KEPA AULESTIA, EL CORREO – 24/05/14
· Los partidos que concurren a las urnas mañana rezan hoy por quedarse como están.
El llamado ‘día de reflexión’ sobra como sobra la mitad del período de campaña oficial. Bastaría con una semana completa, de lunes a sábado para que partidos y candidatos sinteticen sus propuestas y el domingo a votar. Las vicisitudes de cada nuevo proceso electoral lo hacen más recomendable. La segunda semana de campaña ni siquiera sirve para corregir los errores cometidos en la primera, porque los candidatos llegan invocando a ‘lo que dios quiera’ a la recta final de una carrera que comenzaron meses atrás, y sus partidos se muestran hartos de aguantarles. Qué decir de estas europeas, en las que resultará especialmente residual asomarse en el ‘día de reflexión’ a la vertiente personal de quienes encabezan las planchas electorales, a sus paseos, aficiones de ocasión y a sus reencuentros familiares, mientras los dirigentes que les han puesto ahí piensan en cómo salvar la crucial papeleta de la noche del escrutinio.
Porque es muy probable que nadie esté en condiciones de desatarse en el júbilo de una victoria contundente o de un inesperado triunfo. Tantos europeos convocados a las urnas con tan poca gente votando y un recuento tardío contribuirán a que el resultado pase más bien desapercibido. Es lo que en el fondo desean casi todos los contendientes: que el 25 de mayo pase cuanto antes, y a otra cosa.
En contra de su habitual atonía, el único dirigente que ha mostrado alguna intención concreta respecto al examen de mañana ha sido el presidente Rajoy, arriesgando que el resultado de estos comicios convalidará su política. Así se ha expresado en todas sus comparecencias de campaña, deslucidas por el inesperado protagonismo adquirido por Arias Cañete. Pero como quien interpreta el recuento electoral nunca es el candidato sino su jefe de filas, parece claro que el PP y el Gobierno tratarán de leerlo en esa clave. El problema es que hay una gran diferencia entre concluir que los votantes secundan con entusiasmo la política gubernamental y tener que prodigarse en consideraciones porque no la rechacen abiertamente.
La eventualidad de que la suma de votos de la oposición supere claramente al voto popular dejaría sin palabras al Gobierno. A no ser que la abstención sea tal que el escrutinio acabe anulado políticamente. En cualquier caso la única victoria posible de Rajoy depende de que su contrincante directo, el PSOE de Rubalcaba y Valenciano, vuelva a salir mal parado. De manera que, paradójicamente, el candidato Cañete ha podido hacer un gran favor a su partido. Porque un triunfo menor se convertirá en gran éxito solo con que se le añada como coletilla «a pesar de Cañete». Porque, también gracias a Cañete, el Rajoy crecido ante la última nota de Standard and Poor’s no ha llegado a contagiarse de la fiebre plebiscitaria para acabar esta última semana llamando a votar a ‘la España que sale adelante’.
La fiebre plebiscitaria ha convertido la presentación de la urna y de la papeleta ideadas para el referéndum pretendido del 9 de noviembre en Cataluña en el último acto de campaña de Artur Mas. Seis mil urnas de cartón a dos euros cada una suponen doce mil euros. Un coste de nada para dar la sensación de que la cosa va en serio por parte del gobierno actual de la Generalitat frente a los recelos soberanistas que favorecen a ERC. Un propósito tan económico que pasado mañana el presidente Mas podrá volver al anuncio o no de unas elecciones autonómicas anticipadas o no. Hoy solo necesita convencerse de que Rajoy no arrasará en las europeas, y de que ERC no conseguirá obtener más votos que CiU. De lo contrario lo tendrá difícil en la noche electoral, aun en el caso de que el PP retroceda entre los catalanes.
En unas elecciones en las que el resto de Europa parecía enfrentarse al populismo xenófobo y a la visceralidad nadie podía esperar que la campaña aquí se viera sobresaltada por manifestaciones machistas y racistas. Durante años se ha denostado el pensamiento ‘políticamente correcto’ en la creencia de que podía existir otro más fértil debido a su incorrección. Pero por criticables que resulten muchos de los discursos correctos, independientemente de su signo ideológico, está demostrado que de la incorrección política –deliberada o incontrolada– solo se obtienen posturas demagógicas y exabruptos. Los responsables públicos deben atenerse a las normas de la corrección democrática, y si no que se dediquen a otra cosa. No cabe confundir un lapso expresivo con toda una argumentación supremacista sobre cómo el hombre ha de tratar a la mujer, ni convertir una arenga de exclusión y prepotencia en el ejercicio de cargo público en una suerte de confesión íntima porque la reunión se celebrase a puerta cerrada.
El cese y la renuncia no deberían presentarse como la sanción dictada o autoimpuesta a causa de un error grave, sino como el reconocimiento de una incapacidad para afrontar la tarea encomendada sin recurrir a los instintos más primarios o, en su caso, a la elusión e incluso a la vulneración de la legalidad vigente. Miguel Arias Cañete y Josu Bergara se han excusado sin retractarse de sus palabras el uno y de su actuación el otro. A partir de ahí lo único que nos queda como esperanza es que sus respectivos partidos, el PP y el PNV, eviten convertir los comicios de mañana en una especie de plebiscito sobre su figura en España y en Sestao. A ver si al final la demagogia extrema y el populismo no requieren siglas propias entre nosotros porque ya están alojados en los partidos de siempre.
KEPA AULESTIA, EL CORREO – 24/05/14