En 1999, tras su ruptura de la tregua, ETA descalificaba a quienes pretendían «hacer creer que estamos en un proceso de negociación con la paz como objetivo, en lugar de en un proceso de construcción nacional». ETA y la izquierda abertzale, que nunca han estado en un proceso de paz, responsabilizan a los demás de su propia actividad terrorista.
La noche anterior a que fuera asesinado, el dirigente de ETA José Miguel Beñaran, ‘Argala’, salió a cenar para conmemorar el quinto aniversario del atentado contra Carrero. Durante la cena se mostró pesimista porque el fracaso de las reuniones de Txiberta (Anglet), en 1977, hacía imposible la unidad de acción con el PNV, que se negó a secundar la exigencia de ETA de no presentarse a las primeras elecciones libres. Para ‘Argala’, aquello suponía que tendrían que seguir otros veinticinco años de terrorismo.
La semana pasada, el líder de Batasuna, Arnaldo Otegi, se dejó llevar por la melancolía argaliana y culpó al PNV de todos los fracasos de la izquierda abertzale. Le acusó de no estar realmente interesado en la paz y le hizo responsable del fracaso de Txiberta, del de Argel y de Lizarra. En el imaginario abertzale, Txiberta es el principio de todos los males que han afligido a la patria durante los últimos treinta años. Allí se frustró la posibilidad de un frente nacionalista, allí está la base de la aceptación del Estatuto y hasta de la Constitución por parte del PNV. Allí están las raíces de la traición. ETA y los suyos no quieren ver que no fue sólo el PNV el que les dio plantón, sino que lo mismo hizo la mayoría de los vascos, que acudió a votar.
Tantas veces han recriminado al PNV no haber secundado a ETA en la transición que el presidente de este partido, Josu Jon Imaz, ya advirtió el pasado año que «no vamos a alejarnos de nuestro camino y no vamos a dejar de ser quienes somos. No lo hicimos en Txiberta hace 27 años y menos en 2004».
También del fracaso de Argel ha culpado ETA al PNV. El PNV no obstaculizó Argel, aunque sí advirtió contra la tentación de una negociación política sobre el futuro de Euskadi. En realidad, lo que llevó a la banda a dar la espantada en Argel fue la multitud de ciudadanos que, convocados por el lehendakari Ardanza y el Pacto de Ajuria Enea, salieron a la calle el 18 de marzo de 1989 reclamando paz. Aquellos 200.000 manifestantes asustaron tanto a ETA que rompió las conversaciones.
La misma ETA que, en solitario y sin ayuda, echó por tierra el proceso iniciado con la tregua de 1998 y el Pacto de Lizarra, un proceso que nada tenía que ver con la paz, como la propia banda se encargó de dejar claro en varios documentos, entre ellos el comunicado del 25 de febrero de 1999 en el que calificaba de «intoxicación» que hubiera quienes pretendían «hacer creer que estamos en un proceso de negociación con la paz como objetivo, en lugar de en un proceso de construcción nacional». ETA y la izquierda abertzale, que nunca han estado en un proceso de paz, responsabilizan a los demás de su propia actividad terrorista.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 12/12/2005