- Quienes opinan que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros es porque no se fijan más que en la parte económica y laboral
La Academia Europea e Iberoamericana de Yuste, que tiene su sede en Cuacos de Yuste y que el próximo día 14 entregará el Premio Europeo Carlos V a Angela Merkel, organizó en colaboración con la Universidad de Extremadura un curso de verano sobre derechos y libertades en la Unión Europea.
En la ponencia en la que participé, pregunté a los alumnos asistentes que cuáles habían sido los cambios más significativos que se habían producido en los últimos 50 años. Para unos fue la aparición de Internet. Otros opinaban que la sanidad universal fue la mayor conquista que hizo la humanidad. El sistema educativo, dijeron otros. La inteligencia artificial y las redes sociales parecieron ser los cambios más significativos para la mayoría.
En mi opinión, manifesté, la igualdad entre hombre y mujeres ha sido el mayor cambio que se había producido a lo largo de la historia. Nadie habría podido imaginar que en tan corto espacio de tiempo se hubieran conseguido equiparar los derechos de dos colectivos, uno de los cuales-el femenino- había estado sometido desde el origen de los tiempos a la voluntad y a la fuerza del masculino. Ni a soñar que nos hubiéramos echado, hubiéramos visto a una mujer convertida en jueza, casada con otra jueza, a un escultor casado con un periodista que, además, paseaban en su coche de bebé al hijo de ambos.
Sin duda, ese ha sido para mí el mayor cambio que hemos realizado a lo largo de este último medio siglo, gracias a los primeros movimientos feministas y a sus continuadoras que jamás se rindieron.
Meterse en un charco
Ya sé que no todo se ha vuelto color de rosa y que sigue existiendo un machismo larvado en el seno de nuestras sociedades. Machismo que se hace visible en multitud de ocasiones con poca o mucha virulencia. Pero son pocos los que osan exteriorizarlo abiertamente. Cuando alguien dice eso de “que conste que yo no soy machista” siempre se escucha a un coro de voces femeninas que con mucha sorna dicen: «Peroooo….!!!» Saben que quien está hablando está a punto de meterse en un charco del que saldrá mojado.
Cuando alguien nos recuerda que el Código Civil español mantuvo hasta 1975 un artículo que calificaba a la mujer como congénitamente imbécil, sometida a la protección del padre o del marido, podemos hacernos idea del cambio tan brusco que parte de la humanidad ha provocado desde esa fecha hasta nuestros días.
Nuestras madres nos hacían la cama, la comida, nos lavaban y planchaban la ropa, nos aseaban y hasta nos bajaban los pantalones para que pudiéramos hacer pis
La mujer ha salido decididamente del hogar para pisar la calle camino del trabajo, de la universidad o de las instituciones. Por contra, todavía existe una pléyade de hombres que, adaptándose a ese nuevo reparto de trabajo, aún no ha querido compartir las labores del hogar. A todos los hombres, cuando éramos muy pequeños, nuestras madres nos hacían la cama, la comida, nos lavaban y planchaban la ropa, nos aseaban y hasta nos bajaban los pantalones para que pudiéramos hacer pis. Ya, siendo más mayores aprendimos a hacer pis sin la intervención de nadie. Sorprendentemente algunos, que aprendieron a orinar, no quisieron aprender a hacer todas aquellas cosas que les hacía su madre. Pareciera ser que les resultaba más complicado apretar el botón de la lavadora que el de la cisterna del inodoro. Si aprendieron a levantar la tapa de la taza del váter, no aprendieron a levantar la tapa de la cacerola para ver cómo iba el guiso porque no les dio la gana.
Después de ese cambio, devolver los derechos que se le habían usurpado a los homosexuales fue otra de las grandes conquistas sociales que han permitido que cada cual ejerza su sexualidad de la forma que más y mejor le convenga a cada ser humano.
Quienes opinan que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros es porque no se fijan más que en la parte económica y laboral de esos chicos y chicas. Ellos no vivieron una guerra como sus abuelos o bisabuelos. No vivieron una dictadura en la que la libertad y los derechos brillaban por su ausencia. No disfrutaron de los cambios que liberaron a la mujer y a quienes ejercen su sexualidad libremente. Ellos, en definitiva, son ciudadanos libres, que viven en un país libre y democrático. Sin duda, en esos aspectos viven mucho mejor que vivimos sus padres, sus abuelos o bisabuelos.