Eduardo Uriarte Romero-Editores
Si a nuestras élites políticas les costó darse cuenta de la dimensión del problema erigido por el nacionalismo catalán, también le costó encontrar una solución al mismo. Era tal la pasividad del Gobierno, y el lastre destructivo que realizaba el PSOE, que algunos asistimos con agradecido reconocimiento que se acabara por aplicar el 155.
Por fin nuestros dirigentes hacían algo ante una crisis que parecía tragarse todo el sistema político. Y el 155 se aplicó y no hubo una reacción airada por las masas enfebrecidas separatistas. La gente tenía que trabajar, y salvo estudiantes y algún jubilado que cortaron las carreteras en un día de huelga que nada tuvo de general, no pasó nada. Recordando aquellos temores que el clero nacionalista vasco lanzó ante la ilegalización de Batasuna, ¡lo mal que lo iban a pasar los no-nacionalistas!, y luego no pasó nada, sino que ETA empezó a derretirse.
No pasó nada con la medida de excepción, todo funcionó mejor, pero fuimos conscientes de que a nuestros dirigentes les cuesta ejercer la autoridad, tomar decisiones, no ya la iniciativa, incluso en los momentos de crisis -tienen complejo de no ser demócratas- haciendo las cosas a última hora y a medias, sin entender que las medidas insuficientes acaban siendo contraproducentes.
El 155 se aplicó, en Cataluña acaban de hacerse unas elecciones con todas las de la ley, a las que han acudido hasta los que están contra la legalidad vigente, y el resultado electoral ha dejado aparentemente las cosas como estaban, pero no es así. El resultado electoral es semejante entre el bloque secesionista y el constitucionalista, pero las condiciones políticas cara al futuro son muy diferentes. A pesar de los errores del Gobierno y del PSOE la situación catalana no es como antes del 155. Pero vayamos por partes.
La falta de decisión
El resultado electoral hubiera sido otro, peor para el secesionismo, si el Gobierno hubiera aplicado con más decisión las atribuciones que le otorgan el citado artículo y hubiera cerrado el gran altavoz propagandístico -la gran arma del nacionalismo, como lo demostrara Goebbels-, TV3 y su radio. Sin el cierre de ese medio el secesionismo no podía ser mínimamente consciente de que la legalidad se había adueñado de su país y que el futuro tenía que ser otro. Las voces eran las mismas y las mentiras de similar tamaño. No saben nuestros apoltronados dirigentes de los viejos partidos que ante el nacionalismo no hay razones que valgan sino hechos que le provoquen un shock.
El Gobierno se conformó con intervenir la administración que pudo controlar. Pero el poder, el discurso de la secesión, siguió en la calle sostenido por los medios públicos erigidos por el secesionismo y las organizaciones de masas financiadas por la Generalitat separatista. Además, el tiempo que ha existido entre la intervención de la autonomía y las elecciones ha sido demasiado corto para que las cosas empezaran a aparecer de otra manera. Prácticamente la horda nacionalista no se había enterado, quizás los dirigentes políticos tampoco, de que las cosas estaban cambiando. Por eso el resultado electoral entre la masa nacionalista y la constitucionalista haya sido tan semejante a la del pasado. No ha dado el Gobierno tiempo para la reflexión. Sólo haexistido reflexión en un espacio, el constitucional, cuyos electores han abandonado al PP y al PSOE. Éstos si eran conscientes.
Es muy posible que lo que quisiera el Gobierno era salir del atolladero lo antes posible, y que el problema que no quiso ver se resolviera casi mágicamente. Pero mucho peor fue el caso de los socialistas, que sin duda fueron los causantes de las limitaciones del 155, y que estaban deseando pasar página incluso amnistiando a los protagonistas de la crisis más grave que haya podido padecer nuestra democracia, incluso antes de recibir la sentencia.
El PP y el PSOE, protagonistas de todo lo ocurrido en España, quisieron resolver esta grave quiebra de la convivencia política a base de tiritas, cuando la quiebra política padecida requiere una claridad de criterio y firmeza de las que hoy no están dotados, después de barrida la generación que les precedió e hiciera posible la Transición. Porque los de aquella generación, los de un partido y del otro, coinciden en declarar que el 155 se ha aplicado tarde, y cuando lo dicen dejan entrever que se tenía que haber ido más lejos con él. Y no hubiera pasado nada yendo más lejos, sino todo lo contrario. Pues el nacionalismo no atiende a razones, sólo reflexiona ante shocks. Hasta que los rusos no entraron en el Reichstag no se enteraron los alemanes de lo que habían hecho.
Ambos, Gobierno del PP y socialistas, creen que los problemas son resolubles como en los últimos años, a base de apaños, sin ser conscientes de que los que van en serio, sin apaño alguno, hasta el final, y rompiendo cualquier vínculo político, pues dieron un golpe de estado, son los nacionalistas. Aunque el PSOE y el PP quisieran la política de apaños, la política en la surgieron estos mediocres políticos es tan radical, tan esperpéntica, tan enajenada. Tan gamberro el comportamiento del nacionalismo catalán, que no les va quedar más remedio que mostrarse firmes. Por mucho que le fastidie a Sánchez seguir coincidiendo con Rajoy en decisiones frente al nacionalismo catalán, no le va a quedar más remedio si no quiere convertir la política española en una parodia de Sopa De Ganso.
Ahora el tópico de moda es que hay que llegar a un acuerdo, que hay que reconciliarse, que hay que encontrar una solución, como si ello fuera posible con el que no quiere hacerlo. La política es un gran invento de la civilización, pero hartamente está llena de ejemplos desagraciados en los que no fue capaz de resolver los problemas, y que incluso los fomentó. Y aunque el teórico prusiano de la guerra llegara a definir a ésta como la prolongación de la política por otros medios, no cabe duda que no es lo mismo, sino también su negación. Si todo se resolviera por procedimientos políticos no haría falta ni jueces, ni policías, ni ejércitos, con el buenismo -perversa enfermedad infantil del zapaterismo- sería suficiente. Pero precisamente nuestra historia está bien plagada de ejemplos en lo que la política no pudo resolver las contradicciones. Y hay que avisar de ello para darle una última oportunidad a la política.
La política es eficaz, necesaria y exigible, cuando existe un marco político donde ejercerla. Félix ovejero es claro en esta cuestión (“Cómo tratar las fracturas”, El País, 22 de diciembre) cuando aborda el espacio donde es posible el encuentro político, hallar esa manoseada solución, “Aquí no hay nada que descubrir. El ecosistema de la convivencia no es otro que los principios constitucionales. El perímetro del entendimiento democrático”. Y abunda: “Causa rubor recordar que no estamos ante dos bandos que buscan “lugares de encuentro”. El nacionalismo no va de eso. La perversión radica tanto en los procedimientos como en las ideas. Mejor dicho, las ideas, excluyentes, y los procedimientos, totalitarios, resultan inseparables. Las banderas de parte que señorean las instituciones comunes, los medios públicos entregados al agitprop, las calificaciones como persona non grata no son excentricidades, sino convicción traducida en programa”. Por eso no hay solución que no sea la vuelta al redil de la legalidad democrática. Lo otro, la llamada vacía a la reconciliación y a los puentes suele esconder la concesión a la arbitrariedad, amén de la ignorancia.
Sin embargo, nada es como era antes.
Muchos comentaristas mediáticos, algunos de ellos apologistas de los partidos hoy en decadencia, declaran la existencia de una Cataluña hoy más dividida que antes de las elecciones del 21D. Eso es falso. Creo sinceramente que está tan dividida como antes, pero a diferencia de entonces existe un gran elemento de avance democrático: por fin ha surgido una fuerza que hace frente a la arbitrariedad nacionalista con un discurso constitucional, y por ello democrático. Porque hasta la fecha tanto el PP como el PSOE creían aliviar la presión separatista -y todavía el PSOE sigue en ello- concesión tras concesión al movimiento secesionista.
Cataluña está tan dividida como antes, pero por fin existe una respuesta al veneno (Juncker dixit) nacionalista. Una fuerza que es la primera, y este dato no puede ser esquivado por los nacionalistas, como tampoco que el nacionalismo sigue sin ser la mayoría, como el dato sociológico políticamente importante de que su presencia electoral es tan rural como la de los viejos tercios carlistas, lo que evidencia el carácter de reacción conservadora del nacionalismo frente al Estado liberal.
La situación está mejor que antes del 155 porque éste sigue vigente ante la amenaza de la vuelta del procés. Un procés que los nacionalistas no van a abandonar a pesar de que carezcan de apoyo internacional, de que no sean la mayoría electoral en Cataluña, de que no exista legislación internacional alguna que les ampare, que la UE los considere adversarios de Europa, de que no tengan aliado alguno. No van a abandonar el procés porque significaría el final de su trayecto político.
Ni siquiera congelarlo. Lo van a mantener hasta la derrota total, porque todo proceso revolucionario, y el golpe que dieron lo fue, si se detiene empieza a convertir en víctimas del mismo a sus protagonistas. Pueden hacer como ETA, desaparecer, pero no pueden echarse atrás. A ello habría que sumar las inmensas dosis de enajenación que sigue impulsando a sus dirigentes a creerse dirigentes de un estado independiente, aunque nadie lo vea así. Tendremos, pues, continuación del procés en la sesión de investidura, máxime si no encuentran a nadie enfrente.
Por ello Ciudadanos podría cometer el error de no presentar a su líderesa como candidata a dicha investidura. En primer lugar porque tiene derecho como primera fuerza, pero sobre todo por no hacer presente al constitucionalismo en un debate fundamental que abre la legislatura, asumiendo el tradicional papel de subalterno que el españolismo ha tenido en Cataluña desde la Transición. La presencia en la investidura daría lugar a un debate necesario que haga presente las inmensas contradicciones en las que el mundo nacionalista está incurriendo, la declaración de la independencia para acabar presentándose a una investidura autonómica consecuencia de unas elecciones convocadas por el Estado opresor. Esperpéntica contradicción que intentarán falsear, convirtiendo el insuficiente apoyo electoral de las últimas elecciones autonómicas en ratificación del proceso a la independencia, que cae por su peso cuando sus defensores están en el “Parlament” tras haber prometido la Constitución al recoger su acta. Hay que denunciar el perjurio.
Es necesario el contraste de discursos en la investidura para que el constitucionalismo no desaparezca. En el caso catalán no se trata tan sólo en designar un presidente, es mantener la existencia, desde el primer momento, de la defensa e la Constitución haciendo un discurso en positivo y no sólo un relato de rechazo al candidato del nacionalismo. Ciudadanos debiera estar en ese debate con su candidata.
A poco que el Gobierno mantenga la legalidad en Cataluña, a poco que sea escrupulosos con la conculcaciones en la educación y en la comunicación de los medios públicos, a poco que los letrados del Parlamente sean rigurosos con los requisitos legales para la recogida de actas de parlamentarios y debate de investidura, el problema no lo tiene el Estado sino el secesionismo catalán.
Así que no se pongan nerviosos. Las cosas están mucho mejor que antes en el fomento y defensa de la convivencia democrática. Es cierto que la inestabilidad pasará factura, especialmente a los catalanes, es cierto que el futuro no es brillante para el PP ni el PSOE, pero de esta sale reforzado el Estado de derecho a poco que los protagonistas de la política no soslayen sus responsabilidades, Un poco de firmeza y coherencia es suficiente, A ver si de una vez acabamos con la “conllevanza” del problema catalán.
Eduardo Uriarte Romero