Qué erróneas las previsiones socialistas de que el primer atentado mortal produciría una ruptura en la izquierda abertzale; qué faltas de empatía las condenas nacionalistas, qué banales los ensimismamientos populares en sus crisis de confianza; qué fracasadas las mociones éticas para que los cómplices civiles de los terroristas abrazasen la causa del bien. Si ya se les empieza a desdibujar el coche bomba de Legutiano, ¿cómo pedirles que recuerden Mondragón?
ETA ha recurrido nuevamente al coche bomba, que es el trazo más grueso posible con que se escribe el terrorismo, para volver a donde solía, exactamente al mismo espacio moral que ocupó en el preciso momento en que asesinó por primera vez a un ser humano. Era también un guardia civil y hace de esto casi 40 años. Legutiano se llamaba entonces Villarreal de Alava y hay entre ambos asesinatos más de 850 vidas tronchadas.
«Tempus fugit», sentenció Cicerón, y «mañana será otro día», apostilló Scarlett O’Hara. El tiempo fluye aceleradamente. Para los terroristas, por supuesto. Y también para la clase política. Uno de los dirigentes polimilis que volvió en 1985, tras la disolución de ETA (pm), contaba en una entrevista que, en los primeros tiempos, cada ekintza (atentado) se preparaba con muchas reuniones y se explicaba con muchos papeles (comunicados), pero ahora (en 1985), un asesinato se decide sobre la marcha y se explican una docena de ellos con un solo papel.
Los atentados son ya flor de un día. El luto es cada vez más breve y el alivio cada vez más largo. Ya lo escribió Pablo Neruda: «Es tan corto el amor y es tan largo el olvido…». «Otra vez ETA ha irrumpido en nuestras vidas y otra vez nos ha amargado el día», dijo ayer el presidente del PNV vizcaíno, un hombre en cuya biografía no hay un solo dato de afinidad o simpatía con el terrorismo y quienes lo practican, aunque su declaración de condena desprende esa levedad tan incongruente con el crimen. «Vaya mañanita», que decía la madre de un amigo tras la rotura de un vaso o cualquier otro contratiempo .
Sería deseable que el atentado fuese el tema central de la conversación del martes entre el presidente del Gobierno y el lehendakari, de poder a poder, lo que más gusta a todo nacionalista vasco. El presidente debería saber que no es el único relativista epistemiológico y tener un diccionario para entender el sentido de las palabras de Ibarretxe.
El nacionalismo no violento siempre ha sentido la tentación del vocativo para comunicarse con los terroristas. Ardanza, el lehendakari que más lejos llegó en el repudio, no podía evitar que de vez en cuando se le escapase una interpelación directa en segunda persona del plural: «Señores de ETA…». El lehendakari actual, que borda la paradoja del relato subjetivo hablando de sí mismo en tercera persona del singular, apea el tratamiento distante que Ardanza dispensaba a los terroristas, en un tuteo más vasco, más cercano y confianzudo: «No digas, ETA, que ha sido por la patria, ni por el pueblo vasco, por favor».
Opina también el lehendakari que «cuánto daño hace [ETA] a quienes defendemos que el pueblo vasco es uno de los más antiguos de Europa y que queremos profundizar en nuestra identidad conviviendo con los demás pueblos del mundo […]. ETA sobra, estorba y además mata cruelmente, cobardemente, a gente sencilla […]. ¿Para qué? Absolutamente para nada».
En esto, además, se equivoca. Ibarretxe ha hecho de la paradoja la piedra angular de su sistema de creencias y una de sus herramientas argumentales predilectas. ETA mata a españoles sencillos para fortalecer su causa, hacer daño a los vascos más antiguos (y sensibles) de Europa e impedirles profundizar en su identidad. Su razonamiento mueve a perplejidad en algún otro aspecto: si ETA tiene tanta inquina al nacionalismo no violento que encabeza el lehendakari, ¿por qué habría de hacerle el regalo de deponer las armas a cambio del plan Ibarretxe? Si ETA rompió las conversaciones tripartitas entre el PSE, el PNV y Batasuna en Loyola en octubre de 2006, ¿por qué cree que va a mirar con simpatía ahora una oferta que ya despreció entonces?
El presidente del Gobierno anunció en su discurso de investidura su voluntad de «alcanzar un compromiso democrático contra el terrorismo» y que su oferta de consenso se dirigía con «particular énfasis» al Partido Popular. Y resulta que al primero que cita es a Ibarretxe, para que luego éste le pida reanudar las negociaciones en el punto en que las dejaron en Loyola. Impresionante.
Qué erróneas las previsiones socialistas de que el primer atentado mortal iba a producir una ruptura esencial en la izquierda abertzale, qué faltas de empatía las condenas nacionalistas, qué banales los ensimismamientos populares en sus crisis de confianza, qué fracasadas las mociones éticas formuladas para que los cómplices civiles de los terroristas recapacitasen y abrazasen la causa del bien. Y si ya se les empieza a desdibujar el coche bomba de Legutiano, ¿cómo pedirles que recuerden Mondragón?
Santiago González, EL MUNDO, 15/5/2008