EL CONFIDENCIAL 18/04/17
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· Londres es, más que nunca, una inmensa Babel de más de ocho millones de habitantes que se enfrenta a un futuro en el que tendrá que defender seguir siendo lo que ha sido desde siglos
Un tiempo en Londres, aunque no sea demasiado largo (nunca lo es en esta ciudad), conversaciones con amigos nativos y extranjeros residentes bien informados y la observación correspondiente, permiten hacerse una idea de por dónde derivan los acontecimientos en la política británica.
El vicario David Reindorp, de la iglesia anglicana de Chelsea Old Church, donde se suponen enterrados los restos decapitados de Santo Tomás Moro, me confiesa compungido que «quizá nos hemos precipitado» con el ‘leave’ de la UE, y su sacristán manifiesta su enorme inquietud: tiene una casa en Menorca, parte de su familia vive allí y «no sé qué va a pasar». Ambos dan la impresión muy obvia de haber votado por la salida de UK de la Unión Europea y ahora viven la decisión colectiva con vértigo.
También lo sienten, aunque por motivos bien distintos, los camareros italianos y españoles del restaurante The Ivy Chelsea Garden. La gallega que atiende la venta de ‘tickets’ en Somerset House parece tranquila y confiada, muy segura de que sus muchos años en Londres conjuran los malos augurios. La italiana que vende quesos en La Cave à Fromage en Notting Hill muestra nerviosismo, mientras que la valenciana que despacha en un pequeño establecimiento de té, café y ‘cakes’ en el emergente barrio de Shoreditch está más tranquila que un puente. Las dos chicas francesas que regentan una de las pastelerías más deliciosas de Londres en la calle Old Brompton se niegan a manifestarse sobre su continuidad en la capital británica. El trío de polacas que se encargan de la limpieza de las habitaciones del hotel elude cualquier conversación al respecto. Son ejemplos de un estado generalizado de cautela, a veces de cierta ansiedad y casi siempre de incertidumbre. ¿Cómo va a funcionar esta ciudad si restringen la entrada de extranjeros de la UE o no aseguran sus derechos?
Traslado un buen número de preguntas a mi buen amigo Simon Leeds, un financiero cuarentón que vivió en Madrid tres años y habla perfectamente español. Nos encontramos en la City, en un restaurante de moda en el que la mitad de los camareros es extranjero. Llega a Natural Kitchen con un poco de retraso a bordo de una bicicleta municipal patrocinada por el Santander, la marca bancaria que inunda la ciudad.
—Ni lo soñéis, la City no se va a ir de Londres. Es un ecosistema natural para la sostenibilidad de los grandes bufetes, las entidades financieras y las aseguradoras mundiales. Se dictará normativa de continuidad con las regulaciones europeas para que no haya vacíos ni inseguridad jurídica. De Londres van a salir los organismos de la UE, pero no los negocios. Esos se van a quedar. Si has paseado por la City, verás que está como nunca: nuevos edificios inteligentes, rehabilitación de los antiguos, hoteles para ejecutivos, centros comerciales, cines y buenas conexiones con el resto de la ciudad. Madrid no tiene ni una sola posibilidad de competir, pero tampoco Fráncfort o París. Ya lo ha dicho May: nos vamos de la UE pero no de Europa. Encontraremos la fórmula mientras vosotros construís castillos de naipes.
Y Simon Leeds continúa:
—Las relaciones con España son importantes para nosotros y para vosotros. No os equivoquéis mostrando demasiada hostilidad. Comerciamos por un importe de 46.000 millones de euros, 700 empresas británicas se han establecido en vuestro país, allí viven más de 300.000 compatriotas (muchos han perdido ya el derecho a voto porque llevan fuera más de 15 años) y os enviamos 18 millones de turistas. Es verdad que España es uno de los países inversores más importantes para el Reino Unido. Grandes empresas españolas están aquí y en sectores estratégicos: en energía, Iberdrola, en infraestructuras, Ferrovial, en banca, el Santander y el Sabadell, en aviación, IAG y Aena… la lista es larga, pero les vamos a dar un estatus con suficientes garantías y seguridades jurídicas y económicas.
—Pero si el Brexit es duro, ¿dais un portazo?
—No lo haremos. No hay un país como el nuestro que mantenga las mejores relaciones con los territorios que hemos colonizado. Mucho más con los países socios. Tenemos el comercio en nuestro ADN colectivo, sabemos manejarnos en escenarios controvertidos y el Brexit debe ser un impulso, no un paso atrás. Si me preguntas si fue un error, te lo reconozco. Pero yo vivo en Londres y aquí la mayoría quería continuar. Londres no es Inglaterra, por eso, si fuera preciso, haremos de esta ciudad un Hong Kong, pero no la vamos a malograr.
Hemos agotado ya la capacidad de riesgo del conjunto del país, así que, lo pidan como lo pidan, no habrá segundo referéndum en Escocia
—Bueno, pero tenéis el problema de Escocia.
—Sí, pero ya no tenemos en Downing Street a David Cameron, por fortuna. Theresa May ha escarmentado en la cabeza ajena de su predecesor, que nos metió en dos líos. El referéndum escocés de septiembre de 2014 fue angustioso, se pudo romper el Estado por una promesa mal calculada. También fue un mal cálculo de Cameron la consulta del Brexit en junio de 2016. Hemos agotado ya la capacidad de riesgo del conjunto del país, así que, lo pidan como lo pidan, no habrá segundo referéndum en Escocia. No nos podemos permitir la simple posibilidad de que ganen las tesis del SNP. Y como los laboristas de Corbyn están bajo mínimos, tenemos conservadores para rato y ya bien escarmentados de las aventuras de la democracia directa de Cameron.
—Te veo seguro, Simon.
—Nunca lo hemos estado más en este país que ahora. Ya sabemos que los errores se pagan y vamos a pagar, pero no a perder los papeles.
—O sea, la flema…
—La flema no es imperturbabilidad. Se trata más bien de una forma ‘polite’ de cinismo. Vamos a ver cómo cumplimos con el mandato del ‘leave’ y a la vez cómo creamos un nuevo estatuto de relación con la UE. Y vamos a ver cómo nos entendemos con los escoceses sin celebrar, al menos en décadas, un nuevo referéndum. Vamos a ver cómo mantenemos los servicios (especialmente los sanitarios, que nos preocupan mucho), sin asumir la libertad de circulación de personas que tenéis en la Unión. Nos vamos a reinventar, amigo.
O les dejáis a su aire, como hemos hecho nosotros, o los Picardo de turno seguirán como hasta ahora. Descubrid su precio, pagadlo y será español
—Y Gibraltar…
—Es un asunto que nosotros ya sabemos perdido y los españoles no sabéis que lo podéis ganar. Hemos perdido el enclave, pero vosotros no lo sabéis. Tenéis que dar a los gibraltareños la seguridad de que van a poder seguir siendo unos apátridas —que es lo que son ahora— a cambio de seguir manejando dinero opaco y contrabandear. O les dejáis a su aire, como hemos hecho nosotros, o los Picardo de turno seguirán como hasta ahora. Descubrid su precio, pagadlo y Gibraltar será español.
Abrazo a Simon y paseo hasta Covent Garden. Tengo entrada para ‘Madame Butterfly’, interpretada en la Royal Opera House por la soprano puertorriqueña Ana María Martínez. El tenor es un rumano de nombre impronunciable. Londres es, más que nunca, una inmensa Babel de más de ocho millones de habitantes que se enfrenta a un futuro en el que tendrá que defender seguir siendo lo que ha sido desde siglos. Iré a brindar para que el Brexit no sea un desastre colectivo en el restaurante StreetXo de Dabid (sic) Muñoz, que triunfa aquí tanto como en Madrid. O más.