a través de la publicación de noticias diarias, así se supera la contradicción entre lo nuevo y lo permanente? la noticia y el diario. El invento se extiende y hace que los ciudadanos tomen posiciones que comparten en los cafés y en diversos ámbitos de relación social, permitiendo que nazca una opinión pública estable e influyente.

A principios del siglo XX la radio viene a fortalecer los efectos de la prensa escrita. No provoca cambios en las relaciones, pero su accesibilidad la generaliza y su inmediatez logra una relación casi instantánea entre el ciudadano y la noticia.

Todas las relaciones se fortalecen y la democracia se consolida -dejo aparte la importancia de estos medios para mantener el control de sociedades prisioneras de dictaduras, aunque los cambios revolucionarios del siglo XXI en las comunicaciones hacen imposible que las dictaduras puedan utilizar estos medios revolucionarios para sus fines y en el mejor de los casos para ellas, se conforman con neutralizarlos-, pero no existen cambios radicales en el comportamiento social, ni necesidad de adoptar nuevos paradigmas, como sí obligó la aparición del periódico en el siglo XIX.

La pasividad televisiva
La aparición de la televisión también obliga a cambios en el comportamiento a los protagonistas de las noticias y quién las ve puede tener y suele tener una posición pasiva. Las imágenes que llegan al sofá de su casa le permiten no tener que reflexionar, al contrario de lo que provocaba la letra impresa del periódico o la palabra sin imágenes de la radio, que indudablemente obligaba a excitar la imaginación.

Esa pasividad televisiva es, sin ninguna duda, contrarrestada con la presentación de las noticias de una forma más incisiva y con una sintetización del lenguaje público, que pierde gran parte de su literatura, ofreciendo, cada vez de forma más clara, ideas con un menor número de palabras, hasta llegar a convertir la idea en una simple consigna y el discurso en un anuncio. Todo se incrementa pero los cambios no son radicales.

El poder de la autonomía individual
Han tenido que llegar las nuevas tecnologías para que el cambio sea de unas dimensiones revolucionarias aunque, inmersos como estamos en él, no seamos capaces de darnos cuenta. Los nuevos cauces de comunicación le otorgan al ciudadano una posición activa en su relación con la noticia.

No tiene que esperar a las elecciones para emitir una posición sobre la noticia, que en tanto que es pública adquiere relieve y trascendencia en grado diverso, y esa facilidad para opinar instantáneamente le hace, en un grado indeterminado pero evidente, protagonista de la noticia y además, sin arrastrar ningún tipo de consecuencia. Esa inmunidad le permite la máxima libertad individual, una libertad sin igual en la historia de la humanidad y que no provoca ningún efecto negativo en el ciudadano.

Es una libertad absoluta con la única limitación de nuestra autónoma e intransferible responsabilidad. Ese nuevo paradigma, esa revolución en la relación entre los ciudadanos y los medios, es la que ha provocado las consecuencias políticas que hoy discutimos acaloradamente en España. Los ciudadanos han pasado de la inmediatez a compartir, de ser espectadores a ser protagonistas, de la espera para que su opinión cuente a que sea relevante automáticamente.

La falta de límites y la responsabilidad
Por contra se han debilitado los vínculos sociales que hacían permanentemente compartidas las opiniones, efecto que da mucha volatilidad al espacio público; y se han rebajado las exigencias de responsabilidad, lo que permite creer que todo es posible, que no existen límites a nuestros deseos y que nuestra imaginación se confunda frecuentemente con la realidad. Inmediatez, protago- nismo, volatilidad en las opiniones e irresponsabilidad son las bases de fenómenos como Podemos.

En países de nuestro entorno sucede algo parecido, pero con dos diferencias favorables a ellos: sucede en menor grado porque la cultura pública debilita la tendencia a la volatilidad y a la irresponsabilidad y, por otro lado, el proceso se desarrolla en un sistema institucional, espacio político, que es más fuerte e integrador que el nuestro y por lo tanto con mayor capacidad para generar autodefensas.

El debate público de los intelectuales franceses sobre todos los aspectos de la vida pública gala, la fortaleza de sus instituciones, el prestigio y extensión de algunos de sus medios de comunicación públicos y privados lo tiene ellos y nos falta a nosotros. Así, teniendo ellos a Marie le Pen como nosotros a Pablo Iglesias, nuestro momento político provoca más dudas que el de nuestro vecino.