CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO, EL MUNDO 20/04/14
· Valencia se llenó de banderas. Blancas, esteladas, españolas, azulgranas… Dos aficiones, dos estilos, se veían las caras en una final que Real Madrid y Barça necesitaban ganar para redimirse.
Culés y merengues se miraban de reojo en las calles alrededor del estadio. Cánticos, gritos…, pero todo dentro de una coexistencia pacífica, de un fair play que convirtió a la ciudad en una gran fiesta. A pocos metros de Mestalla una joven con camiseta blanca con el dorsal de Sergio Ramos se hizo un selfie con un blaugrana que llevaba grabado en su espalda el nombre de Messi. Sólo un disciplinado y nutrido cordón de policías antidisturbios en traje de faena nos recordaba que el partido estaba considerado como de alto riesgo.
La grada del estadio del Valencia estaba dividida en dos: 20.000 culés; 20.000 blancos. Ver aquellas dos aficiones animando a sus equipos ponía la carne de gallina.
Entró el Rey en el palco y sonó el himno nacional. Los estelados comenzaron una gran pitada trufada de gritos de independencia. Los madridistas terminaron aplacando la algarada con un lo-lo-lo-lo que hace de letra. Para algunos, en ese momento comenzaba el enfrentamiento entre Cataluña y España. Afortunadamente, ganó el fútbol.
Cuarenta y ocho horas antes del choque, conversé con un ministro. Si hace un par de años no había otro tema que la recesión y el posible rescate de España, ahora la gran preocupación es qué hacer con Cataluña.
«Para empezar, no darle a Mas ninguna baza política. No se puede negociar con alguien que ha sido tan desleal. La deslealtad no puede tener premio. Estaríamos dando un mensaje nefasto si, al final de todo este lío, Mas lograra un pacto fiscal o lo que sea». Mi interlocutor, que pasa por ser un moderado en Moncloa, muestra un estado de ánimo que podemos ampliar al resto del Consejo de Ministros.
Cuando le planteo que el cumplimiento de la ley no arreglará el problema político, el hecho de que hay más de un tercio de catalanes que quieren la independencia, me contesta: «Se puede hablar, sí, pero no con Mas. Habrá que buscar otros interlocutores. Y no me refiero sólo a Duran. Dentro de Convergencia hay ya gente que piensa que Mas está llevando a Cataluña al borde del abismo. Tenemos que aislar al presidente de la Generalitat, dar opciones a los más sensatos dentro de su partido».
Me consta que enviados de Moncloa se han entrevistado con líderes de Convergencia y también que éstos han mostrado su inquietud ante un escenario en el que sólo hay un partido y un político que están obteniendo todas las ventajas: ERC y Junqueras.
No dudo de la sinceridad de estos nacionalistas que acusan en privado a Mas de haber convertido a CiU en un lacayo de los republicanos, pero lo que me cuesta creer es que esos jefes que han crecido a la sombra del president promuevan un golpe de mano palaciego que acabe con su poder.
Es más, hay gente bien informada en Cataluña que piensa que una alternativa a Mas sería mucho peor, porque éste aún conserva una autoridad que le permitiría aplacar al independentismo «si Madrid le ofreciera una salida honorable y buena para los catalanes».
Las espadas están en alto, aunque todos, incluidos los nacionalistas, reconocen que la votación del Congreso, la visualización del bloque constitucional, sólidamente cimentado en la alianza PP/PSOE, ha sido un duro revés. Y también que, mientras ese bloque no se rompa, la UE no va a dar ni una sola opción a una Cataluña independiente dentro de su club.
Homs y su Consejo Asesor (con Viver Pi-Sunyer al frente) han vuelto a hacer el ridículo esta semana al polemizar con la propia Comisión sobre lo que sucedería en la hipótesis improbable de que Cataluña se separase de España.
Veinticuatro horas antes del partido, busco un interlocutor en Moncloa, alguien cercano al presidente, que es quien, personalmente, decide los pasos a dar, su ritmo y cadencia.
El mensaje es aún más demoledor. «No hay nada de qué hablar. De lo que Mas quiere hablar, Rajoy no va a hablar. Desde luego, de soberanía, no. El Congreso ya ha dicho lo que tenía que decir. En el marco de la financiación autonómica se pueden pactar algunas cosas, pero siempre en el seno del Consejo de Política Fiscal y Financiera. Y ahí, el interlocutor es Montoro». Apelo una vez más a tender un puente de diálogo con Barcelona.
«Nosotros –el Gobierno– tenemos un problema. Hay cosas que no podemos hacer. Y otras que no debemos hacer. Mas sabe, como dijo Rajoy en el pleno del Congreso, que ni siquiera el Gobierno puede modificar la Constitución. Y lo que pide Mas implica modificar la Constitución. Eso, en el caso de que se conformase con una tercera vía como la que propone Duran, que eso todavía está por ver. Pero, además, de las limitaciones legales, tenemos unos condicionantes políticos. Por ejemplo, no se le pueden dar a Cataluña cosas en detrimento de otras comunidades autónomas. Porque esas comunidades que no crean problemas porque no se quieren separar, se rebelarían contra cualquier modificación que supusiera un privilegio para alguien que lo que ha querido es, precisamente, romper al actual sistema».
Así las cosas, me temo que no hay que esperar grandes cambios en el próximo futuro. Por lo menos hasta después de las elecciones europeas, en las que todos van a intentar hacer una lectura acorde con sus intereses.
Por ejemplo, pase lo que pase a nivel nacional, donde la caída de los dos grandes partidos va a suponer ¡¡casi 20 puntos!!, los nacionalistas van a contar los votos en Cataluña como si fueran unas elecciones autonómicas. Y esperan que la suma de las coaliciones de CiU, ERC e ICV-EU, obtenga una mayoría aplastante el 25-M.
De ahí al 9 de noviembre no cabe esperar más que contactos de segundo nivel y en secreto. El mensaje que ya le ha dado el Gobierno a Mas no va a variar ni un ápice en los próximos meses: «Si el presidente de la Generalitat quiere negociar con el jefe del Gobierno, que deje en suspenso el referéndum de autodeterminación».
La batalla de verdad habría que darla, no en los despachos, sino en la calle. Y el nacimiento de Societat Civil Catalana es una esperanza. Habría que convencer a la mayoría de catalanes de que su futuro sería peor si en Mestalla sólo pudieran estar ellos. Que estar juntos no sólo es mejor para todos, sino que es mucho más divertido.
CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO, EL MUNDO 20/04/14