Ramón Tamames-ABC
- «El papel del Rey que puso Franco contribuyó de manera esencial a cambiar la estructura política, económica y social de España, en pro de una democracia con la que todos saliéramos de muchas miserias con nuestras propias fuerzas. Un Rey así no puede terminar sus días en situación de exilio y de vituperio»
El libro ‘Memoria. Reconciliación’, de Juan Carlos I (Planeta, 2025), se ha convertido en un ‘best seller’ incluso superior al de la señora Rowling con sus siete volúmenes de aventuras de Harry Potter y sus amigos. Ahora, en estos días, todo el mundo quiere saber si realmente el Príncipe de España desde 1969, y Rey Juan Carlos I desde 1975 fueron los verdaderos artífices de la fase más importante de la Transición. Todos hemos oído, hablado y conjeturado, sobre el papel verdadero del hoy Emérito, sobre si fue o no el principal actor en tiempos decisivos. Y la conclusión que puede extraerse de las Memorias es que Juan Carlos estuvo en primera fila de protagonismo, y que supo hacer como piloto mayor lo más difícil para conducir a buen puerto el proyecto de democratizar España.
El azar tiene en los sucesos cotidianos una mayor o menor influencia, pero en este caso puede decirse que en el minuto de la muerte de Franco, a las 5.00 a. m. del 20 de noviembre de 1975, todo estaba atado y bien atado, según el jefe de Estado saliente. Pocas horas después, Juan Carlos I era proclamado por las Cortes Españolas como Rey de España, con todos los poderes que había tenido Franco para hacer y deshacer. ¿Qué iba a hacer con ellos? Todo debía seguir igual: no se veía mucho de bueno en lo atado, y todo o mucho iba a depender de lo que hiciera el heredero escritor de Memorias.
En esa dirección y a esas horas, puede decirse que el primer gran acierto del jovencísimo monarca fue la de ser prudente. Nada de cambiar de inmediato al Jefe de Gobierno, dejando así a Carlos Arias Navarro en su elevado puesto, a sabiendas que un personaje tan franquista era decidido partidario del continuismo, incluso más que el propio Luis Carrero Blanco que le había precedido, muerto en atentado de ETA el 20 de diciembre de 1973. Ni siquiera la presencia de Manuel Fraga en el gobierno Arias daba base para pensar en la preparación de una reforma limitada, como certificó con sus sonoros pronunciamientos: «la calle es mía» y «el timing lo marco yo».
Y de ahí la más sabia reacción del joven Rey: darse a conocer por todos sus presuntos partidarios con viajes continuos por España y una especie de consagración internacional importante, en junio de 1976 en Estados Unidos, donde fue invitado del presidente Gerald Ford, y muy especialmente de su secretario de Estado, Henry Kissinger, que tan de cerca siguió las actuaciones de Juan Carlos en su intrincada movida política. El resultado de esa fortalecedora presencia entre sus nuevos partidarios, le hizo subir al Rey en popularidad. Sus amplias descubiertas al mundo entero, convencieron a Arias, con el resultado de que no tuvo más remedio que dimitir el 1 de julio de 1976.
¿Quién sería el nuevo presidente del Gobierno? Ya lo había previsto el propio Rey, con la asistencia conciliar de su maestro y amigo, el profesor Torcuato Fernández-Miranda, preceptor suyo y consejero de siempre. El Rey preguntó a Torcuato: «¿Qué prefieres de inmediato, ser presidente del Gobierno una vez se ha ido Arias o presidente de las Cortes?» Por cierto, este último cargo a elegir muy pronto por el Consejo del Reino por sus plazos preceptivos. «Presidente de las Cortes, Majestad, sin duda –contestó Torcuato–. Para así aplicar nuestro gran principio de la ley a la ley a través de la ley, no vamos a hacer nada ilegal»
Y así se hizo, todo legal, en el Consejo del Reino, y sin más dificultades llegó el cargo de presidente de las Cortes para Torcuato, que ya quedó en disposición, a su vez, de tener todos los medios para nombrar presidente de Gobierno, a partir de la terna que él mismo diseñó. Formada por tres personas: la primera, Federico Silva Muñoz –que había sido el «ministro eficacia» de Obras Públicas con Franco–; Gregorio López Bravo –brillante ministro de Industria también con el Generalísimo– y como tercero, un casi desconocido auspiciado por el propio Rey, un político joseantoniano, a quien definitivamente se votó para presidir el Gobierno.
El mencionado trío ya pudo poner en marcha su plan definitivo, que quedó formulado en su propuesta de ley para la Reforma Política, ideada por Torcuato. Sobre la base política de que una nueva ley fundamental del Movimiento Nacional, a elaborar por las Cortes Españolas. Pues las seis leyes fundamentales de Franco sólo podían ser derogadas por otra ley del mismo tenor. Así pues, se elaboró la ley conteniendo unas Cortes, con un Congreso de los Diputados, un Senado, con las libertades básicas, derechos y deberes, etc. Que se puso a votación en las Cortes franquistas el 18 de noviembre de 1976, con el resultado de 425 votos a favor y 106 en contra del proyecto. Un resultado más que favorable, que no dudó en denominarse harakiri, la voz japonesa para referirse a autodestrucción de algo para conseguir un propósito. Defendieron la nueva ley dos procuradores afines al trío, Miguel Primo de Rivera –nieto del Dictador en España entre 1923 y 1930–, y Fernando Suárez, exministro de Trabajo de Franco, y procurador leonés a favor de su buen amigo don Torcuato. La defensa del franquismo estuvo a cargo del anacrónico procurador Blas Piñar. Aprobada la ley para la Reforma Política, la legalización de los partidos políticos fue un tema inmediato y decisivo; la más discutida, la del Partido Comunista de España. Pudiendo decirse que el asesinato por la peor derecha de los cinco abogados laboralistas de la calle Atocha de Madrid, con su inmenso entierro, el 26 de enero de 1976, fue el último impulso para tal legalización. El Rey, con Suárez al lado, desde un helicóptero sobrevolaron esa gran tristeza.
Así pues, el íter planeado por Juan Carlos I en su mente, según él mismo se hizo realidad con Torcuato presidiendo las Cortes, la aprobación de la ley para la Reforma Política en las Cortes, y todo ello fue seguido de las elecciones generales del 15 junio de 1977.
En definitiva, puede decirse que en las singladuras especificadas anteriormente, de 1973 a junio de 1977, se pudo superar lo más difícil de la Transición, incluyendo todo lo que ahora nos cuenta el Rey Juan Carlos I en sus Memorias. Además de toda la importancia que tuvieron los posicionamientos de los partidos democráticos clandestinos hasta hacía bien poco tiempo. Así como la presión laboral de sindicatos como UGT, CC.OO., etc., sin olvidar el movimiento en la calle, del que la tristeza por los abogados de Atocha fue el símbolo de algo mucho mayor que podría haber funcionado de otra manera, si no no hubiera prosperado una visión moderadora en busca de la democracia, huyendo de extremosidades rupturistas.
Naturalmente, este artículo no pretende abarcar todo lo que fue la Transición, pero sí configurar su esquema básico. En cierto modo dando la razón al autor del libro comentado, de que el papel del Rey que puso Franco contribuyó de manera esencial a cambiar la estructura política, económica y social de España, en pro de una democracia con la que todos saliéramos de muchas miserias con nuestras propias fuerzas. En esa dirección, había que dedicar otro día a las relaciones de Juan Carlos con su designador, Franco. Un rey así, no puede terminar sus días en situación de exilio y de vituperio en muchos casos. Hay que reconocer que lo hecho por el memorialista ha sido mucho, y con mucho riesgo en cada momento. Para al final encontrar una senda de democracia que nunca puede abandonarse, en defensa de la Constitución de 1978.