ABC 16/04/15
IGNACIO CAMACHO
· En vez de asaltar el Palacio de Invierno, Iglesias se ve a sí mismo tomando café como invitado en el de La Zarzuela
EN sus sueños de grandeza, algo rebajados últimamente por la deflación electoral, Pablo Iglesias se ve a sí mismo entrando en La Zarzuela, descorbatado y coletudo, a despachar con el Rey como presidente de su Gobierno. Como todo hombre ambicioso Iglesias es más pragmático que idealista y por tanto sueña con escenas asequibles y hasta confortables aunque invite a los demás a fantasear con utopías revolucionarias. En vez de tomar por asalto el simbólico palacio de invierno se empieza a imaginar tomando café en el de Somontes. Felipe VI, que tiene cintura borbónica, ha alejado de sus predios la foto que buscaba el líder de Podemos empaquetando el encuentro en una cita con los diputados españoles en un pasillo del Europarlamento. Un efímero minuto de gloria para el posmoderno experto en «Juegos de Tronos» frente a un monarca que ha leído «El Príncipe» de Maquiavelo.
Para llegar a ser «la mano del Rey» –equivalente a primer ministro en la sangrienta serie de moda–, a Iglesias le hace falta algo más que su contrastada intuición para el efectismo y la propaganda. Su estrella luce algo apagada desde las elecciones andaluzas y él mismo ha cometido errores tácticos de relieve en las últimas semanas. El principal, entrar a la refriega con Ciudadanos, celoso como una madrastra de Blancanieves porque Albert Rivera le roba planos en el espejito mágico de las encuestas. Al discutir la primogenitura regeneracionista con el otro nuevo partido ha rebajado sus propias expectativas: el arrogante político que se proclamaba auténtico líder de la oposición está disputándose el papel subalterno de bisagra. Y su ególatra protagonismo para coquetear con la Corona le aleja del rupturismo cimarrón que le había convertido en mesías del cabreo antisistema. La sonrisa de Pedro Sánchez parece estos días más blanca: si los que querían expropiarle el voto útil de la izquierda se conforman con un pedigrí socialdemócrata es probable que el electorado prefiera, como en Andalucía, el original a la copia.