Editorial, EL CORREO, 9/11/11
El relato del pasado común no puede diluir la existencia de un mal como es el terror etarra
La conmemoración institucional del Día de la Memoria se limitará mañana a la lectura de una declaración por parte del lehendakari López acompañado de su Gobierno y a una ofrenda floral que realizarán la Mesa y los portavoces del Parlamento. Las desavenencias entre los partidos a la hora de identificar a las víctimas de la violencia merecedoras de un reconocimiento colectivo han derivado en que los trazos diferenciados de la memoria prevalezcan sobre un relato compartido del mal. De poco sirve lamentarse porque la celebración de una fecha tan significativa no se desarrolle con la unidad deseable. El 10 de noviembre retratará fielmente las fracturas que tras el anuncio de cese definitivo del terrorismo de ETA quedan en el arco partidario y en la sociedad vasca. Son las fracturas morales sobre las que deberá hacerse realidad la convivencia tras la desaparición de la violencia física. Las fallas políticas que, a cuenta del cese terrorista, reavivan la competencia electoral en un panorama partidario movedizo y subrayan la persistencia de concepciones difíciles de compaginar respecto a la historia del País Vasco y su relación de causa-efecto con la violencia etarra. El daño causado por los victimarios del terror es demasiado irreversible y reciente como para que pretendan diluir su culpa en un relato que acabe justificando o explicando su conducta como algo inevitable, equiparando a las víctimas de una violencia deliberada, ensalzada y reivindicada con, por ejemplo, los activistas muertos en los preparativos de nuevos asesinatos. La contextualización del terrorismo etarra se convierte en una argumentación perversa a partir del momento en que se elude la existencia de un mal que quienes lo han perpetrado o secundado se niegan a condenar. A estas alturas podemos concluir que, cuando menos por ahora, será inevitable cohabitar en Euskadi con una memoria cuarteada por posturas morales y por concepciones ideológicas poco menos que irreconciliables. Pero nada sería más nefasto para las futuras generaciones que una convivencia sometida al dictado posibilista que orillase la defensa de valores y principios esenciales para rescatar la dignidad humana tras un largo período de barbarie. Porque el bien común que ha de perseguir antes que nada la sociedad vasca es la identificación sin tapujos ni componendas del mal.
Editorial, EL CORREO, 9/11/11