DAVID GISTAU-EL MUNDO
CUANDO mi tío abuelo francés murió, dejó expresada la voluntad de que una placa de identificación conservada durante cinco décadas fuera entregada a un amigo íntimo al que conoció en circunstancias difíciles pero propensas a la camaradería: en un barracón de Dachau. Su padre, oficial entre los poilus, había muerto en el Somme después de tocar los objetos de una trinchera recién tomada que los alemanes envenenaron en su retirada. Fue una agonía larga y llena de tos. Esta pequeña digresión familiar sirve para decir que sé con precisión a qué se referían los franceses cuando hablaban del «enemigo habitual», el que había dejado un motivo de rencor por generación en cada hogar a partir de 1870.
Ello nos remite a cuán portentosa fue una imagen fundacional de cierta Europa, la de Kohl y Mitterrand cogidos de la mano en Verdun. Para los españoles, el ingreso en la Unión fue determinante porque clausuraba de verdad la Transición y por motivos relacionados con la homologación democrática y el final de la castiza excepcionalidad, que quedaría relegada al turismo: «Spain is different». Pero no sé si habrían podido comprender, igual que un francés o un alemán, cuántos millones de muertos quedaban superados con esa reconciliación incrustada en unos principios que anhelaban no tener que volver a escuchar nunca más una arenga nacionalista o revolucionaria que identificara en el vecino a un enemigo, a un portador de agravios, a alguien por quien cercar campos. Esta es una de las pocas cosas en las que creo firmemente más allá del cinismo y el voto de cachondeo.
Este domingo, en París, Merkel y Macron trataron de renovar aquella imagen, Macron hasta la miró como preguntándose si debía cogerla de la mano. Pero la estampa ahora no evoca bríos fundacionales, sino un triste afán resistente en la mortecina atmósfera terminal donde los síntomas dinámicos pertenecen todos a antagonistas. Macron, además, se hizo un lío con la paradoja de nacionalismo no pero patriotismo francés sí, cuando esto va de Europa o no va de nada.
Con todo, el recordatorio en el 11/11 a las 11 me sirve como fortalecimiento ante los pichabravas del nuevo casticismo, ante los nostálgicos de las despedidas de combatientes en el andén de la estación, ante los que se llevan la mano a la porra al oír la palabra cosmopolita, ante los que fantasean con enemigos a las puertas como si su edad mental les impidiera comprender adónde lleva eso, ante los que traen revoluciones y venganzas históricas pendientes.