Animan los espíritus contra el sistema, pues la Transición fue un apaño, como los estatutos, sólo un paso hacia la independencia. Así que debían deslegitimarles históricamente, confundiéndoles con los fachas del alzamiento; había que traer el pasado traumático al presente, para que los fachas no volvieran a ganar las elecciones. Aunque se acabe deconstruyendo la nación erigida en la Transición.
Al final, cuando muere de verdad el actor uno puede enterarse que el más honorable y bondadoso de los guardiamarinas de “Botón de Ancla” acaba siendo un anarquista. Yo creía en mi niñez que todos los actores que tenían el privilegio de salir en la pantalla eran fachas, así se me fue conformando una visión del mundo, ayudada por el maniqueísmo del nacional catolicismo en el que fui catequizado, de que todo el que sobresalía entonces, ya fuera en el cine, como después en la tele, eran hijos de militares. Luego, con el tiempo, empecé a darme cuenta que no todos, que Fernando Rey era hijo de general republicano (militar no fascista, que es como decir que no era militar), y la cosa se alteró definitivamente cuando al final de la vida de Franco los actores fueron a una huelga, auténtica acción simbólica determinante de que el régimen se hundía. Quizás si hubiéramos sabido algo de las ideas de la gente que nos parecía importante algunos de mi generación no hubiéramos sido tan exaltados, pero los mayores tenían que vivir, sobrevivir a una guerra, como contara Manolo Vázquez Montalbán en su “Crónica Sentimental de España”,… y todos ellos hacían lo que podían para sobrevivir emboscados en el silencio.
No seamos duros, repito, debía de esperarse a lo de ahora para que todo el mundo hiciera auto de fe roja. Mientras, entonces, cada uno, como en el anuncio de las almorranas, sufría en soledad el castigo de la derrota. Quizás hubiera que esperar a este momento de tomas de palacios de invierno imaginadas, y primo el que se la jugó entonces, porque ya tenemos un ambiente social en el que buen visto está el rojerío, aunque fuera inventado en el último momento junto al desenterramiento de algún familiar lejano de alguna cuneta. Quizás alguno tenga que poner bandera a la hora de morir porque portó otras durante su vida. O quizás sea la contradicción permanente de todo anarquismo, o que ahora ir de rojo es muy chic, como antes ir a montar a Puerta de Hierro.
Mas seamos tolerantes con el colaboracionismo durante la dictadura, al fin y al cabo la mayoría no era consciente con lo que colaboraba, ya habían hecho su aventura y la República había acabado como acabó. Seamos tolerantes, porque en caso contrario sólo quedarían en pié los tres y un tambor que se atrevieron a enfrentarse a ella, y, que por cierto, a estas alturas, estos tres a nadie pedirán cuentas por su pasado. Pero ahora es el momento de animar los espíritus contra el sistema, pues la transición fue un apaño, como lo fueron los estatutos de las nacionalidades, pues sólo eran un paso hacia la independencia, y animemos y dejemos a los jóvenes antifascistas manifestarse, con el problema de que cuando no encuentran fascistas con los que enfrentarse, como en la República, se enfrentan entre ellos mismos. Buena parodia de lo que aquel intento de libertad se convirtió, pero útil en la actualidad porque tiene fines políticos.
Había que blindar el electorado con una línea de desapego social y político, como el pacto de Tinell, más gruesa que el Cinturón de Hierro (evidentemente sus constructores, que lo adornaron con pancartas con el lema de “no pasaran”, como en la línea Magginot, no saben que no sirvió para nada y válgame Dios si pasaron). Había que deslegitimarles históricamente, había que confundirlos con los fachas del alzamiento, había que traer el pasado traumático al presente para que no se volvieran a dar terremotos electorales que permitieran a los fachas volver a ganar las elecciones, y mucho menos por mayoría absoluta. Evitémosles que por segunda vez se legitimen ganando unas elecciones, aunque las dinámicas que se pongan en marcha acaben deconstruyendo la nación que se erigió en la transición, porque esta nación no tiene tantos años, nuestra nación política fue reactualizada sólo hace treinta años. Deconstruirla por el mero hecho de que unos, que no se diferencian tanto de los otros, en el fondo la gran mayoría de unos y otros son muy iguales, se mantengan en el poder.
Que saque, pues el rojerío, aunque sea en la hora de la muerte la bandera. Yo no la necesito, y me preocupa me sigan timando como lo hicieron durante tantos años, que referentes de nuestra vida social hayan estado callados era un timo, y que ahora lo voceen con desfachatez lo es también. Porque lo que de verdad importa en estos gestos y autos de fe con picotas expuestas es crear la escenografía para mantener el poder a toda costa aunque no se sepa para qué. Elipsis histórica en esta dinámica de profunda inversión de todos los valores y hasta de la interpretación de la historia, falta un Fernando de los Ríos que pueda decir para qué se quiere el poder, como le dijo a Lenin para qué servía la libertad.
Eduardo Uriarte Romero, BASTAYA.ORG, 28/11/2007