Editorial-El Correo
- Los homenajes rendidos a las víctimas por su injustificable sufrimiento apelan a deslegitimar el odio, sobre todo entre la juventud más radical
El Día de la Memoria con el que partidos, instituciones y sociedad civil recordaron ayer el sufrimiento de todas las víctimas apuntala los cimientos éticos sobre los que se construye la Euskadi de hoy, en una demostración de la firme voluntad por avanzar hacia la convivencia catorce años después del final de ETA. Pero esos necesarios homenajes, organizados con un amplio consenso, aún revelan una fuerte anomalía política. A pesar de ser una ocasión para la debida reparación y justicia con los afectados por el zarpazo de la sinrazón, sigue celebrándose sin un acto conjunto por las discrepancias en torno a dónde situar el foco: si solo en el terrorismo, como plantea el PP, o si hay que extenderlo como entiende la mayoría de siglas a todas las vulneraciones de derechos humanos recogidas en la ley e igualmente infames, aun a riesgo de difuminar el impacto del desgarro etarra en ellas.
La condena sin ambages de la violencia debería ser a estas alturas una exigencia compartida y no fuente de desmarques. Especialmente, de quienes tuvieron un pasado de connivencia con la etapa más oscura del País Vasco. Por eso resulta imprescindible que EH Bildu complete el recorrido ético, y más si cabe por su declarada finalidad de incorporarse al sistema con la vista puesta en Ajuria Enea. Se trata de una deuda contraída con la sociedad que urge saldar, en un llamamiento a Sortu, matriz de la coalición soberanista. De camino a su próximo congreso, es inadmisible que plantee a sus bases «disputar el sentido común» y, a la vez, «reivindicar la trayectoria histórica de lucha», en lo que se interpreta como un reconocimiento a ETA . Además de una ofensa a las víctimas a las que la izquierda abertzale homenajeó ayer en la ofrenda del Parlamento, no es el ejercicio de democracia que se espera de un partido con vocación de gobierno.
Resulta crucial el mensaje del lehendakari y la consejera de Justicia lanzado a las generaciones más radicalizadas, tras las algaradas de Vitoria y Pamplona. La falta aún de una memoria compartida puede degenerar en una enfrentada, y eso es algo que Euskadi no se puede permitir. Los grupos extremistas que revisten sus reivindicaciones de intolerables actos de kale borroka, la mayoría de ellos jóvenes que han crecido sin sufrir la dictadura de ETA y mucho menos la de Franco, constituyen una señal de alerta sobre el avance del fanatismo y la cultura del odio. Deslegitimarlo hoy es también una imprescindible forma de desterrar cualquier rebrote violento en el futuro.