Diego Carcedo-El Correo
- Ahora se intenta mantener viva la llamada «Memoria democrática» y apenas se consigue mantenerla. Además, ya contamos con Google y hasta la Inteligencia Artificial para socorrer nuestra amnesia precoz
«¡Ay, aquella memoria, cuando aprendíamos los nombres de los reyes godos y todos los elementos de la tabla periódica!», exclamaba mi abuelo a punto ya de cumplir los noventa. Eran otros tiempos, por supuesto. Ahora se intenta mantener viva la llamada «Memoria democrática» y apenas se consigue mantenerla. Además, ya contamos con Google y hasta la Inteligencia Artificial para socorrer nuestra amnesia precoz. Pero ni así.
Todo cambia demasiado deprisa, los avatares de Sánchez para mantenerse en el Gobierno, pagando a tocateja a sus ayudantes dispersos, contribuye mucho a que los ciudadanos de a píe olvidemos todo lo demás. Por ejemplo, que después de Franco los españoles habíamos vuelto a ser iguales. Pues ahora, parece que ya no, algunos están volviendo a ser diferentes.
Desde el poder compartido con los independentistas, que no son muchos, pero cuentan bastante, los catalanes van a pagar y administrar los impuestos que el resto de los demás, excluidos ya por tradición los vascos y navarros, tendremos que seguir cotizando a Hacienda, con la que cumplimos serenamente. Y, ojo, que la obligación no nos traicione porque el olvido puede llevarnos a la cárcel.
Esta memoria débil por falta de uso tal vez, todos los días nos juega alguna mala pasada. Vamos a ver, ¿quién se acuerda de tantas cosas como se prometían cuando votamos hace dos años a Pedro Sánchez y no se han cumplido? Nadie, sabía la respuesta porque las mentiras son mentiras y no vale la pena recordarlas. A pesar de los pocos años que disfrutamos la democracia, ya sabemos que en política mentir no es pecado.
Tampoco hay que quedarse en España para comprobarlo y a veces hasta lamentarlo. ¿Alguien por casualidad se acuerda de Venezuela, una dictadura férrea donde hablan castellano como nosotros? Pues, sí. Estirando un poco la memoria, quizás recordemos que hay un presidente llamado Nicolás Maduro, que se aferra al poder como un imán.
Claro que sí, hombre: aquel amigo del ex presidente Zapatero, que siempre ponía cara de admirarle cuando le visitaba. El mismo, si señor, que manejaba el recuento de los votos de manera muy burda para seguir disfrutando los oropeles del cargo. Pasó momentos difíciles, tan difíciles como los que atraviesa actualmente su colega español, y resistiendo, consiguió perpetuarse.
El que resiste gana, igual que hace el copresidente de Nicaragua, el dictador de vieja escuela — Ortega y su inseparable esposa Rosario Murillo. Olvidar tiene muchas ventajas, con frecuencia se duerme mejor, aunque algunas veces también genera facturas. La vida siempre deja recuerdos, si no en la memoria sí en el teléfono, en la correspondencia o en los rastros del dinero.
Claro, me olvidaba del dinero. El dinero se gasta, se derrocha o se añora, aunque nunca es ajeno a nuestras vidas, en el confort o, lo más frecuente, la escasez. Hay expertos en conseguirlo, no siempre respetando las formas, e irresponsables dispuestos a gastarlo más fácil que ganarlo, desde luego, no siempre sin riesgos como el de tener que alojarse un tiempo en la cárcel.