MIQUEL ESCUDERO-EL IMPARCIAL

Martes 01 de febrero de 202219:5

Isak Dinesen es el nombre masculino con que firmaba sus libros la escritora danesa Karen Blixen. ‘Isak’ es el que ríe. Nacida en 1885, fue a Kenia en 1913 y allí se casó y se instaló hasta 1931, cuando regresó a su país de origen. Vivió, pues, casi veinte años en África. Lo suficiente como para afirmar, mucho después, que había pasado años y años sintiéndose como en casa en más de un país y entre distintas razas. De la interacción entre dos mundos, diría, surgieron nuevas melodías.

A los tres años de volver a Europa, publicó ‘Siete cuentos góticos’ y en 1937, otros tres años después, ‘Memorias de África’. Este libro le dio celebridad y en 1985, veintitrés años después de que ella muriese, fue llevado al cine con enorme éxito. Resulta irónico que dijera en 1940 que, a pesar de ser el cine un inteligente y potente instrumento de propaganda, era una lástima que el cine no le interesase apenas nada. Y añadió: “es que la fotografía no me gusta en absoluto, pues no veo las cosas como las ve la cámara fotográfica”.

Se acaba de publicar ‘Daguerrotipos y otros ensayos’ (Elba), un volumen de ensayos suyos que ella no llegó a reunir. En el prólogo, Clara Pastor destaca su estilo característico: “no es deductivo, cartesiano, sino más bien deudor de una tradición oral, de arte improvisado”. Si de pequeña, Karen Blixen no se atrevía a decir esta boca es mía delante de los mayores, de mayor podía mostrarse -en palabras de la editora barcelonesa, nacida en Massachusetts- “altiva, irónica y distante, con fogonazos desconcertantes de cercanía”.

Según Isak Dinesen, todos sentimos en el corazón la inherente riqueza y extrañeza de la propia vida. Lejos, como de costumbre, de una reseña convencional de libro, voy a hablar a partir de él. Así, me he fijado en unas charlas radiofónicas que dio en 1951, cuando tenía 66 años de edad. En aquellas veladas invernales, sus invitados le producían alegría y le estimulaban a satisfacer la vieja ambición de Louise Daguerre, pionero de la fotografía e inventor del diorama: “reproducir las cosas tal y como realmente eran”.

Una pregunta catalogada de funesta se transmitió por las ondas: “Me ha preguntado cuál es la razón de que el servicio de esta casa haya de comer peor que los señores, y no he sabido qué responderle. ¿Qué es lo que debería haberle dicho?”. Desconcierta, se oía decir, lo fácil que resulta despertar sentimientos de culpa e infundir en la gente remordimientos de conciencia. ¿Es así en cualquier asunto? No lo tengo claro. Sea como sea, Karen Blixen reproducía estas palabras: “en todos los tiempos tiene que haber cierta relación entre lo que el hombre pide a su conciencia y lo que su buen sentido, su experiencia o su fantasía, le advierten que, en términos generales, es factible”. ¿Lo es la igualdad absoluta?

Esta última pregunta consiste en una trampa, falta el umbral de lo relativo. Sustituyámosla por una disposición amable, la de reconocer como iguales a los demás y no discriminar de forma superflua e innecesaria. Asumir, en todo caso, el papel de primus inter pares, primeros entre iguales. En el Quijote se puede leer: Que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más. Hondo, razonable y liberal modo de sentir al otro, a quien no soy yo; “yo soy importante, pero tú también”.

¿Si se ampliase el deseo de igualdad a cosas como la belleza, la inteligencia o el talento, habría que sentirse culpable por ser más guapo, inteligente o hábil que otros? Ciertamente sería disparatado. Lo que importa es la actitud de respeto y atención a los demás, conciencia de unas cualidades (siempre relativas) y ausencia de narcisismo y petulancia. Por otro lado, como dice la propia Isak Dinesen: “No todo el mundo puede sobresalir, y es inconcebible que cualquiera pueda impresionar al resto”.