A Sánchez no le agrada el Rey. Quizás porque es más alto, más rubio, más empático, habla más idiomas, viste mejor. Quizás porque no tuvo que incurrir en el engaño para procurarse un máster, o porque no ha pirateado su primer y único libro. Quizás, sencillamente, porque es jefe del Estado. Todavía. En Zarzuela tratan al presidente del Gobierno con la obligada deferencia, hasta el punto de que, pese a invocaciones extemporáneas y presiones cerriles, no se les pasó por la imaginación el tontear con su aspiración a la investidura. En su condición de vencedor de las elecciones, Feijóo fue por delante con 172 escaños. Se quedó a cuatro de lograrlo. Ahora le ha tocado el turno al segundo, como impone la lógica ya que no la Constitución, tan laxa y acomodaticia.
El líder socialista llegó a Palacio con apenas 153 apoyos (las condicionales bravatas de Yolanda Díaz sonaron a chiste de monologuista de movistar), casi veinte menos que su rival, al que seguía este martes acusando de haber hecho perder el tiempo a los españoles con su investidura fake. Como si alguien, salvo los acomodados en poltronas con nómina, tuviera prisa por verle de nuevo aferrado al timón. De haber sido así, le habrían colmado de votos y no se vería en la tesitura de mendigar a Puigdemont como un pordiosero doliente -‘un actor de reparto’ le dice el gallego- a cambio de regalías inconstitucionales y de humillaciones sin precedentes que arrasarán con lo que poco queda de nuestro marco de convivencia.
Sánchez emergió desafiante de su paso por Zarzuela. Como no podía ser menos, se hizo notar. Lejos de cumplir con el trámite de su comparecencia ante los medios tras la conversación con el monarca, forzó a la descoordinada Armengol, al fin correctamente vestida, a que le precediera en el uso de la palabra y así evitarse el sofoco de que Alberto Nuñez Feijóo cerrara la serie de los comparecientes. Todo egocentrismo hiperbólico oculta un latente complejo de alfeñique.
¿Le habrá hablado de la amnistía? ¿Le habrá explicado sus destructivos planes? ¿Habrá respondido al Monarca con franqueza?, caso, claro está, de ser preguntado. O, más bien, le habrá soltado una trola, como en él es costumbre, o habrá dado una larga cambiada, cuando hace con los periodistas, en las escasas ocasiones que permite que se le acerquen. O quizás, optó por el silencio, como en las Cortes, cuando envió a su mamporrero más zafio a vérselas con el representante de ocho millones de españoles.
Sánchez pactó en agosto la amnistía, como bien aseguran los Junqueras, y ahora se trata de ver por qué agujero de la Constitución cuelan Zapatero y Pumpido el referéndum
Logró sin contratiempos el encargo real y se dispone ahora a prolongar la negociación con los golpistas al efecto de, como buen mercachifle, abaratar el precio de la factura. Ese mercadeo se desarrolla entre la fricción y la ficción, como aquellos pressing catch de los ochenta, una procesión de trompadas simuladas, berridos teatrales y una coreografía perfecta para un final acordado. Aquello era un tongo pactado y esto, un trapicheo sin disimulos. Muchos aspavientos, encendidas proclamas, amenazas rotundas, declaraciones mayestáticas, farfolla huera que apenas oculta la realidad de lo ya sabido. Sánchez pactó ya en agosto la amnistía, como bien aseguran los Junqueras, y ahora se trata de ver por qué agujero de la Constitución cuelan Zapatero y Pumpido el referéndum. «Consulta no vinculante», «Ley de Claridad», «Escocés con urna», «Qesquesé quebequés»…algún enunciado con resonancias épicas y amén de la insoslayable eufonía en catalán. A modo de guarnición del indigesto plato, los papagayos del régimen corearán una empalagosa macedonia de palabras merengadas como convivencia, cohesión, pacificación, entendimiento, reencuentro y demás artilugios sentimentales, a medio camino entre Perales y un villancico. Lloren, por favor.
El postulante narciso logrará indudablemente su objetivo. Sacará adelante el primer envite (amnistía) porque Puigdemont lo requiere, no pasa por su cabeza melindrosa y cobardona el pisar siquiera unos minutos la cárcel. Su espíritu heroico apenas le da para lanzar mensajes ramplones y redundantes desde su palacete de Waterloo. Y logrará también el segundo (plebiscito), en el tiempo y lugar que corresponda. Ni Sánchez ni Junts tienen prisa. ERC cacarea en este apartado porque algo tiene que piar, que hay elecciones catalanas el año próximo. Todo por su orden, según señale la agenda de Moncloa al compás de los requerimientos de sus asociados. Hablar de la posibilidad de nuevas elecciones –Illa, tan mastuerzo, bromea con que ha despejado su agenda el 14 de enero- es una trampa para osos tuertos. Ninguno de los protagonistas en esta danza macabra -ni Sánchez, ni PSOE, ni Junts, ni ERC, ni PNV ni Bildu..- arriesgarían ahora volver a las urnas. Todos ellos, salvo los concubinos de ETA, saben que saldrían perdiendo.
Será una legislatura endiablada, predicen los arúspices parlamentarios. Será también larga, pese a los pronósticos en contra de las voluntades más confiadas. Una certidumbre final que ya a nadie se le escapa: en esta hora, todo está prácticamente cerrado. Lo certificó Feijóo luego de hablar con el Rey. Lo airea la pandilla basura de la rebelión. Lo oculta el protagonista de la pesadilla, cuyas cacatúas mediáticas lo irán comunicando, en dosis homeopáticas, durante las jornadas previas a su entronización. Este caudillo soberbio e interminable gobernó con Podemos, pactó con Bildu, indultó a los golpistas, borró la sedición, difuminó la malversación, agasajó al terrorismo, toca ahora la amnistía y, en seguida, la consulta de autodeterminación. «Es el primer hombre sobrio que se apresta a destruir su país», diría de él Catón.